De origen, esta columna tiene como finalidad provocar el diálogo con os lectores, ser un pretexto para intercambiar puntos de vista. Es por eso que hoy me congratulo de ceder mi espacio esta semana al doctor en Filosofía Mario Gensollen, quien hace una revisión y apuntes de mi columna del sábado pasado La ética de la creencia. Agradezco su interés de réplica, que siempre es una maravillosa oportunidad de aprender. Sirva el ejercicio para incentivar el Disenso.
La ciencia y la vida práctica
Mario Gensollen
Hace un par de días quedé de ir al cine con una amiga. Debido a la pobreza de ofertas de la cartelera, nos debatíamos entre ver una película dominguera o una que quizá sólo fuese un churro, pero que aparentaba al menos otra cosa. Nuestras dudas surgieron frente a la taquilla. ¿Qué película ver? Carecíamos casi de cualquier evidencia que apoyara nuestra decisión. Cualquier curso de acción comportaba un riesgo. Había altas probabilidades de salir decepcionados, no sólo de haber gastado unos pesos en las entradas, sino de perder un par de horas de nuestro tiempo. Pero, repito: estábamos ya frente a la taquilla. La otra opción era abandonar el plan inicial e ir a cenar o hacer cualquier otra cosa. Pero nos apetecía ver una película. Teníamos que tomar una decisión. Y la tomamos. Entramos a ver la que podía ser un churro, y que en efecto lo fue.
Este tipo de situaciones las vivimos todos a diario. Tener que actuar con base en evidencia nula o insuficiente. Día a día nuestras creencias juegan un papel importante en nuestras decisiones: dado que creemos algo, actuamos de un modo y no de otro. Sin embargo, como ya lo he sugerido, muchas veces no contamos con creencias firmes para actuar con paso firme y seguridad plena. Tenemos que arriesgarnos. La vida, dicen y con razón, está plagada de incertidumbres.
La semana pasada leía con gusto la columna de Alejandro Vázquez Zúñiga; con gusto, no sólo porque siempre es un placer leer a mis amigos, sino porque Alejandro planteaba un problema perpendicular al que ahora yo planteo y es de suma importancia. A raíz de un debate académico que suele ser denominado “ética de la creencia”, él nos alertaba de la importancia que tiene actuar con base en creencias que han sido formadas a partir de evidencia suficiente. Lo cierto es que las personas no actuamos así, y Alejandro nos convencía de que buscásemos hacerlo. Alejandro, pienso, tiene razón; no obstante, hay una distinción que omitió en su columna y veo pertinente hacerla ahora.
La distinción tiene que ver tanto con el papel que las creencias y los deseos juegan en nuestras acciones; así como entre los intereses que están en juego cuando actuamos. De manera simple habría que decir que todas nuestras acciones dependen de los contrapesos entre nuestros deseos y creencias. Algo que la teoría de la decisión (usada frecuentemente por los economistas) ilumina. Pensemos en una apuesta: si puedo determinar que es más probable que yo gane a que tú lo hagas, parece que la apuesta es atractiva y debería arriesgarme. No obstante, a pesar de que el riesgo es mayor para ti que para mí, nuestros deseos juegan un papel determinante: si puedo determinar (y por tanto, creer) que es más probable que tú ganes a que yo lo haga, pero la apuesta me estimula (mi deseo de ganarla es fuerte), también apostaré. Esto explica por qué las personas compran billetes de lotería a pesar de que sea altamente improbable que ganen.
Ahora, la otra diferencia. Cuando las personas hacemos ciencia nuestros intereses son exclusivamente teóricos. Es decir, sólo nos importa que nuestras creencias sean verdaderas y estén justificadas. Cualquier intromisión de asuntos prácticos en la formación de creencias, en este contexto, es un error metodológico. Sin embargo, cuando tenemos además intereses prácticos -lo que sucede casi en cualquier otro contexto que no sea el de la ciencia- las cosas no funcionan así. Debemos actuar bajo incertidumbre. Por tanto, aunque nuestras creencias para tomar un curso de acción carezcan de un soporte adecuado a partir de la evidencia, es perentorio que decidamos. En este otro contexto, los intereses prácticos muchas veces mandan sobre los teóricos.
Concluyo. Alejandro tiene razón: formar creencias plenas a partir de evidencia insuficiente es siempre un error. Sin embargo, a veces debemos actuar a partir de evidencia insuficiente. Esto se explica porque los intereses prácticos involucran en mayor medida deseos que creencias. Cuando nuestros intereses son exclusivamente teóricos las creencias son más fundamentales que los deseos. Podríamos desear con ahínco que nuestra teoría sea verdadera, pero defenderla contra la evidencia de su falsedad es un fallo epistémico. No así en la vida: muchas veces actuamos movidos por deseos hondos y por creencias mal formadas, y actuamos bien. Esto explica una de las tantas diferencias entre la vida y la ciencia.
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