La japonesa usa un tapabocas blanco de piel. El japonés sostiene con fuerza el micrófono mientras trata de afinar su voz para la canción. La cámara nos lo muestra en un full shot. Del torso para abajo, ambos actores, están ocultos por un pequeño mueble y una manta roja. La mano de la chica agita lo que sostiene.
La cámara nos muestra la parte trasera de los actores. El japonés tiene los pantalones abajo. La mano de la chica se sigue moviendo. En un recuadro, en la esquina inferior izquierda, podemos ver los rostros de los integrantes de una boy band coreana. Se ríen. Al japonés se le escapa un tono atiplado. No puede conservar la compostura.
El programa se llama Killer Karaoke y trata de cantar en situaciones extremas. Todavía no entiendo si los participantes son hombre comunes y corrientes, y las chicas que los acarician son actrices porno o, simplemente, la evolución de las conductoras de ciertos programas que tenemos en México, como el Sabadazo o la chica que da el clima en algún canal árido de Monterrey.
Qué asco, qué denigrante pero… cruzo los dedos. Nadie resiste a imaginarse a Laura Gi haciendo una chaqueta al hombre común, al hijo de vecina.
México, poco a poco, está construyendo a su realeza a través de los políticos. Gradualmente nos acostumbramos a que usen los helicópteros, a los viajes en jeans rotos por Beverly Hills, a las construcciones de sus casas monstruosas que compensan la memoria genética de algún mestizo dolido y jodido. Entonces miré el programa de los japoneses una vez más y en ese recuadro inferior izquierdo, los rostros de nuestros príncipes mexicanos se mostraban honestamente sorprendidos de las eyaculaciones del tipo común, el tipo que trata de cantar mientras el profesional (seamos incluyentes, aunque por razones meramente evocativas pienso en Cecilia Galliano) juega con sus bolas. Mejor lo cerré.
Entonces, navegando, encontré otro programa japonés: en esta ocasión, un artista porno heterosexual se enfrentaba contra un prostituto homosexual. Con una amabilidad y caballerosidad oriental, empezaron a amenazarse el uno al otro: el actor porno juraba que no tendría un orgasmo por más que el otro hiciera piruetas; el prostituto le preguntó al actor si había estado con un hombre antes, y al recibir negativa, reviró con que ningún hombre se había resistido a sus encantos. Empecé a reírme pero miré el programa de inicio a fin. No puedo decir que la conclusión fue una sorpresa. Piénselo un momento, yo lo sabía pero tuve que verlo. En nuestro corazón todos sabemos quién gana.