Beatlemanía / El banquete de los pordioseros - LJA Aguascalientes
21/11/2024

Los Beatles llegaron a los Estados Unidos, sin duda en el momento más oportuno para este país. A principios de 1964 las cosas no se veían ni se sentían bien. La Unión Americana lloraba todavía la muerte del presidente John F. Kennedy, asesinado por Lee Harvey Oswald el 22 de noviembre de 1963 en la ciudad de Dallas, en el sureño estado de Texas. La apatía de la mayoría de los ciudadanos de este país se sentía en el ambiente, olía, era casi tangible. De manera paralela o posiblemente como consecuencia de este sinsentido generacional, la música estaba en una especie de bache, como adormilada o posiblemente encandilada por los reflectores que iluminaban los escenarios con cantantes aburridos pero muy sonrientes cuyo discurso musical estaba ya agotado, con baladistas que seguían creyendo todavía en fórmulas desgastadas por el uso, con esos “crooners” que brillaron intensamente un par de décadas antes pero que para principios de los años 60 ya habían dicho todo lo que tenían que decir.

La juventud necesitaba algo nuevo, algo que realmente los sacudiera y los hiciera vibrar, sentirse vivos, y sobre todo, que los distinguiera de la generación adulta, sí, porque sus héroes generacionales, aquellos que a mediados de los años 50 habían abanderado a la juventud, habían representado fielmente todas sus inquietudes, y se habían ganado el nombramiento de portavoces generacionales, aquellos míticos personajes estaba cumpliendo muy pronto con su fecha de caducidad. Ya ves, Elvis Presley, el Rey del Rock, se había cortado el cabello para cumplir con el servicio militar en Alemania, y cuando regresó a los escenarios, lo hizo ya domesticado, endulzado y sumiso dócilmente a las necesidades del “establishment” , cantando al estilo de esos “crooners” que ya comentamos líneas arriba, como Pat Boone, por ejemplo, olvidando su original y honesta rebeldía, ese lenguaje corporal que asustó a las conservadora sociedad sureña de los años 50.

Buddy Holly había muerto en aquel accidente aéreo del 3 febrero de 1959 junto con Ritchie Valens y Big Bopper. Por cierto, Don McClean se refiere a este accidente en su canción “American Pie” como “el día que la música murió”, aunque algunos conocedores apuntan que la canción en cuestión no tiene nada que ver con dicho accidente, no sé, de cualquier manera esto es lo que menos importa. El asunto es que la juventud de aquellos años se estaba quedando sin referentes, sin líderes. Bill Halley no era exactamente el ídolo adolescente por el que las quinceañeras pudieran suspirar. Había, por supuesto algunas honrosas excepciones de cantantes que nunca renegaron de sus orígenes callejeros y menos aún de su deliciosa negritud y se mantuvieron, de hecho, se han mantenido fieles a sus principios musicales, tal ese el caso de Chuck Berry, para mi gusto, el más rocanrolero de todos los rocanroleros.

Pues bien, en este desabrido contexto social y consecuentemente musical, llegaron los Beatles a Estados Unidos. Qué intereses podrían tener los vanguardistas jóvenes estadounidenses por escuchar una banda de rock proveniente de la provincia británica, concretamente, del puerto de Liverpool, que por si fuera poco, habían alimentado sus sueños de éxito y grandeza, escuchando precisamente a esos grandes protagonistas del rock & roll provenientes de la Unión Americana, esa generación de la que justamente acabamos de apuntar que ya no tenían realmente mucho qué decir. ¿Qué podían aportar de nuevo esos cuatro jóvenes ingleses a un discurso musical desgastado que no supo renovarse y emerger de sí mismo, al menos hasta ese momento? Porque bien lo sabes, los Beatles intentaban sonar como Buddy Holly y verse como Elvis Presley, ante esta situación, resultaba casi iluso pensar en conquistar el mercado estadounidense, hastiado de lo mismo y por justamente por eso, necesitado, urgido, de un sonido nuevo. Seguramente aquellos jóvenes americanos nunca se imaginaron, ni en sus sueños más atrevidos, que la respuesta vendría de Inglaterra. El Reino Unido se disponía a una nueva invasión a Estados Unidos, sólo que ahora se proponía una invasión cultural y las armas eran dos guitarras eléctricas, un bajo y una batería, y claro, el inagotable talento de cuatro jóvenes, recientemente emigrados de la adolescencia, que se proponían la conquista, no sólo de América, sino de todo el mundo, propósito que no tardaron mucho en conseguir.

El 7 de febrero de 1964 llegaron Paul, George, Ringo y John a Nueva York, procedentes del aeropuerto de Heathrow en Londres, Inglaterra. Más de… no sé cuántos miles los estaban esperando a pesar de la extremadamente baja temperatura, ellos mismos no lo podían creer. Esperaron mucho para decidirse a intentar conquistar el difícil mercado de los Estados Unidos, sabían que consiguiéndolo las puertas se abrirían casi instantáneamente, ese era el objetivo, una vez conseguido, todo sería más fácil. Esperaron pacientemente a que las cosas se dieran, cuando su canción “I Wanna Hold your Hand” alcanzó las preferencias del pueblo norteamericano, fue entonces que decidieron volar a “la tierra de Elvis”, como Lennon se refirió a los Estados Unidos. Había nacido oficialmente la Beatlemanía, el fenómeno social, ideológico, cultural y por supuesto musical, más importante en la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días.

¿Qué había de nuevo en esos cuatro jóvenes ingleses que cautivó a la golpeada juventud americana? Pues yo creo que había una propuesta musical diferente, un peinado distinto, que les dio identidad, una manera de vestir diferente, un look en general nada convencional para los estándares de un rocanrolero de aquella época, pero sobre todo, una música que como dijo Brian Epstein, su manager: “nuestra música no es pop ni es rock, nuestra música es simplemente nuestra música”.

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