Del recuerdo. La suerte cambió para Mirruña, el día que los grandes ojos verdes de Martha, su protectora de ahora en adelante, la miraron. Ella y su hermana, compañerita de camada, Nube, fueron tocadas por la bondad humana, y pasaron de hurgar entre la basura buscando algo que comer, a un bello hogar en el Barrio de la Púrisima, en la antigua calle de los Patos. La pequeña Nube desnutrida y enferma sucumbió, pero no así Mirruña, que habitaría su casa y haría del Centro Histórico de Aguascalientes su casa.
Usted la conocía. Era esa pequeña perrita maltesita que portaba un mexicano paliacate al cuello, y que en la entrada de la Casa de la Cultura acompañaba al joven bajista que alegraba nuestro paso por la calle Venustiano Carranza.
Mirruña fue un personaje citadino durante largos doce años. Muchas calles recorrió al lado de su querido Chitín, incluso en la populosa Feria de San Marcos se le veía estar junto al querido “amo”, que vivía despreocupado su adolescencia y juventud, con la complicidad de la Mirrus que veía y callaba.
Algunas veces el joven músico se dejaba ir por la música de la vida o por la belleza de sus musas y, dejaba atrás a Mirruña. Inteligente y valiente, la pequeña maltesita volvía sobre las huellas de sus propias patitas y encontraba, una y otra vez, el camino a casa; desde donde esperaba impaciente y expectante el retorno del joven soñador.
Multiplicó su especie la coqueta maltesita. En “su época”, Amigos Pro Animal aún no tenía, como en estos tiempos, una campaña permanente de esterilización de mascotas; de hecho su pequeño Saturnino aún habita la calle de los Patos, con la también rescatada Prudencia, la gata Josefa y otros.
Unos meses antes de su muerte, la hermosa Mirruña decayó en ánimo, dejó de tener apetito y, por increíble que parezca, dejó de tener ánimo de salir a pasear. Se le veía nostálgica y meditabunda, como repensando y recreando los largos viajes vividos. Se le veía interiorizando indescifrables recuerdos caninos. Quizá viejos amores, quizá el infortunio de su desamparado nacimiento, quizá la madurez de su amado y joven músico, que gozaba ya de otras compañías.
La semana pasada volvió el ánimo a Mirruña, comió con el apetito de antaño y gozó de una hermosa mañana en la compañía de Martha, su rescatista. Jugó con su pequeño Saturnino y toleró, paciente, las audacias de Prudencia. Antes del atardecer alguien debió ir a “la tienda de la esquina” y Mirruña se ofreció gustosa a acompañar al marchante. Por única vez, esta vez, Mirruña no volvió. Y no es que no supiera encontrar el camino. Es que encontró un mejor camino, y alegremente lo siguió.
Cuando pase usted, querido lector, apreciable lectora, por la Casa de la Cultura, imagine a la pequeña Mirruña con su paliacate al cuello sentada justo en la entrada. Quizá no haga falta imaginar, sino mirar con los ojos del alma para darse cuenta de que sigue ahí, viviendo para siempre entre música y entre musas.
Del olvido. Ya le había yo “quedado mal” un par de ocasiones a Elenita Bernal cuando de teatro se trataba. Así que ese jueves estuve muy puntual a las 8:30 de la noche, en Teatro La Saturnina. Como la obra tenía por título Las Memorias de Habacuc, yo creí que disfrutaría de algo al estilo de Las Mil y Una Noches, por lo que me acomodé en una mesa alta de esas “periqueras” y me dispuse a entrar en una noche de ensueño árabe.
Pues nada, que el ensueño que esperaba derivó en olvido. En el mundo del presente. En el mundo donde sólo se accede al pasado, luego de un gran esfuerzo para entrar, en eso que con tanta cotidianeidad llamamos “memoria”, sin darnos cuenta que hay para quienes se ha perdido, y por tanto, no existe. No existe la memoria.
El maestro Fernando López, actor y director, nos adentró en el caos del olvido. Nos llevó al punto en que nuestro propio nombre nos sonó ajeno. Al punto en que a la desmemoria se le llama locura. Al lugar en donde están muchos de nuestros ancianos y ancianas, en que la compasión humana también se ha olvidado, y su extravío implica encierro, abandono y otro tipo de olvido: el de los hijos, hijas y familiares del enfermo de alzheimer.
Sin embargo, la desmemoria de Habacuc no se presenta como trágica. No. Todo lo contrario. Va usted a reír mucho con el mal humor del personaje hacia sus olvidos, y con las imprevisibles consecuencias de sus lagunas mentales. Y si a eso le añade la siempre cálida atención de la maestra Irma González en La Saturnina, pues la va a pasar muy bien. Sólo recomiendo no hacerse “el olvidadizo” a la hora de pagar la cuenta, no vaya usted a terminar como el genial Habacuc, embrollado en medio de sus propios olvidos.
¡Nos vemos en la próxima! Recuerde usted que en esta, su cocina, se come, se lee, se estudia y se conversa de todo. Particularmente de política.
CODA cultural. Las Memorias de Habacuc. Monólogo. Dirige y actúa: maestro Fernando López. Todos los jueves de marzo y abril a las 20:30 horas en Teatro La Saturnina, Venustiano Carranza 110, centro, Ags.
Gracias por sus comentarios, referentes a su experiencia en la función de teatro de Las memorias de Habacuc en La Saturnina. Atte. Fernando López Hernández.