Gracias a una entrevista excepcional con Umberto Eco, que el suplemento Europa del diario Le Monde intituló “La culture, notre seule identité” -La cultura, nuestra única identidad-, (25/01/2012), desde mi punto de vista permanece vigente su declaración, refiriéndose a la solidez y profundidad de la Unión Europea, dijo: “Y sobre sus billetes, por tanto, ¿qué rostros habría que imprimir para recordar al mundo que nosotros no somos unos europeos superficiales, sino profundos? Puede ser que no aquellos de los políticos, de los jefes de soldados mercenarios que nos han dividido, ni de Cavour ni de Radetzky, sino aquellos de hombres de cultura que nos han unido, de Dante a Shakespeare, de Balzac a Rossellini. Asumiendo que Pierre Bayard tiene razón respecto de que conocemos todo acerca de libros que inclusive no hemos leído y tenemos reflejos de culturas que incluso ignoramos, es así que la identidad europea se hará, poco a poco, más profunda” (Fuente: Le Monde | 25.01.2012 à 14h48 • Mis à jour le 26.01.2012 à 08h53). Palabras que emitió el destacado escritor y semiólogo italiano con motivo de la recepción de dos insignes condecoraciones: la de comendador de la Legión de Honor en Tercer Grado que le otorgó Francia, en persona de Nicolás Sarkozy; y la Gran Cruz del Dodecaneso, otorgada por Grecia, curiosamente y para gozoso humorismo del autor, entregada en la gruta de Patmos, “en donde San Juan escribió el Apocalipsis”. (http://www.lemonde.fr/europe/article/2012/01/25/umberto-eco-la-culture-notre-seule-identite_1634298_3214.html)
En un entorno político mexicano, erizado de afiladas púas divisionistas no tan solo de unos partidos contra otros, sino de grupos a su mismo interior que se arrebatan los derechos de representación cínicamente llamada popular para ocupar curules del Congreso, escaños del Senado, la silla de primer regidor o aún la de gobernador, sin más escrúpulo que cubrir las formas estatutarias y hacerse de este modo con dietas muy gordas y sueldos tan vastos como su ambición individualista de riquezas prontas y expeditas. Favores políticos que, ahora precisamente, en las designaciones de precandidaturas se juegan pactos, alianzas, convenios soterrados y, por ello, inconfesables ante gran público que les harán los hombres y las mujeres envidiados del poder irrefrenable del mañana.
Este mercado obsceno de primogenituras políticas y mentadas de madre a los adversarios inconformes surge a la luz pública como un proceso de tersos y prístinos pactos de unidad, para no salpicar groseramente el lodo que arrastran contra la transparencia de la opinión pública. Ni qué decir de los supuestos “procesos democráticos” para ungir a los candidatos que ni la suprema autoridad del INE ha podido blanquear para hacerlos creíbles ante el auténtico elector que es el pueblo de México. Este mercado, donde las efigies y rostros que se imprimen en sus billetes electorales son de los políticos que juegan al carrusel del eterno retorno y con ello nos dividen como cuerpo social desmembrado, ciertamente no son los de hombres y mujeres que nos han dado sentido de pertenencia y de unidad como nación. Basta mirar hacia atrás, apenas unos años, para identificar los rostros de quienes ya se han ido pero que nos han dejado y están dejando en vida legados incalculables de obras maestras, del arte plástico, de música, dramaturgia, poesía, literatura y aun del género periodístico de gran profundidad y anclaje en la realidad. Estos rostros son los que vale la pena recuperar e imprimir en nuestras divisas para poder intercambiar pactos verdaderos.
Para decirlo con Umberto Eco, habrá de ser nuestra raigambre cultural auténtica la que nos haga ciudadanos mexicanos no superficiales o rabones, sino profundos. Y esas raíces sembradas a lo largo de centurias y de épocas recientes tienen como fruto los valores de los que podemos abrevar para alimentar y robustecer nuestro espíritu cívico.
Me refiero, por ejemplo, al valor de la honradez a carta cabal que aprendimos de nuestros abuelos y padres, para quienes bastaba la palabra empeñada para signar un contrato. El valor de la integridad que se manifiesta en la sinceridad y verdad de mostrarse como una sola pieza y no como gente de doble cara, que te saluda y sonríe con una, para luego maldecirte y menospreciarte en cuando da la espalda, con la otra. El valor de la rectitud para saber escribir siempre renglones bien derechos y no torcidos por la envidia, el engaño, el arrebato traicionero de una simple o ilícita ventaja. El valor de la igualdad que, a sabiendas de las obvias diferencias, antepone la equidad y el justo trato hacia el otro que esté en desventaja o quede en una condición vulnerable; el cobarde y el pusilánime arrebatan sin pensar su derecho de pernada, rompiendo con ello el débil equilibrio social.
El valor de la transparencia para dejar ver sin opacidades los bienes y patrimonio habidos legítimamente ya sea por herencia o la dignidad del propio trabajo, y no esconder sigilosamente los bienes o riquezas mal habidas u obtenidas mediante inconfesables artilugios o maquinaciones traicioneras.
El valor de la justicia distributiva que se practica a través de la debida rendición de cuentas correspondiente a las responsabilidades sociales otorgadas por asignación de una posición notable -magistratura, juez, ministerio o notario público, corredor certificado, etc.- o bien en el ámbito de la iniciativa privada y de las SC’s. También en ello cabe la rectitud en el pago de impuestos bajo la debida proporción de las ganancias obtenidas, pues el fraude fiscal afecta al resto de la sociedad como a un todo indivisible, y crea desigualdades aún más profundas, porque ensancha las brechas entre clases e induce la injusticia dentro del pacto social.
Estos son ejemplos de valores que emanan de nuestra cultura indígena, hispana y occidental-cristiana. Valores que cuando prevalecen generan comunidades y sociedades justas y aun felices. Éstas, sí, dignas de ser representadas por hombres y mujeres de la Política con “pe” mayúscula.
Nuestro autor en cita, Umberto Eco, cierra su razonamiento cuando dice: “De cara a la crisis europea de la deuda, y lo digo en tanto que persona que no conoce nada de la economía, debemos acordarnos que sólo la cultura, más allá de la guerra, constituye nuestra identidad. Durante siglos franceses, italianos, alemanes, nadie señala esta obra maestra; imaginar hoy que pudiera explotar un conflicto entre España o Francia o ente Italia y Alemania no provocaría sino risa. Los Estados Unidos tuvieron necesidad de una guerra civil para unirse verdaderamente. Yo espero que la cultura y el mercado nos sean suficientes”.
Esta férrea creencia en la fortaleza de la cultura es la que hace exclamar a Umberto Eco la unidad esencial de Europa. En el México de hoy no podemos sino invocar lo mismo, son nuestras auténticas raíces culturales las que nos habrán de dar coherencia, unidad y sentido como nación única, no divisible por cuantos intereses espúreos sean invocados. Si sólo atendemos las fuerzas restringentes que nos llaman a la división, al encono, al odio, a la desigualdad y a la injusticia estamos acabados como país y como pueblo civilizado. En cambio si nos atrevemos a invocar los bienes y valores que nos dan cohesión como pacto social, entonces estamos en vías de liberación de un yugo que no queremos. Sí, la libertad cuesta, pero tenemos que reconquistarla.
Si no, ¿cómo será? Como canta Pablo Milanés: “La libertad es una niña hermosa y pura/ (…) No puede ser más grande que nosotros mismos/ no puede ser más bella que como la concebimos./ Es un feo retrato destruido por la fuerza del tiempo en su interior./ Es un lindo fracaso sostenido/ de una buena mirada con amor/.”