El padre Solalinde es sin lugar a dudas un gran defensor de los derechos humanos, tal vez su mayor error es ese protagonismo que lo lleva a querer figurar en los foros y las notas de prensa, cómo no aprende un poco de sacerdotes progresistas y defensores de los derechos humanos que demuestran su vocación con una prudente actuación como Raúl Vera; el asunto es que esta semana encabezó un viacrucis migrante para denunciar las vejaciones y violaciones a los que son sometidos los centroamericanos en su lucha por atravesar México para llegar a Estados Unidos.
El cine mexicano contemporáneo ha incursionado de manera exitosa en el tema de migrantes, desde la triste La Jaula de Oro (2013) hasta la cursi Guten Tag, Ramon (2013). No me había dado tiempo de ver esta última, no me había perdido mucho en realidad, me parece que el guión es sumamente complaciente (lleno de lugares comunes) la historia busca siempre ser feliz, evitar incomodar al espectador, incluso el destino de los migrantes muertos en un camión por asfixia es un cameo, una toma donde apenas vemos a Ramón a un lado de connacionales que parecen dormidos, luego sabremos una referencia de que están muertos.
Pues sí, cuando no queremos experimentar escenas ásperas de la migración, como la niña raptada por el narco (que seguramente terminará prostituida) o el centroamericano asesinado por rancheros texanos y peor aún el que alcanza el sueño americano sólo para descubrir qué significa trabajar como esclavo en una empresa empacadora, mejor vemos a un simpático mexicanito. Así, como mexican curious, un Speedy Gonzalez, moreno, chaparro, chino y con su barbita a medio crecer (se me figura tanto al Noruego de La Familia del Barrio) y pa’ que les guste más a los alemanes, sobrevive en un país extranjero gracias a la buena voluntad de unos ancianos que lo contratan; mire usted, es tan buena la suerte de nuestro prototipo de inmigrante que en ese edificio vive un experto en música que le presta discos de banda y entonces además agarra de chamba enseñar, como buen latin lover, a bailar ritmos guapachosos a los rudos alemanes.
Efectivamente, pensada para ser complaciente está dirigida a cautivar al público alemán, dice La Jornada (31 de marzo de 2015) que “La cinta se estrenó el 5 de febrero, se distribuyó en 52 salas de cine alemanas y continúa en exhibición, algo sin precedente para el cine mexicano en este país, ya que la proyección de producciones mexicanas aquí suele concentrarse en alguno de los muchos festivales de cine que se llevan a cabo durante el año. En la Berlinale, uno de los encuentros cinematográficos en los que cualquier cineasta quiere dar a conocer su trabajo, la proyección no suele ir más allá de dos presentaciones para un público limitado”.
Esto es precisamente lo que hay que reconocer al director Ramírez Suárez, es clara su visión, busca dar a los alemanes lo que quieren ver, hasta ese final feliz donde (alerta de spoiler) la jubilada como tiene garantizada su buena vida puede mandarle un millón de pesos a nuestro connacional que fue repatriado al descubrirse que era un sinpapeles. Y entonces todos son felices, desde el migrante que ya no tendrá que lidiar con la migra que siempre lo detiene, ese esperpento de abuelita de Ramón que sólo lo ve como un proveedor de sus medicinas, hasta el cine mexicano que al recaudar tanto en taquilla, abre la puerta para otros productos mexicanos tan ávidos de buenos niveles de audiencia comercial en el cine europeo.
¿Qué hacemos con la migración? Un tema que ha sido abordado por el italiano Riccardo Guastini, quien en defensa de esa característica inherente de los derechos humanos que es la universalidad, arguye cómo la “universalidad” lo es solo, en la medida en que se limite por las fronteras políticas; luego, los derechos no son tan humanos cuanto ciudadanos, aun y con este auge del respeto y la maximización de las potestades en materia internacional, pues, el derecho a la libertad de pensamiento, de credo o de ideología en la realidad no puede todavía disfrutarse en todos los puntos del orbe. Bajo este orden de ideas, lo cierto es que mientras el disfrute de los derechos dependa de la imposibilidad de gozar de la libertad de tránsito, estaremos lejos, por mucho, de llegar a un disfrute universal de las franquicias humanas.
Nuestro gran problema es que el sistema que utilizamos para evitar la inmigración ilegal es por mucho más tenebroso que las peores pesadillas de los mexicanos en Estados Unidos (los 72 ejecutados por el crimen organizado mexicano en San Fernando lo demuestran). ¿Acaso tendríamos que dejar la libre circulación, pues es un derecho humano universal? Es muy complejo el asunto, sin embargo, de lo único que estoy seguro es que en México aún debemos mucho a los migrantes que atraviesan nuestro territorio.