Anthony de Mello fue un sacerdote jesuita y psicoterapeuta conocido por sus libros, en los cuales, con elementos teológicos multirreligiosos intenta ayudar a los seguidores de todas las religiones, agnósticos y ateos, en su búsqueda espiritual.
Algunas de sus ideas fueron revisadas y notificadas como incompatibles con la fe católica por la Congregación para la Doctrina de la Fe el 24 de junio de 1998, dirigida por el entonces cardenal Ratzinger.
Sin embargo, este Zenzontle encuentra su lectura indispensable para aquellos a quienes nos gusta razonar un poco nuestras creencias, y “filtrar” con ayuda de la historia, la lógica y otras ciencias, las enseñanzas cotidianas de nuestra doctrina.
En el libro Sadhana encontramos una historia oriental de un anciano labrador, viudo y muy pobre, que vivía en una aldea, también muy necesitada.
Un cálido día de verano, un precioso caballo salvaje, joven y fuerte, descendió de los prados de las montañas a buscar comida y bebida en la aldea. Había sido un verano de intenso sol y escasas lluvias, había quemado los pastos y apenas quedaba gota en los arroyos.
Quiso el destino que el animal fuera a parar al establo del anciano labrador, donde encontró pastura y agua fresca. El hijo del anciano, al oír el ruido de los cascos del caballo en el establo, y al constatar que un magnífico ejemplar había entrado en su propiedad, decidió atrancar la puerta para impedir su salida.
La noticia se conoció por la aldea y los vecinos fueron conocer el maravilloso corcel. Cuando se acercaron para felicitarle por su buena suerte, el labrador les replicó: “¿Buena o mala suerte? ¡Quién sabe!”. Y no le entendieron…
Sucedió que ya saciado, el ágil y fuerte caballo, logró saltar la valla y regresó a las montañas. Cuando los vecinos del anciano se acercaron para lamentarse con él, éste les replicó: “¿Buena o mala suerte? ¡Quién sabe!”. Y nuevamente no le entendieron…
Una semana después, el caballo regresó de las montañas trayendo consigo una caballada inmensa hasta el establo donde sabía que encontraría alimento y agua para todos.
¡Los vecinos no lo podían creer! De pronto el anciano se volvía rico de la manera más inesperada. Su patrimonio crecía por fruto de un azar generoso con él y su familia. Entonces los vecinos felicitaron al labrador por su extraordinaria buena suerte. Pero éste, de nuevo les respondió: “¿Buena o mala suerte? ¡Quién sabe!”. Y los vecinos, ahora sí, pensaron que el anciano no estaba bien de la cabeza. Era indudable que tener, de repente y por azar, más de cuarenta caballos en el establo de casa sin pagar un centavo por ellos, sólo podía ser buena suerte.
La historia cuenta que al día siguiente, el hijo del labrador intentó domar precisamente al guía de todos los caballos salvajes, aquél que había llegado la primera vez, huido al día siguiente, y llevado de nuevo a toda su manada hacia el establo. Si le domaba, ninguna yegua ni potro escaparían.
Pero el corcel resultó ser mucho más impetuoso, y cuando el joven lo montó para domarlo, el animal lo atacó, acometiéndolo y tirándolo al suelo. La embestida fue tan grande que le rompió varios huesos de brazos y piernas al muchacho.
Naturalmente, todo el mundo consideró aquello como una verdadera desgracia. No así el labrador, quien se limitó a decir: “¿Buena o mala suerte? ¡Quién sabe!”. Lo que los vecinos calificaron como una auténtica locura.
Unos días más tarde, el ejército entró en el poblado y fueron reclutados todos los jóvenes que se encontraban en buenas condiciones. Pero cuando vieron al hijo del labrador en tan mal estado, lo dispensaron del reclutamiento.
Los vecinos que quedaron en la aldea, padres y abuelos de decenas de jóvenes que partieron ese mismo día a la guerra, fueron a ver al anciano labrador y a su hijo, y a reconocer la enorme buena suerte que había tenido el joven al no tener que partir hacia una guerra que, con mucha probabilidad, acabaría con la vida de muchos de sus amigos. A lo que el sabio campesino respondió: “¿Buena o mala suerte? ¡Quién sabe!”.
La moraleja de esta historia pareciera ser que, al desconocer qué va a ser bueno o malo para nosotros o para otros, debemos hacer lo que en cada caso hallemos más oportuno, sin preocupaciones, porque, como en un cuento de hadas, “Al final… todo, todo saldrá bien”.
Esta conclusión no es más que una bella expresión del optimismo cristiano que espera confiadamente que Dios se las arregle para que todo termine como debiera terminar, a pesar del mundo y de nosotros. Esta comodidad de dejar todo que se resuelva desde una cruz, es una crítica frecuente a los cristianos.
El Padre de Mello comentaba de este cuento que “lo raro es que todo el mundo lee la historia y nadie ve que tiene consecuencias. Sólo ven la lección, muy verdadera y muy consoladora, de que Dios puede sacar bienes de los males, y esto les aumenta la confianza en la Divina Providencia y la fe en la vida. Eso es mucha verdad, y se desprende bellamente de esa historia; pero no es ésa su enseñanza principal. Su enseñanza principal se refiere a la moralidad y a la conducta”.
San Agustín, obispo de Hipona, en un comentario a la primera epístola de san Juan, dice: “¿Deseas la vida para tu amigo? Haces bien. ¿Deseas la muerte para tu enemigo? Haces mal. Aunque es posible que la vida que deseas para tu amigo le sea inútil, mientras que la muerte que deseas para tu enemigo le sea beneficiosa”. Nunca sabemos si el seguir viviendo es bueno o malo para alguien.
Si la regla básica de nuestra conducta es el hacer el bien al prójimo y nunca el mal, y de acuerdo al razonamiento que ejemplifica el cuento oriental, nunca sabremos con certeza qué es lo que va a resultar favorable o dañino para él, la conclusión es que quedamos en libertad al momento de escoger una conducta.
Otro sacerdote jesuita, Carlos Vallés, en su libro Ligero de equipaje nos explica “Lo que creo es que la gente tiene precisamente miedo de esa libertad, y por eso no saben leer esta historia. Dentro de nosotros llevamos un principio de libertad que, bien entendido, puede traer la paz y la alegría a nuestra vida. Hemos de reconocer, si somos honrados, que a fin de cuentas no sabemos qué es bueno o malo para nadie; y eso, aún con todas las limitaciones que tenemos y seguiremos teniendo, bastaría para devolvemos la paz interior en el difícil trance de tomar decisiones”.
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