Para y con Alberto Guzmán García
De la vida de Genaro Blanco Blanco se sabe poco, a pesar del libro, mitad historia, mitad novela, de Julio Llamazares El Entierro de Genarín, Evangelio apócrifo del último heterodoxo español, y de la cinta, mitad documental, mitad ficción, Bendito Canalla, de Nacho Chueca. La única noticia impresa sobre él es la esquela que publicó el diario La Democracia al día siguiente de su muerte que aconteció al ser atropellado en la madrugada de Jueves Santo a Viernes Santo de 1929 por el primer camión de la basura de su ciudad, mientras se encontraba haciendo sus necesidades (algunos autores proponen que aguas menores, otros que aguas mayores) en la base del tercer cubo de la muralla de León. Por esa esquela sabemos de su orfandad e infancia en la inclusa, deducida de su apellido, de su viudez y de sus cuatro hijos. El resto de su vida forma parte de la leyenda de Genarín.
Genaro Blanco compraba y vendía pieles de animales, principalmente conejos, en las dos primeras décadas del siglo XX en la ciudad de León, en España. Aparte de su trabajo sus únicas aficiones eran el orujo, de altísima graduación alcohólica, y las prostitutas. Genaro era un personaje popular en los ambientes más bohemios del León de principios del siglo XX, hubiera sido olvidado si no fuera porque al año siguiente de su muerte cuatro hombres, que se denominaron a sí mismos “Los Evangelistas” se juntaron en la popular Plaza del Grano, del también popular barrio Húmedo de León, para conmemorar el espíritu del que pasará a ser “Nuestro Padre Genarín”.
Los Evangelistas eran, como no podía ser menos, bohemios que gustaban de los mismos placeres etílicos que Genaro definidos por la “Cofradía de Nuestro Padre Genarín”, que ellos fundaron, como “solteros empedernidos prolongaron sus hazañas hasta edad bastante aventajada y difundieron a las cuatro vientos de esta ciudad, y aún más allá de nuestras fronteras, la Fe en Nuestro Padre Genarín”. Nicolás Pérez “Porreto” era árbitro de fútbol, Eulogio “El Gafas”, taxista y poeta, Francisco Pérez Herrero, también poeta, y Luis Rico, hombre de familia rica que malgastó su fortuna en juergas y mujeres. A ellos, a partir de 1931, se unieron más y más devotos de San Genarín en una de las pocas procesiones no religiosas del mundo.
Y mientras los devotos juerguistas crecían también la fama de Genaro al que, como a todo buen santo, se le atribuyen cuatro milagros. Primero, a imitación de Cristo con la Magdalena, la prostituta que lo encontró muerto, abandonó su trabajo para regresar a su pueblo natal. El segundo, como no podía ser menos en un país tan devoto también del futbol, el gol que hizo que la Cultural Leonesa ganara su único partido en primera división (en la que sólo estuvo ese año) porque los evangelistas habían regado con el sagrado orujo el campo la noche anterior e invocaron a Genarín que logró que el portero contrario se metiera, en un saque de manos, un gol en propia puerta. El tercer milagro, como todo santo que se precie fue una curación, la de un enfermo con cálculos renales que decidió orinar en el mismo lugar de la muralla donde San Genarín había hallado la muerte y al que el santo le libró de sus males haciendo que expulsara en su micción la piedra de sus riñones. Con el cuarto, Genarín castigó el sacrilegio ya que todos los años alguien robaba las cuatro ofrendas que el “hermano colgador” deja al final de la procesión en el lugar de su muerte (orujo, queso, pan y una naranja). El santo, con razón enojado, hizo resbalar al ladrón que se rompió la cadera y se convirtió en uno más de los devotos.
La procesión en honor a “Nuestro Padre Genarín” fue creciendo en número de participantes y bebedores hasta que, en 1957, el ayuntamiento de León la prohibió. Según algunos cronistas porque superaba en devotos a las religiosas, según otros por considerarla un sacrilegio hacia las tradicionales festividades de Semana Santa. En 1977 regresó, como había regresado la democracia a España, por mediación de con la recuperación de la democracia, la celebración volvió impulsada por Francisco Pérez Herrero, el único Evangelista todavía vivo, y la ayuda del grupo de teatro La fragua.
Actualmente, más de veinte mil personas acuden al llamado de San Genarín y el alcohol para celebrar la procesión que comienza con la “Santa Cena” celebrada por los cofrades que, al final de esta, salen al balcón para leer una “encíclica” a todos los congregados en la Plaza del Grano donde comienza la procesión que, como espejo de las religiosas, también tiene sus cuatro pasos: La Cuba, en el que van las ofrendas, Genaro, la Muerte y la Moncha, la prostituta conversa. Primer brindis, en la Calle de la Sal, segundo, en la Catedral y tercero, pero no último porque los devotos seguirán bebiendo toda la noche, en la torre de la muralla donde murió Genaro y donde el hermano colgador trepa para depositar las ofrendas.
¿Por qué un monumento para Genaro Blanco Blanco? Primero, y sobre todo, por haber sido la inspiración del brindis de la Cofradía, un brindis perfecto, un brindis que sus alcohólicos devotos repiten cada vez que beben la noche de Jueves Santo: “Y siguiendo tus costumbres / que nunca fueron un lujo / bebamos en tu memoria / una copina de orujo”. Y, segundo, porque como dice otra de las etílicas coplas en su honor: “¡Honor siempre a la memoria / de Genaro en Jueves Santo! / ¡Que Dios le tenga en la gloria / por haber bebido tanto!”.