Hay ciertos temas de los que uno no puede abstraerse. El de esta semana, sin duda, el despido de Carmen Aristegui. Como casi siempre, me interesa poco el fenómeno visible, que puede desestimarse muy fácil, después de todo ¿por qué debería inquietarnos tanto que alguien sea despedido de su trabajo? En este caso particular ni siquiera debería sorprendernos: Aristegui tiene un amplio historial de desavenencias con las diferentes compañías que ha trabajado, incluida esta última.
Hace unas semanas escribí en esta columna sobre la moda de la indignación en las redes sociales y cómo había un campo semántico tan amplio que terminaba por banalizar todos los temas: el tópico de moda alcanza en el termómetro los mismos likes o retweets independientemente si es sobre el color de un vestido o una reportera despedida.
Que hay un descontento social con la situación actual del país, nadie lo ignora. Que la indignación mantiene la sensibilidad a flor de piel es algo que se hace presente en cada pifia de la clase política, desde la más grave hasta la más intrascendente, desde aquellas que le corresponden hasta las que no. Pero vamos por partes.
El año pasado cuarenta y tres estudiantes de la normal de Ayotzinapa desaparecieron. El gobierno municipal resultó involucrado, el federal se tardó tanto en reaccionar que para cuando intervino y dio su versión de los hechos fue demasiado tarde para el ánimo popular. Por algunas semanas daba la sensación de que el país completo estaba unido en una exigencia de justicia, que por fin había sucedido algo que provocara un cambio a muchos males que nos aquejan. Semanas después apareció el tema de la Casa Blanca. Los contratos millonarios y otros temas se superpusieron hasta mezclarse con entregas de premios y vestidos de diseñador.
Aristegui es un tema de moda, una gota más en un vaso que parece a veces estar a punto de desbordarse. ¿Será acaso más que eso? ¿Podremos achacarle esto a un gobierno que algunos pintan casi como un totalitarismo? ¿Será que una empresa reaccionó ante la presión de “El Estado”? Ignoro las respuestas y tal vez, para mis propósitos, son innecesarias por ahora. Acostumbro esforzarme mucho por analizar la situación desde los datos que tengo y mi postura casi nunca contempla suposiciones tan arriesgadas. En función de la economía, procuro discernir con lo que hay: Carmen Aristegui, una líder de opinión ha sido despedida de una empresa privada, nadie la ha callado, sólo la han dejado sin trabajo. ¿Es esto censura o coartar la libertad de expresión? Yo no lo creo. Porque ella no es la vocera ni la representante de la libertad de opinión. Como no hay pruebas de que el gobierno esté detrás es justo decir que cualquier empresa tiene el derecho de prescindir de los servicios de alguien y para ello se contemplan formas legales que van desde la indemnización hasta la restitución de las funciones. Por cierto, también creo que -otro tema es que haya coerción de por medio- cualquier empresa, aunque sea de comunicación, tiene derecho a fijar posturas ideológicas, aunque a algunos les parezcan nefastas.
Pero en medio de todo esto veo que la discusión en los medios se ha centrado en Carmen Aristegui: entre los que la defienden y la santifican en despropósitos monumentales como promoverla para presidente y los que la atacan como la conflictiva, ambiciosa y hasta la exhiben como alguien “socialista” que gustosa aceptaba más de un millón de pesos mensuales.
En medio de esto creo que más que discutir sobre los contenidos o ser críticos con ellos, debemos simplemente ser defensores de la libertad de expresión: si al final hay un mínimo indicio de que esto es una artimaña para que se calle una voz crítica, debemos empezar a reconocer los espacios alternativos y apoyarlos para que así como coincidimos en los plays de los vídeo de gatitos, del werever o wherever, todas las voces que denuncian o muestran el descontento con el gobierno (no sólo la de Aristegui, pero también la de ella, no sólo con el de Peña, pero también con el de él) tengan eco, porque estemos de acuerdo en las formas o no, no son tiempos de derrochar la oportunidad de escucharlas. Incluso por un mero ejercicio de equilibrio. Como somos corresponsables todos de la realidad que habitamos, apostemos pues por la crítica más allá de marcas, de los villanos, de las heroínas o las radiodifusoras.
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