Relata Jaime Ayala Ponce en El Líder que Esperamos, lectura obligada para desmitificar mucha de la historia económica oficial de México, que mediante los “Anexos” de los Tratados de Bucareli, en el año 1923 “Obregón [hizo] trizas los sueños de redención y justicia para los campesinos mexicanos, toda vez que el artículo 27 se convierte de facto en letra muerta”, concediendo a los vecinos del norte enormes facilidades para explotar nuestra riqueza agropecuaria sin beneficio para los verdaderos dueños de las tierras. En “La Revolución ‘Cultural’”, artículo publicado en su blog en enero de 2015, Joaquín Ortega Arenas, dice que “Una leyenda urbana común en México cuenta que el Tratado de Bucareli prohibió a México de producir maquinaria especializada (motores, aviones, etc.) o maquinaria de precisión, y construir Puertos de Altura, por lo que supuestamente, México no ha salido aún del atraso que dicho tratado le causó”.
Si despojo y expoliación, parte de la historia de la humanidad desde que ésta existe, casi siempre resultan del uso de la fuerza, en el México moderno, la dominación extranjera encontró menor resistencia. “México es un país, extraordinariamente fácil de dominar”, afirmó en 1924 Richard Lansing, secretario de Estado del presidente Woodrow Wilson, “basta con controlar a un solo hombre: el presidente.” Y concluye que “abriendo a los jóvenes mexicanos ambiciosos las puertas de nuestras Universidades, (…) con el tiempo, esos jóvenes llegarán a ocupar cargos importantes y eventualmente se adueñarán de la presidencia. Sin necesidad de que Estados Unidos gaste un centavo o dispare un tiro, harán lo que queremos. Y lo harán mejor y más radicalmente que nosotros.” (cita por Jaime Ayala Ponce, en El Líder que Esperamos, pág. 12)
Así, desde hace casi un siglo, México ha sido objeto de negociaciones geopolíticas en las que el pueblo, si acaso se enteró, nada pudo objetar ante decisiones que los gobernantes en turno celebraron como logro nacional, como el Tratado de Libre Comercio con América del Norte -TLCAN- o las reformas estructurales de los últimos tiempos.
La usurpación de la biodiversidad, el control de recursos naturales y cooptación a través del financiamiento, se lleva a cabo por medio de métodos “legales”, que las dependencias de comunicación social oficial califican de “ayuda humanitaria”, o de “inversión para el desarrollo”. Uno de esos sutiles modos de robo es el actual sistema de patentes. Los famosos “derechos de propiedad intelectual” se han convertido en la clave para que unas pocas transnacionales acaparen los recursos naturales del mundo. Mientras en los foros internacionales se constata cómo los mecanismos para acabar con el hambre no prosperan, las multinacionales compiten en una feroz carrera donde todo vale para limitar el uso de energías libres, sistemas para la distribución de agua, o patentar cualquier pedazo de vida que sea susceptible de negocio. Y todo ello, subsumido en un sistema financiero-monetario en el que la emisión -antes era impresión- de la moneda es propiedad monopólica de sólo unos cuantos (los banqueros). De esta manera, a cambio de medios de pago que no tienen más sustento que la mera voluntad de unos para emitirlos, pueden “comprar” -en realidad apropiarse de- cosas tangibles y reales.
Con la ayuda de los gobiernos en turno desde la conformación del Partido Nacional Revolucionario, antecedente fascista del actual PRI, y con la colaboración del PAN transformado desde la década de los 90 en harvardiano-calderonista, México ha supeditado su desarrollo a la voluntad de empresas trasnacionales. Nuestra generación, ignorante y manipulada, ha aprendido a desconocer la trilogía de bienes comunes que son fundamentales para el verdadero desarrollo: el agua -alimentos y recursos de la tierra-, energía y moneda. Mismos por los que en el pasado muchos mexicanos dieron sus vidas.
Vandana Shiva (filósofa, escritora y activista ecofeminista india, Premio Nobel Alternativo en 1993) en su libro Los bienes comunes de la Tierra refleja la realidad de un planeta crecientemente convertido en rehén de las grandes corporaciones transnacionales. “Semillas y saberes patentados, privatización -expropiación— de bienes comunes”, afirma, “son las armas fundamentales de que se sirven los alfiles del capitalismo remundializado y contrarreformado en nombre de la globalización neoliberal, que son las transnacionales de los sectores agroalimentario y farmacéutico, sobre todo, junto con la OMC, el Banco Mundial y el FMI.”
En su origen, el sistema de patentes trataba de estimular la innovación, premiar a los inventores industriales e impedir el robo de las nuevas creaciones. Nada más lejos de lo que ahora acontece.
El marco legal, definido por los “Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio”, más conocidos como TRIPS (por sus siglas en inglés), asegura que los derechos de las patentes sean respetados por todos los países miembros de la Organización Mundial de Comercio (OMC).
Para reforzar los monopolios se crearon posteriormente los TRIPS-plus, requisitos de protección de los derechos de propiedad intelectual, que habitualmente se establecen a través de convenios bilaterales, y que son más rigurosos que los TRIPS exigidos. De esta manera, se añade el control de los recursos hídricos y la coerción en varios sentidos para continuar utilizando en los sectores agropecuario e industrial combustibles fósiles como única fuente de energía.
Con relación en lo que debería ser una idea de democracia, el modelo neoliberal de globalización no es sino la dominación ejercida por instituciones supranacionales no democráticas, rehenes de unas pocas, poderosísimas, transnacionales que se han apropiado de los bienes comunes.
Si algo deberían hacer los próximos legisladores, hoy candidatos que buscan votos, es proponer lo que habrían de hacer respecto a la privatización en curso de los bienes comunes como el agua, la energía y la moneda que hasta ahora se ha fincado únicamente en el dinero y el sistema bancario tradicional.
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