Cuando usted y yo metemos la mano al bolsillo para ver cuánto dinero tenemos, lo hacemos con la expectativa de que haya el suficiente para satisfacer nuestras necesidades materiales, y con ello, adquirir los elementos que nos permitan tener una mejor calidad de vida. A esta esperanza económica favorable le solemos llamar bonanza, y todos aspiramos a que ésta se dé en un entorno de relativa estabilidad y duración.
Traigo a colación estos comentarios porque confieso que de inicio me llama la atención leer a Paul Krugman, el laureado Nobel de Economía, quien visitó México recientemente para dictar una conferencia magistral ante miembros de la Cámara Nacional de la Industria Mexicana, donde dijo, a boca de jarro, que usted y yo, traemos un mood, un humor de franco pesimismo, porque se nos está agotando la paciencia. Que ya estamos cansados de esperar el tan ansiado milagro mexicano, como fruto de las llamadas reformas estructurales.
Efectivamente, al inicio de su administración, el presidente Enrique Peña Nieto decidió emprender un ambicioso paquete de reformas estructurales que implicaron cambios significativos a las legislaciones de políticas públicas estratégicas, como la energética, financiera, fiscal, laboral, telecomunicaciones, educativa y política. Esta encomienda, lograda con éxito, le valió al presidente de la República un reconocimiento internacional, por el momentum mexicano, que como fresca brisa de renovación y cambio estaba soplando en las tierras del Anáhuac.
Pero mi excitativa tiene que ver precisamente con no caer en ese fácil ilusionismo, de que las siete reformas estructurales ya autorizadas en sus diferentes aduanas, vayan en automático a mejorar los ingresos de los mexicanos. Con una cierta dosis de realismo tenemos que asumir que las cosas no funcionan así cuando de reformas hablamos.
El proceso de cambio del país apenas está iniciando y forman parte de él, inclusive, las actitudes y reacciones de virulenta oposición que soterradamente algunos actores han emprendido contra el presidente, y que buscarán todavía, por un rato más, el naufragio del partido en el gobierno.
Al riesgoso tránsito de decisiones y análisis que culminó con la aprobación de dichas reformas, habrá de seguirle -como de hecho ya está ocurriendo-, un azaroso camino de implementación que demanda una enorme dosis de talento y mucha capacidad de respuesta estratégica en los policy makers mexicanos.
Los milagros no se dan en maceta, tampoco en automático, ni suceden por generación espontánea. Resta aún el pesado trayecto de una adecuada administración y manejo de todas estas iniciativas, si se aspira a que ellas traigan en el corto, mediano y largo plazos, la tan ansiada mejoría.
México, además de haber visto reducidos sus ingresos por la caída en los precios internacionales del petróleo, enfrenta el reto de cómo ganar una mayor competitividad, sacando ventaja a través de una correcta diversificación de sus exportaciones a Estados Unidos.
Thomas Piketty, destacado economista francés, en su libro Capital in the Twenty first Century, sentencia que “los mercados no existen en el vacío, normalmente suele haber reglas del juego en todos estos procesos de reforma, y estas han de establecerse a través de procesos políticos y legislativos”, por lo que debe de considerarse que no sólo se trata de retos de corte económico, sino también políticos, y que una virtuosa combinación de todos estos factores, debe traer como consecuencia, una mejoría en el bienestar de los mexicanos. Sólo entonces podremos decir que el milagro está ocurriendo.
Política de la buena: Los datos de la reciente encuesta nacional del periódico Reforma, aplicada en 1062 hogares, y publicada el lunes 30 de marzo, confirman que el Partido Revolucionario Institucional va rumbo a la victoria: el PRI registra el 32 por ciento de las preferencias, seguido diez puntos abajo por el Partido Acción Nacional, con tan sólo el 22 por ciento. El Partido de la Revolución Democrática se anota el 14 por ciento y el cuarto lugar lo disputan Morena y el Partido Verde, con 8 y 7 por ciento respectivamente.
El cielo de México es tricolor. Dependerá de los líderes estatales, candidatas y candidatos a diputados federales y coordinadores de campañas priistas conservar la cómoda ventaja.