Quien se interese por este artículo seguramente estará por concluir la tercer temporada de la afamada serie de Netflix, House of cards, o bien, será aquel que apenas esté empapándose de una exitosa producción que da muestra de la situación actual, en términos políticos, por la que atraviesan muchos de los países, a pesar de que pretenda ser el reflejo de lo vivido en la Casa Blanca y el Capitolio de los Estados Unidos de América.
Para entonces, el lector ya podrá discernir entre algunas de las principales diferencias y semejanzas del contexto que gira entre los Underwood, respecto del caso mexicano. Por principio de cuentas, es menester subrayar que aquél que crea que lo sucedido en los pasillos de la Casa Blanca y el Congreso de los Estados Unidos, pero principalmente fuera de ellos, en las esferas menos esperadas pero de mayores implicaciones políticas, sólo es parte de una dramatización novelesca, está equivocado, y tal vez tenga que pensar seriamente en cambiar su perspectiva, o bien, de serie.
House of cards, como he dicho, no sólo es reflejo de la realidad estadounidense, también lo es de muchos otros países, entre ellos México, que tal vez sin darse cuenta, da muestra de los escenarios que caracterizan a la política, con la generación de acuerdos, la dominación y el poder, el intercambio de favores, el cabildeo, entre otros elementos intrínsecos de las esferas gubernamentales, que no se encuentran exentas de la corrupción, y el asesinato como estrategias para la consecución de los fines.
Equivocadísimo, y al borde del colapso, también está aquel que vea a Enrique Peña Nieto y Angélica Rivera, como el reflejo de Frank y Claire. Pero en lo que tal vez no esté equivocado, y donde reside el título de esta colaboración, se basa en la perversión del comportamiento de actores de la realidad vs. escenas reflejo de un libreto.
La perversión de ambas partes se desprende de elementos que comparten “locaciones” similares: la corrupción y el manejo “por debajo del agua” de las decisiones políticas y gubernamentales, una de las tantas razones por las cuales la serie puede resultar adictiva para muchos de sus seguidores, sobre todo, aquellos que llegaron a terminar la primera y segunda temporada en menos de una semana, y que para la tercer temporada sólo les restó un día y medio.
México y el entorno de los Underwood no sólo se relaciona con la desaparición y muerte de periodistas, como fue el caso de Moisés Sánchez, Regina Martínez, entre otros, que en la serie pueden relacionarse con el asesinato Zoe Barnes; también se vincula con la muerte de políticos y legisladores a lo largo y ancho del país, como el priista jalisciense, Gabriel Gómez Michel, que en la serie puede relacionarse con la muerte del congresista Peter Russo, en una caracterización basada en la conceptualización de desaparecer a quien significa un estorbo para los fines políticos o económicos de un poderoso tomador de decisiones; la versión mexicana sobre el aprisionamiento de Pedro Canché Herrera, en Quintana Roo, que pudiera relacionarse con la detención de Lucas Goodwin, un incisivo investigador que pugnaba por hacer pública la verdad sobre la muerte de Barnes y su vínculo con Frank; los cambios en los gabinetes presidenciales; la censura a la que fue sometida Janine Skorsky; el cabildeo de las grandes transnacionales con los legisladores, y la labor de Remy Danton, quien seguramente pudiera caracterizarse con cualquiera de los cabilderos que estuvieron trabajando para la aprobación de la Reforma Energética, y ahora tienen sus ojos puestos en la Ley de Aguas, entre muchos elementos y caracterizaciones que por más que parezcan estar ligadas sólo con una serie, pueden convertirse en una clara maquinación de la realidad.
Habrá también, muchos legisladores federales, locales y funcionarios de los diferentes niveles y esferas de gobierno que viendo la serie se incentiven a adoptar esquemas similares para conformar, plantear, discutir y aprobar las iniciativas, pero tendrán que tener en cuenta un importante número de elementos con los que seguramente no estén familiarizados; en primer lugar, no existe una receta para la conformación de acuerdos; en segundo lugar, la inteligencia y sutileza con la que se manejan los personajes es digna de un libreto ensayado; en tercer lugar, el poder político del crimen organizado en México resulta un elemento poco relacionado o equiparable en la serie norteamericana; y cuarto, nadie tiene un Doug Stamper consigo.
No, señores políticos, la América Trabaja no es el programa de empleos temporales de México, como no lo es la Reforma Educativa en ambas situaciones. No, estimados legisladores federales, la dinámica del Capitolio no es la misma que la del Senado y San Lázaro. Tampoco la Casa Blanca e inteligencia de Frank y Claire jamás se asemejará a Los Pinos, Peña Nieto y Angélica Rivera. Ni jamás Miguel Ángel Osorio Chong llegará a tener algún resquicio de las habilidades que demostraron Linda Vázquez y luego Remy Danton.
Las perversiones entre la pantalla chica y la realidad suelen ayudarnos a discernir entre ambas situaciones, no todo es blanco o negro, no todo es un reflejo directo, y no todo son acciones aisladas.