Nohemí, Lupita, Verónica, Karen, María, Paola, y la lista sigue. No, no son nombres al azar, son niñas, jóvenes y adultas que fueron separadas de su familia, que de forma violenta acabaron con su vida sólo por ser mujeres. Aunque para muchos es sólo un asunto de moda (que hasta pone a las artistas hollywoodenses como Emma Watson al frente de la Organización de las Naciones Unidas), para esta casa editorial es un tema que ponemos en la mesa de debate e intentamos informar a nuestros lectores más allá de lo que nuestro procurador Felipe Muñoz llama sólo números, olvidando que, ante todo, son personas con derechos humanos.
En los últimos meses he escuchado a varias familias de personas desaparecidas (hombres y mujeres), donde se destaca un común denominador: la insensibilización de la autoridad. No existe ningún tipo de trato considerado hacia el dolor y la preocupación que estas personas viven, aun sabiendo que desde la normatividad federal todas las entidades están obligadas a aplicar un protocolo de actuación para la investigación de personas desaparecidas.
Comencé con nombres del sexo femenino no por discriminar al hombre, sino porque pretendo un poco visualizar la grave problemática que tenemos tanto en Aguascalientes como en Jalisco y Zacatecas. Hace unos meses organizaciones civiles de nuestra entidad comenzaron a observar casos semejantes de chicas adolescentes desaparecidas y asesinadas brutalmente en nuestros estados vecinos, aunque las autoridades no han querido reconocerlo (o más bien han buscado esconderlo), se cree que hay algún tipo de red de trata de blancas operando libremente.
Recordemos que en 2009 y 2010 el Sistema Interamericano de Defensa y Protección de los Derechos Humanos, integrado por la Comisión y la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CorteIDH), emitió tres sentencias al Estado mexicano sobre casos de violencia contra niñas y mujeres, responsabilizándolo de incumplir su deber de investigar y garantizar los derechos a la vida, integridad y libertad personal de las víctimas y su derecho de acceso a la justicia.
Una vez más México fue foco de atención de todo el mundo, sin embargo sólo se les ocurrió, en junio de 2011, definir como mandato constitucional el que las autoridades tengan la obligación de promover, respetar, proteger y garantizar los derechos humanos en conformidad con los principios de universalidad, interdependencia, indivisibilidad y progresividad. Algo que, a cuatro años de distancia, sólo quedó en letra muerta.
El artículo 5 de la Ley Orgánica de la Procuraduría General de la República obliga a la institución el elaborar y aplicar protocolos de investigación de delitos con perspectiva de género, para la investigación de los delitos de feminicidio, contra la libertad y normal desarrollo sicosexual. A pesar de ello, a la fecha tenemos aún a 16 estados del país que no lo cumplen, entre ellos nuestro querido Aguascalientes, y no vemos para cuándo la Procuraduría (próximamente Fiscalía General) comenzará a trabajar en uno local.
Bien lo dijo el papá de María Guadalupe Vázquez (adolescente de 13 años asesinada en Encarnación de Díaz) y de Andrea Nohemí Chávez (joven aguascalentense asesinada en 2012), “el meter a la cárcel más años no me regresa la vida de mi hija, pero al menos le evito el dolor a otra familia de pasar por lo mismo”; lamentablemente por no contar con un protocolo (que bien pueden encontrarlo en la página de la PGR, así de sencillo está), éstas desapariciones y feminicidios pasan por debajo de la mesa y sin llevar una investigación adecuada.
Siempre vemos en las noticias televisivas que son los estados del norte del país donde ejecutan, violan, roban y prostituyen a las mujeres y niñas, haciéndonos pensar que aquí en el estado de la gente buena, tan lejos de ese mundo, no pasa nada; pues no es así, existe una preocupante realidad en materia de inseguridad hacia este sector, se les hace fácil amedrentarnos con agresiones físicas o de palabras, nos creen débiles, nosotras nos creemos débiles.
El asunto, creo yo, comienza desde casa, si la mamá les inculca a las hijas que su deber como mujer es atender al hombre y hacerse cargo de los deberes del hogar, esa creencia de las niñas permanecerá hasta con sus hijas y así dejando una cadenita de violencia. Si al niño le inculca el padre que la mujer está para satisfacer sus necesidades sexuales y de alimentación, ese menor crecerá violentando a las mujeres, claro ejemplo: niños de primaria chiflándole y gritándole “mamacita sabrosa” a una chica con vestido y tacones.
Escuche (lea) bien: no nos vestimos para satisfacer su vista y órgano sexual, nos vestimos con falda, vestido o escote y tacones porque así nos gusta, así nos sentimos bien.
Pueda que estas líneas suenen un tanto pesimistas, pero ante el panorama observado no puedo escribir de otra cosa; la legislación mexicana está mal hecha, la impunidad persiste por la corrupción y falta de voluntad política, la violencia de cualquier tipo cada vez es más grave, cientos de familias día con día están sufriendo la pérdida de un ser querido; pasa el tiempo y nuestro México lindo y querido está perdiendo su esencia. Mientras tanto, allá afuera en el mundo real, estamos sentados cruzados de brazos ignorantes de todo.