Moscú, Unión Soviética. Otoño de 1948. Hablando ruso con un fuerte acento georgiano, el vozhd (líder) del mundo comunista se dirige hacia el representante de los ferrocarrileros rumanos, Gheorghe Gheorghiu-Dej, y le ordena: “Debes mantener al pueblo ocupado. Dales un gran proyecto que llevar a cabo. Haz que construyan un canal o algo parecido”.
Obedeciendo al pie de la letra las órdenes de Iósiv Visariónovich Dzhugachvili, más conocido como Stalin, el 25 de mayo de 1949 el Politburó rumano cambia la ley para permitir la construcción del canal Danubio-Mar Negro. Un proyecto carente de base económica o sustento medioambiental.
Las escenas arriba descritas, nos sirven como prólogo al presente artículo el cual pretende explicar la relación entre agua y despotismo.
En el Londres decimonónico, un refugiado político alemán llamado Karl Marx pasaba horas devorando libro tras libro en la sala de lectura del Museo Británico, gracias a esas lecturas -las cuales le servirían de base para la elaboración de su obra maestra, Das Kapital-, el metafísico germano pudo publicar en 1858 su librillo Formaciones económicas pre-capitalistas.
En la precitada obra, Marx revela que las “condiciones objetivas impusieron la unidad de las comunidades para empresas comunes como las canalizaciones de aguas, las vías de comunicación e intercambio para la subsistencia”.
Es decir, era menester alistar trabajadores y cerciorarse que cumplirían con la tarea encomendada. De igual manera, era imperativo diseñar, planear y conducir la faena. Para lograrlo, se necesitó instalar una autoridad centralizada encarnada por el déspota (proveniente del griego despótis, dueño, señor absoluto).
Marx, “un ejemplar panfletista político francés, comentarista menor sobre economía política británica clásica y estudiante alemán de la metafísica hegeliana” (Tony Judt dixit), determinó que esa figura despótica había asumido diferentes nombres para diferentes culturas: faraón, emperador, zar, inca, tlatoani.
Ya en el siglo XX las ideas de Marx sobre el “despotismo asiático” serían retomadas por el literato, cronista y sinólogo alemán Karl A. Wittfogel. En sus inicios, Wittfogel era un ferviente comunista, incluso fue detenido por la Alemania nazi aunque después liberado. La fe de Wittfogel en que el comunismo representaba “la aurora de un mundo nuevo” fue hecha añicos por la alianza germano-soviético cristalizada en el pacto Molotov-Ribbentrop.
En 1957, Wittfogel publica Despotismo oriental, en donde analiza la historia del antiguo Egipto y Babilonia. En el caso de Egipto, los faraones -considerados descendientes de los dioses- construyeron obras hidráulicas para aprovechar el agua del río Nilo.
Para ello, crearon sólidas estructuras políticas para reforzar la unidad y concentrar todo el poder en sus manos. Uno de sus funcionarios más importantes era el Adj-mer (cavador de canales), lo cual demuestra la atención que las obras de riego merecían para los faraones, pues de ellas dependía la riqueza del reino.
Wittfogel concluía que los regímenes despóticos como el antiguo Egipto y Babilonia y sus clones modernos, la Unión Soviética y la China comunista, utilizaban el agua para premiar a sus leales y castigar a los disidentes.
El vaticinio de Wittfogel ha probado ser cierto: en los años 60 del siglo pasado, el gobierno soviético decidió desviar los ríos Amu Darya y Syr Darya que alimentaban el mar de Aral -entonces con una extensión de 68 mil kilómetros cuadrados. Cinco décadas después, el mar de Aral tiene agua en el diez por ciento de su superficie y el resto es un yermo arenoso.
En 1991, el dictador iraquí Saddam Hussein ordenó, como punición a los árabes de los marjales, desviar el curso de los ríos Tigris y Éufrates, y de esta manera castigarlos por su rebelión. Los habitantes de las ciénagas, quienes pescaban en las lagunas, cocían el pan en hornos rústicos y pastaban carabaos, vieron como su hábitat, el cual no había cambiado en cuatro mil años, era destruido por el déspota nacido en Tikrit.
En la actualidad, las marismas iraquíes tienen una alta salinidad, hay indicios de desertificación y varias especies de fauna y flora endémicas corren el peligro de extinguirse.
Respecto al agua, cuyo acceso y disposición está garantizado en el artículo 4 de nuestra Carta Magna, me gustaría citar las palabras del gran florentino, Nicolás Maquiavelo, quien en su libro Discursos sobre la primera década de Tito Livio dice: “Lo que hace grandes a las ciudades no es el bien privado, sino el bien común”.
Aide-Mémoire.- Al fracasar en Ucrania, los Estados Unidos han decidido que su próximo objetivo es Venezuela.
* Colegio Aguascalentense de Estudios Estratégicos Internacionales, A.C.