En el marco del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, he decidido dar paso a distintos textos sobre dicha conmemoración, uno de esos textos valioso, sin duda, es el escrito en noviembre de 2009 por el poeta y profesor Juan Pablo de Ávila fallecido en mayo del 2012, debo de confesar que cuando él me compartió el texto, mi primera reacción fue rechazarlo por el título, luego lo comenzó a leer, al final terminamos riendo y pidiendo otra ronda de cervezas. Un texto vigente, provocador pero, sobre todo, certero, que desenmascara las razones por las que se nos acosa a las feministas y el porqué de muchas y muchos que pretenden hacer de esta lucha pura fanfarronería.
@Chuytinoco
Por qué odiamos a las feministas
Juan Pablo de Ávila
Veinticinco a treinta mil años, Antes de Cristo, comenzó el esclavismo tributario y según Engels, la primera forma de sometimiento humano fue la esclavitud de las mujeres. En ese periodo el machismo patriarcal se instauraba en prácticamente todo el mundo. Hay todavía algunas etnias que mantienen una sociedad matrilineal, pero son muy raras excepciones. El patriarcado machista hizo de la mujer un botín de guerra y conquista. La mujer fue y es un producto de satisfacción masculina, un objeto comerciable o conquistable, en ese sentido, se le considera inferior intelectual y socialmente, la feminidad o es ridiculizada o demonizada. El gran dilema es que hace treinta mil años atrás, comienza, lo que llaman los antropólogos: LA HISTORIA, y con ella el nacimiento de la civilización, la agricultura, las ciudades, el lenguaje escrito, los Imperios; lo que llamamos “cultura” tiene como basamento la violencia de género, una misoginia preclara y, en muchos casos, sutil, barniza todos nuestros actos y lenguaje. El repudio a lo femenino lo llevamos marcado en nuestro “gen” civilizatorio. Nuestra “Historia”, desde su nacimiento, está violentada; marcada por el odio, la competencia y la muerte, a treinta mil años de su nacimiento, y aunque las mujeres han conseguido algunos derechos, esta historia sigue navegando en un mar de desprecio.
La violencia machista generadora de este “sistema civilizatorio” está permeada en lo más profundo de nuestro ser y no solamente en el de los hombres, a los que nos beneficia por naturaleza -el nacer con pene da un plus natural en nuestra sociedad-, sino también en las mujeres; ahora, sobre todo, que vemos cómo mujeres derechistas empoderadas confunden el hembrismo con el feminismo e implantan relaciones o políticas violentas e inequitativas, que no tienen ninguna diferencia con el machismo conservador que ha dominado toda nuestra historia, un ejemplo preclaro de lo que manifiesto es Elba Esther Gordillo o Marta Sahagún.
Este odio profundo a lo femenino, también es apenas un inicio de reflexión en los estudios y análisis de género que comienzan a elaborarse a finales de los años sesenta. De esa manera, los estudios sobre el “ser mujer” o el “ser hombre”, fuera de la violencia machista, apenas están comenzado. Y sin embargo, como lo manifestaría, Luis González de Alba, en este sistema mucho la llevamos de perder los hombres, porque se nos impone una relación permanente de confrontación y disputa, en la que la muerte nos ronda a cada instante. Cierto, aunque pocos hombres pretenden zafarse de esa lucha y competencia perpetua. Cierto, pero no todos hombres. La inmensa mayoría de los hombres quiere y persigue el juego de la violencia y la competitividad para perseguir las altas esferas de la jerarquía social, desde las direcciones empresariales, los liderazgos partidistas, hasta las jefaturas del crimen organizado. Si los estudios y reflexiones de género dirigidos a la mujer aún son reducto de especialista o académicas -las feministas de universidades también son, por lo común, comidilla de sus propios compañeros “académicos”- los estudios sobre masculinidad son aún más pobres y precariamente apoyados. Muy posiblemente este desinterés de los hombres por los estudios de la masculinidad se deba, como el propio machín de González de Alba, a que como hombres podemos perder muchos privilegios: no es lo mismo ser gay pasivo y jugar el juego de la esposa en una relación de machos, que ser equitativo y justo con tu propio compañero gay. Por eso, y como pudiera decir La Tigresa, a calzón quitado, intrínsecamente odiamos a las feministas. Creo, sería una hipocresía que algún hombre se declarara 100 por ciento feminista, cuando menos creo que, en una sinceridad, reconocer que en nuestras contradicciones queremos y perseguimos ser otro hombre, otro ser masculino alejado del que se nos ha querido imponer por una inercia estúpida. ¿Cuáles son aquellos privilegios que perderíamos los machines si apoyáramos a las feministas?
No queremos a las feministas porque:
*Igualan en grandeza sexual el penetrar y ser penetrado. *Nos quitan la grandilocuencia de la conquista. *Ahora resulta que dios también puede ser mujer, si seguimos así, llegará el día que dios sea una vestida. *Nos quitan el placer del sojuzgamiento. *Ante la mujer maniatada somos dioses. *Nos quitan la miel del sometimiento. *Pretenden quitarnos nuestro objeto de carne y sangre. *Harían ver a nuestros grandes imperios (Roma, Grecia) como ridículos. *Pierdes la mucama, la cocinera, la sirvienta, la mesera, la lavandera y la prostituta gratuita. *Lavarse los calzones cuesta tiempo, dinero y esfuerzo. *Las mujeres quieren dominar el mundo, no lo podemos permitir: mejor que lleguen los marcianos. *Pierdes la niñera y la psiquiatra escuchadora de traumas. *Ponen en entredicho nuestra superioridad intelectual y física también. *Nos hacen ver bárbaros y tontos. *¿Y luego, quién se va a ponerse los tacones y las medias? *Ahora resulta, que el puto soy yo.
-Texto publicado en el ZIN “No es NO” de la Escuela Feminista, el 25 de Noviembre de 2009