Si México ha puesto su reloj a tiempo y en sincronía con las mejores prácticas y políticas internacionales vigentes en los países más avanzados en materia de Cuidados Paliativos, ¿cuál es el estado de la cuestión en Aguascalientes y el resto del sistema de Salud, en todas las entidades de la República? Para responder, tendríamos que la expectativa más obvia es que se pase de la política de salud escrita y promulgada a la aplicación práctica consuetudinaria de la prestación de servicios en cuidados paliativos, a partir de y desde su correspondiente infraestructura hospitalaria instalada y la inexcusable asignación respectiva de recursos explícitamente dedicados.
Afortunadamente en Aguascalientes dentro del sector social la fundación/asociación civil Intervive, cuyo lema institucional es “bien nacer, bien vivir, bien morir”, ha venido prestando sus servicios en Cuidados Paliativos, a partir de su fundación el 12 de diciembre de 2007. Sus catorce socios fundadores fueron: por Intervive Jalisco, dr. Miguel Ángel Ochoa Covarrubias, dra. Aida López Chávez, dra. Bernardette Casillas Sánchez y dra. Coppelia Vélez Hernández. Por Intervive México, dra. María de la Luz Casas Martínez, dr. Enrique Mendoza Carrera y dra. Silvia Allende Pérez. Por Intervive Aguascalientes, arq. Martha Elena Alba Macías Valadez, enf. Marta Richarte Guerrero, c.p Ricardo Franco Padilla, lic. Moisés Rodríguez Santillán, dr. Gerardo Macías López, sociólogo Eugenio Herrera Nuño y dr. Víctor Hugo Ruiz Ponce, presidente fundador. Este último sustentó para su tesis de maestría en esta materia, los fundamentos éticos inspirados en el pensamiento de Emmanuel Lévinas, (Cuidados Paliativos Oncológicos, UAA, México, 2008), de quien sintetiza:
“Desde el momento en que el otro me mira, yo soy responsable de él sin ni siquiera tener que tomar responsabilidades en relación con él; su responsabilidad me incumbe. Es una responsabilidad que va más allá de lo que yo hago”. Horizonte ético que él mismo enmarca con referencia a la dra. Marie-Charlotte Bouësseau G. (La Muerte como frontera de sentido), quien afirma: “La medicina paliativa es expresión de una responsabilidad social, también de una responsabilidad de la profesión médica frente a las necesidades de los más vulnerables: los moribundos. En este sentido es un acto de gratuidad social y profesional. Muchos códigos de deontología médica mencionan el deber de acompañar al paciente hasta el final como parte de la responsabilidad profesional. El compromiso de una sociedad moderna en favor de los pacientes terminales expresa su capacidad de enfrentar concretamente la finitud humana”.
Su colaboradora y miembro activo de la fundación, dra. Ma. de la Luz Casas M. reseña: “Es por esto tan importante el planteamiento que realiza el dr. Víctor Hugo Ruiz Ponce, excelente profesionista y humanista, quien desde una sensibilidad abierta a la trascendencia y a la responsabilidad presenta una reflexión a la vez conceptual y práctica, aplicable no solamente al mundo de la medicina, sino a la vida en general, pues las relaciones interpersonales están abiertas a todos, como seres interdependientes que somos”. En suma, dolor y sufrimiento tienen como correlato la ciencia y el compromiso interhumano.
Intervive como una asociación civil responsable ha adoptado entre sus mejores prácticas la de la transparencia. Gracias a ello podemos conocer los resultados de su actividad durante el año 2014. En el que nos reporta: 53 pacientes atendidos. 36% del sexo masculino y 64% del femenino. De los cuales el rango de edades puede ir desde un año y más hasta 90 años. Siendo más longevas las mujeres, seguidas de los hombres con edades de 25 años y más hasta 80 años. En el aspecto de financiamiento de los servicios prestados, se destaca que sólo el 13% de los pacientes atendidos lo hace con recursos propios; otro 13.33% lo hace recibiendo un subsidio parcial, 6.67% con un subsidio menor y el gran conjunto de 66.67% recibe el subsidio total de su atención íntegra. Lo que significa de parte de la fundación una ardua labor para obtener donativos en dinero y en especie, prioritariamente del sector privado; hasta la fecha no cuenta con un subsidio público que fuera proporcional al monto de sus servicios prestados.
Un aspecto por demás importante que indica el tiempo durante el cual los pacientes reciben cuidados paliativos, se calcula en semanas, y dentro del universo atendido, observamos que sólo un paciente recibió 48 semanas de atención, dos durante 24 semanas, y luego cae abruptamente la curva de tiempo de atención, reduciéndose de ocho a cuatro semanas en una decena de pacientes, y quedando el gran conjunto con sólo una o dos semanas de atención, previas a su muerte. Este dato nos indica con toda precisión que los pacientes son incorporados tardíamente a los cuidados paliativos y se hace por exigencia imperativa de su estado de dolor y ante un inminente desenlace. Sabemos que todavía a la fecha, los centros hospitalarios del Sector Salud incluyendo al IMSS y al ISSSTE no cuentan con clínicas de dolor suficientemente respaldadas en infraestructura, personal médico especializado, medicamentos y recursos diversos necesarios. Estamos en situación de un importante saldo social en esta materia.
El objetivo de los Cuidados Paliativos es precisamente “paliar” o “aliviar” el dolor, lo que tiene un gran sentido, precisamente para liberar al enfermo de debatirse irresistiblemente contra él, para brindarle en cambio un tiempo de calma, de paz, de serenidad, para ir cerrando los círculos abiertos de su vida, cara a cara con sus seres queridos, con la lucidez posible y la recuperación del aplomo personal ante las decisiones más apremiantes del término de su vida. Esta gran posibilidad nos la brinda el factor de la resiliencia (reslience, del inglés), que aplica no tan solo al moribundo, sino también a todos los miembros del entorno familiar y a los acompañantes profesionales que le brindan sus cuidados.
Efectivamente, el pensamiento indómito del filósofo Friedrich Nietzsche se vuelve un remanso de paz cuando en su obra Así Hablaba Zaratustra, desarrolla poéticamente la imagen de una palmera en el desierto, que recibe los rayos del Sol en el pleno de su zenit. Es una luz brillante tal que baña completamente a la palmera, sin dejar espacio casi a sombra alguna, y simboliza el estado más perfecto de aplomo de un ser; es decir, de pie, vertical sobre su eje. Cuando la palmera es doblegada por vientos borrascosos y es sacudida de un lado a otro como un ser indefenso, pero no se quiebra, resiste el vendaval y luego en el zenit solar, se muestra como lo que es un ser orgulloso de su aplomo para vivir. Sin duda una imagen maravillosa también de la resiliencia póstuma en la muerte.
La definición existencial de Ortega y Gasset: “yo soy yo y mi circunstancia” adquiere todo peso y toda su solemnidad. En el proceso de morir, estamos desnudos ante nuestra propia conciencia que, con toda su perplejidad, afronta la pregunta personalísima sobre la Trascendencia; la acepto o la rechazo, y lo hago en aras de mi libertad incondicional, opto con radicalidad sobre el sí o el no definitivo de la nube infinita de mis posibilidades para asirme al todo o dejar espacio al silencio de la nada. No hay acto cumbre del ser humano más digno, ni más sagrado, ni más íntimo que éste. Por ello mereció del teólogo húngaro católico, Ladislaus Boros, un extraordinario ensayo: “El hombre y su última opción” (Ed. Verbo Divino. 1977), del original Sacramentum Mortis o Misterium Mortis (1959). Los dilemas y el horizonte bioético quedan para ulteriores reflexiones.
En la vida de cada persona, como en la mejor tradición de la charrería mexicana, existe un momento cumbre que es “el paso de la muerte”. El jinete salta osadamente de un lomo a otro y se hace del mostrenco, sostenido solamente de un pretal en su monta y el virtuosismo de sus piernas, con tintineante sonido de espuelas, de ahí el arrebato de júbilo y aplausos. Al morir, mutatis mutandis, esta suerte espectacular de la charrería, replica el acto más puramente individual y primigenio aparte del nacimiento que es el tránsito de la muerte. Y ésta no admite reemplazos ni sustitutos. Iniciado el proceso biofísico de la involución se disparan los mecanismos y dispositivos vitales de la cesación de energía, por eso llamada entropía. Aquí, no cabe acto más sagrado y de mayor respeto que acompañar al moribundo en su acto de morir con dignidad.