Existen fechas como el 17 de mayo y el Día del Orgullo Gay que a nivel internacional y nacional han impulsado que las instituciones al menos emitan mensajes a favor del respeto, pero la denuncia y las acciones por el reconocimiento a los derechos humanos y mecanismos de protección aún quedan en silencio; por lo que quienes se asumen como gay, lesbianas y trans deben generar acciones desde sus círculos cercanos a la visibilización, y hacer calle, siempre conscientes de no olvidar las violaciones de derechos humanos; el miedo y el dolor al que se enfrentan las personas de orientación y/o identidad sexual distinta a la heterosexual que se han atrevido a asumir la diferencia para demandar la dignidad, respeto, derechos y oportunidades de desarrollo que merece cualquier humano. Muestra de este lamentable panorama son los 1 mil 218 homicidios por homofobia de 1995 a 2008, registrados por la Comisión Ciudadana contra los Crímenes de Odio por Homofobia, sin considerar que sólo se denuncia uno de cada cuatro casos.
Salir del closet es un acto político y de -auto- reconocimiento ante la sociedad, por el cual se gana o se pierde bastante al hacer evidente el manifiesto del ser ante un escenario de exclusión, criminalización y castigo; y en ocasiones, al estar “del otro lado” se llega reconoce y se asume este execrable panorama hasta el punto en el que cualquier tipo de semejanza debe polarizarse para no ser como los agresores, cómplices o promotores del odio. Cuando decidí asumirme como ente político mi panorama se amplío a un grado exorbitante, dejé el miedo a socializar, se forjaron amistades, redes de conocidos, y algunos hombres heterosexuales se decían asombrados porque “no eres como los demás -gay-”. El mensaje era claro: lo gay y lésbico estaba arraigado a los imaginarios del acoso sexual y el travestismo como meta de realización; que las chicas trans están destinadas al trabajo sexual como una práctica perversa; mientras que los chicos trans y personas intersexuales -hermafroditas- son inexistentes. Estos idearios estigmatizantes han evitado la inclusión y la comunidad LGBT ha sido reaccionaria contra las normas de lo heterosexual, sin embargo, en ocasiones este ejercicio político llega a ofuscar y someter a esas personas empoderadas a ser nuevamente objetos del siempre ser opuesto, a enarbolar una pasión con anteojeras: los cánones mal concebidos y construidos de la homosexualidad -de varones, cabe mencionar-, es decir: la homonormatividad. ¿Hasta qué punto pasamos de un molde a otro, minimizándonos de individuos a sujetos subyugados?, ¿hasta qué punto el origen de la exclusión y de liberación, la sexualidad y el erotismo, nos puede llevar a otro sistema represivo?
Las personas con una orientación o identidad sexual distinta a la heterosexual, bien pueden actuar como “los normales” tras una confrontación interna de magnitudes titánicas, que generan frecuentes depresiones, incluso violencia y actos autodestructivos; pero quienes deciden ejercer su libertad y derechos identitarios, asumiéndose como gay, lesbiana, trans o bisexual asumen una identidad política; aunque en ocasiones al combatir la heteronormatividad, patriarcal, castrante y puritana se puede llegar a negar la propia idiosincrasia, asumiendo y replicando otros estereotipos militarizantes y dogmáticos. ¿Será posible llegar a un punto de emancipación y libertad consciente y plena? o simplemente ¿pasaremos de etiqueta en etiqueta?
En vastas ocasiones, la sociedad y la familia inculca a quienes son LGBT que el amor es algo imposible -porque “sólo andan de prontones y no pueden formar familia”-, por lo que el primer amor llega cual agua en el desierto, y al fracturarse, la mayoría de las veces se sobrelleva el duelo sin el apoyo ni el interés familiar, derivando en procesos autodestructivos, a diferencia de las y los heterosexuales que al menos tienen la opción de desahogo en el seno del hogar. Así se consolida el distanciamiento entre los “normales” y los “anormales”, se refuerza lo reaccionario y en ocasiones se llega a asumir que es necesario negarse la conformación de un hogar para no alienarse a los preceptos de la heteronormatividad reproductiva; evitar enamorarse por ser un instrumento del sometimiento, la codependencia y el olvido de sí; arremeter contra la monogamia por las razones anteriores; ser cliente cautivo del consumismo “gay” por una bandera o un torso desnudo; o hacer uso frecuente de respuestas agrestes ante discursos religiosos olvidando que la lucha y la acción política debe encaminarse a lo social y lo civil.
Para impulsar transformaciones es necesario que también la comunidad LGBT se haga cuestionamientos, no sólo los académicos y activistas están en pie de lucha, sino toda aquella persona que pugne por la inclusión, la libertad y el reconocimiento de derechos para todo individuo, por lo que es necesario que cada uno se reconozca a sí y a los demás, y si bien es indispensable el pensamiento abstracto y científico, también debe evitarse la conversión a entes autómatas disciplinados, pues el fin es ser humanos libres que ejerzan su voluntad, llegar a un punto de lucidez en el que esté presente el cuestionamiento constante pero también la individualidad.
La política inicia en la cama, pues lo sexual es el punto de arranque por el cual se ejercen violaciones y violencia contra la comunidad LGBT, pero estas acciones deben transitar hacia lo social y lo civil. No sólo es necesario hacer visible el cuerpo putrescible como el de los demás, sino que también se deben construir caminos hacia una sociedad incluyente, que no segmente ni se segmente, sino que reconozca a cada persona y brinde las oportunidades que merece según sus contextos y problemáticas particulares; pero las personas son más que hetero, homo, bi o transexuales -y el resto de un abecedario interminable-. Ante ello, lo queer (raro en inglés) es una alternativa.
Lo queer es criticar las ficciones que marginan y someten a partir de la sexualidad binaria, hombre y mujer, heterosexual y homosexual, por lo que promueve una identidad política que pueda generar individuos libres y capaces de convivir en armonía, reconociendo su diversidad pero no imponiendo ésta como norma y medida, ni tampoco se limita ni da razón de queer el usar vestimenta asignada socialmente para el propio sexo o el opuesto, sino que busca transitar hacia la emancipación de todo tipo de normatividades. Es necesario evidenciar las problemáticas y violencias a las que se enfrentan quienes tienen una orientación y/o identidad sexual distinta a la heterosexual, para así generar los mecanismos y transformaciones necesarias, pero siempre recordando el fin, que es el lograr ser seres humanos libres y con igualdad de oportunidades de desarrollo.
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