Buenas noticias / País de maravillas - LJA Aguascalientes
24/11/2024

Una de las quejas más comunes, de autores y lectores por igual, que conozco es que los libros tienen una vida comercial muy corta: duran dos semanas en la mesa de novedades y, en menos de un año, desaparecen. Algunos llegan a los remates o las librerías de viejo, otros agotan la edición pero muy pocos son reeditados. Así, autores que en su día fueron importantes y famosos se van volviendo primero elusivos, después míticos. O son olvidados.

Por eso me emocioné mucho al descubrir, en la mesa de novedades, un libro de Gianni Rodari que nunca antes había visto: gordísimo, con el dibujo de un gato en la portada, y el título en letras de colores: Libro de la fantasía. Las mejores historias, editado por Blackie Books. Hay que señalar varias cosas: 1. Rodari es, desde mi pubertad, uno de mis autores favoritos. 2. La fantasía, como tema, es uno de mis favoritos. 3. El gato es mi animal favorito. 4. Los títulos en letras de diferentes colores… bueno, no es que sean mis favoritos, pero seguro que me llaman mucho la atención.

Además, el libro era gordo: en algunos casos eso podría significar que es un libro complicado o que tiene mucha paja; pero hablando de Rodari sólo puede significar una cosa: que me va a durar más que un libro flaco. Así que volteé el libro y me puse a leer la contraportada. Empezaba con una palabra en letras amarillas, enormes: NO. Y luego sugería al lector sensato no leer el volumen porque “se trata tan sólo de una recopilación de inocentes fábulas para niños que escribiera un tal Gianni Rodari (1920-1980), ‘ex seminarista cristiano convertido en diabólico’ según lo definió el Vaticano en el auto de excomunión”. Vaya. Yo soy fan de Rodari y no conocía esa parte de su historia. Por supuesto, una contraportada escrita con sentido del humor, psicología inversa y datos desconocidos de un autor que me gusta, resulta siempre muy tentadora.

Así que compré el libro. Cuesta cuatrocientos pesos, pero es gordo, yo le calculé 500 páginas. Una simple división me hizo calcular que salía a 80 centavos la página, lo que me pareció un buen negocio. Ya cuando lo abrí descubrí con alegría que tiene 764 páginas (sin contar el índice), o sea que sale en 66.666 centavos cada una (un número interesante, si consideramos lo de la excomunión, muajajá). Números aparte (que me hacen ver más fría y calculadora de lo que en realidad soy) descubrí que el libro incluye dos de los libros de Rodari que más me gustan: Cuentos por teléfono (que es una colección de historias muy breves y sencillas, aptas para niños más pequeños o personas de cualquier edad que no están muy habituadas a leer) y Cuentos escritos a máquina (sin duda, mi libro favorito de Rodari, con historias un poco más complejas y extensas pero sin que eso las vuelva inaccesibles para los lectores menos familiarizados con las letras). Además de esos dos, el libro incluye dos novelas cortas: El planeta de los árboles de navidad (con una segunda parte que, a imitación del formato enciclopédico, abunda en detalles de dicho planeta) y Érase dos veces el barón Lamberto, así como otra colección de cuentos: El juego de las cuatro esquinas. De estos dos no puedo decirles nada porque no los conocía y todavía no los leo. Pero, conociendo a Rodari, estoy segura de que me la voy a pasar muy bien con ellos.

Como confesé en mi entrega anterior sobre Gianni Rodari, para mí fue un golpe muy duro enterarme de su muerte. Ya he dicho aquí arriba que fue en 1980, es decir, bastante antes de que yo conociera su obra. No solo eso: a pesar de que lo leía con fruición, fue hasta que tuve unos veinte años que me hice consciente de que los números entre paréntesis después del nombre significaban que Rodari ya no iba a escribir nada nuevo. Yo sé que desde el primer libro que le leí venía ya su ficha con año de nacimiento y muerte: pero sus cuentos me parecían (aún me parecen) tan actuales, tan míos, que todavía ahora me cuesta creer que murió cerca de diez años antes de que me encontrara con sus letras por primera vez (ahora que lo pienso: me ocurrió lo mismo con John Lennon, que murió el mismo año).

En cualquier caso, el consuelo llega en forma de libro: nos quedan sus cuentos, que no son pocos. Y, cada cierto tiempo, la sorpresa: una nueva edición o un nuevo libro antológico, que hace el gusto de nosotros los coleccionistas, pero que, sobre todo, abre la puerta al mundo Rodari para las nuevas generaciones.

(La contraportada, en su último párrafo, tiene letras grandes en color verde: NO SIGA. Y luego dice: “No vaya a ser que este loco bajito que usted fue una vez, y al que tanto costó domesticar, no esté domesticado del todo… Quizá sólo esté dormido, y ahora puede despertarse, proferir un largo e irreverente bostezo, y tomar el control. Aténgase a las consecuencias”. Nada más cierto. El niño o niña que fuimos puede volver, igual que vuelven, pese a todo, algunos de nuestros autores más queridos).

 



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