Por azares del destino y del público parece que algunos animales están condenados a ser más famosos que sus propios creadores, domadores o descubridores, tanto en la vida real como en la literatura. Pocos recuerdan a los cerdos matemáticos que proliferaron en el siglo XIX por las ferias de Inglaterra pero aún menos recuerdan el nombre de alguno de sus dueños. La araña de La telaraña de Charlotte, y más tras la película, es infinitamente más conocida que E. B. White, autor del imprescindible, aunque ya un tanto obsoleto, Los elementos del estilo. Moby Dick, omnipresente en el cine y en el imaginario popular, es conocido incluso por aquellos que no han leído la novela (“el mejor tratado de cetalogía”, según crítico, quién sabe con ironía o no) e incluso por aquellos que no reconocen el nombre de Melville.
Entre esos animales más famosos que los humanos que con ellos se relacionan está también Nessie, apodo cariñoso y popular con el que se conoce al monstruo del lago Ness, uno, probablemente el más famoso, de los casos de criptozoología. Un animal cuya fama ha hecho que hace unos días tuviera para él solo uno de los doodles, palabra de la que ya está casi olvidado su significado original, del buscador más famoso del planeta. Y es tal la fama del monstruo que ha eclipsado a cuantos con él se relacionan y que se resumen en tres categorías: los tramposos, aquellos que intentan lucrar o ganar fama con Nessie, los serios, buscadores infatigables de la verdad o, en este caso, la mentira, y los folclóricos, aquellos cuya relación con el monstruo parece más bien de novela o de historia para contar en un fuego de campamento.
1933 sería, si hubiera que seleccionar un año, el año que vuelve a poner de moda al monstruo más turístico de la historia. Ese año coinciden los tres tipos de personas. El 22 de julio de ese año George Spicer y su esposa reportaron el primer avistamientos moderno del, según ellos, “una forma de animal de lo más extraordinario”. Un mes después, más arriesgado, Arthur Grant dijo que casi había chocado con él yendo de noche en su motocicleta aunque por su fama de alcohólico irredento sus convecinos pensaron que no era sino una excusa exagerada para justificar un accidente. Y con la construcción de una carretera hasta el hasta entonces casi inaccesible lago (loch, no lake) ese mismo año se dieron más y más avistamientos de trabajadores de la carretera y de turistas que llegaban cada vez en mayor número con la esperanza de ver al aún no tan famoso Nessie.
Y 1933 es también el año de la primera fotografía y de la primera mentira o tomadura de pelo, según se vea. De Hugh Gray, de quien poco más se recuerda, es la primera fotografía, pero no la más famosa, de los cientos que proponen que es Nessie. Frente a la afirmación de Gray de que lo que se ve en la fotografía, borrosa y mala, es el monstruo, muchos de sus críticos afirman que es un labrador nadando en el lago con un palo en la boca. Y en agosto del 33 aparece también el primer artículo sobre el monstruo firmado por el italiano Francesco Gasparini que en 1959 confesó que lo que había hecho era convertir una noticia sobre un “extraño pez” en el monstruo inventándose todos los testigos oculares que citaba en su nota periodística.
En los años siguientes continuaría la combinación de superstición, deseo de fama y un afán científico de zanjar la cuestión. Uno de los mejores cazadores de caza mayor de Inglaterra, Marmaduke Wetherell, se lanzó al lago a cazar, vivo o muerto, a Nessie o lo que fuera, pero se tuvo que contentar con encontrar sus huellas en las orillas del lago, unas huellas que, para su desconcierto y ridículo, correspondían a las de un hipopótamo y que unos graciosos habían plantado allí, con sombrilla especiales, para desconcertar al cazador (Para vengarse de ellos, años después el hijo político de Wetherell fue uno de los que ayudó a fabricar un submarino con forma de Nessie que hizo que cientos y cientos juraran haber visto al monstruo de nuevo). Y mientras unos intentaban cazarlo, otros como el encargado de la vigilancia del lago, William Fraser, proponían que se impidiera el acceso a éste para preservar a tan exótico animal.
Es también de los años 30, concretamente de 1934, la fotografía más famosa del monstruo, también conocida como “la fotografía del doctor”, la fotografía que todos han visto, al menos, una vez en la vida. La fotografía fue una de las cuatro, las otras tres, dos quemadas y una borrosa, que tomó apresuradamente Robert Kenneth Wilson en 1934 y que fue publicada el 21 de abril en el Daily Mail. Como el ginecólogo de profesión no quiso que fuera atribuida a su nombre fue por lo que pasó a conocerse como “la fotografía del doctor”.
Hay, por supuesto, más nombres y más búsquedas, y hasta un google street view que permite (o permitía el mismo día del doodle) ver el lago pero desde la perspectiva de Nessie, pero ellos, Wilson, Wetherell, Fraser y, por supuesto, Spicer y Gray, fueron los pioneros en una historia que no parece tener final.
¿Por qué un monumento para los que buscan a Nessie? Primero, y sobre todo, porque lo hagan por el motivo que lo hagan, encontrar al monstruo o desenmascarar la mentira dan, en ambas facciones, una lección de convencimiento para estos tiempos tan creídos y al mismo tiempo tan descreídos. Y, segundo, porque todos no hacer sino seguir a san Columba, un monje irlandés del siglo VI que ya en el 565 le había dicho a una serpiente marina en el río Ness “No pases de aquí. No toques al hombre”.