La libertad se puede observar, en parte porque el estrés y sus manifestaciones físicas se reducen, además de que las personas que lo logran vuelven en sí y con más fuerza; y esto lo he observado en diferentes mujeres que han luchado por recobrar el respeto por sí mismas. Este texto lo escribo con admiración a todas aquellas quienes han decidido recobrar una vida libre de violencia, temor y dependencia, en espera de impulsar no sólo a quienes se encuentran en circunstancias adversas, sino a familiares y amistades para evitar que seamos cómplices.
Una mujer cercana a mi familia sufría violencia física en su hogar, de la cual eran testigos sus hijos e hijas, más de cinco en total. Un día decidió separarse, buscar empleo e iniciar una vida. A causa de ello, su marido la amenazaba de movilizar a sus compañeros, pues es policía jubilado en un estado del norte; mientras que sus hijos, varones, también la insultaban y señalaban como “puta” por separarse del que creían su dueño. Un día tocó en la casa donde vivo, con el dolor en los ojos que estaban enmarcados por ojeras profusas y una imagen desaliñada. Nos contó que sólo una de sus hijas era quien la defendía y alentaba a seguir lejos de aquel inmueble donde la violentaban. Hasta hace poco regresó, ya tranquila, asesorada por abogados y decidida a seguir en libertad. Cuando la vi me pareció más joven, volvió a reír. Tuvo varios momentos en los que pensó regresar a lado de su agresor por sólo recobrar de sus hijos lo que ella creía como cariño; pero con trabajo y perseverancia logró reconocer que si no anteponía su bienestar y recobraba su dignidad, la vida se la pasaría en curaciones, si es que no la perdía a manos de quien amó.
Otra mujer que ha decidido recobrar el mando es mi madre. Si bien, mi padre nunca la agredió físicamente, sí la atacaba de forma sicológica y formó un ambiente de temor, vigilancia y malestar en el hogar. Le fue infiel en repetidas ocasiones y, aunque esto es un tema que no me incumbe directamente, sí era mi responsabilidad el advertirle que gritarle que era una enferma mental por pensar que era infiel era violencia; que gritarle que era una “huevona” y hacerse la víctima por no recibir un desayuno, comida y cena gourmet también era agresión; que empeñar joyas de mi madre y aparatos electrónicos de mi propiedad era abuso de confianza. Por más de 10 años mi madre pensaba que no servía para nada, que todo lo hacía mal y cayó en depresión física y mental. Hace pocos días mi padre abandonó la casa y puedo decir que esto es lo más noble que ha hecho en años, que le agradezco que haya reconocido que estar juntos no sólo los dañaba a ellos, también a mí y a mi hermano. Ahora dormimos tranquilos, sin esperar gritos, insultos y abusos. Sé que mi madre se enfrentará a un mundo para el que no se preparó, ya que dedicó su vida a ser esposa a la antigüita, pa’ acabar pronto; pero tengo fe en que logrará independencia económica y emocional, pues nunca la había visto tan fuerte y renovada. A mi padre también le deseo una vida más tranquila, a su modo y de forma más responsable, consigo mismo y con otras personas, pero que tampoco olvide las obligaciones que asumió al procrear.
Otra mujer cercana, también se encuentra en el proceso de emancipación. Llegó de otro estado con su esposo, hijo e hija, ambos menores de edad quienes no han acudido a la escuela desde hace cinco años. Un día llegó a la casa sangrando, su esposo la descalabró. Mi madre la acompañó al hospital y trató de convencerla para denunciarlo; todo en vano, simplemente regresó a la entidad de donde procedía y se llevó a los niños. En una ocasión, vino de visita su suegra, para visitar al hijo “que habían abandonado como perro”. Ante ello mi madre la reprendió por proteger a un agresor, yo diría un asesino, un feminicida en potencia. Tras unos meses, regresó pensando en que su hijo, varón, requería de un padre, de un Hombre, y esta letra capital no es un error.
En síntesis, como ya se ha plasmado en diferentes estudios y ensayos científicos, es necesario que las mujeres logren independizarse económicamente para pasar a una emancipación total, pues muchas han quedado en el rezago educativo y laboral por la idea del amor eterno, la entrega y la total entrega a las labores domésticas. Por otra parte, los hijos e hijas hemos sido construidos como personas que requieren por completo de un padre y una madre, por sobre todo tipo de ambiente violento; en lugar de priorizar esto: un ambiente de seguridad, armonía y tranquilidad. Asimismo, el matrimonio se ha gestado como un símbolo de éxito personal, el non plus ultra para los humanos; en lugar de reconocer en la unión de personas una oportunidad de crecimiento compartido, de apoyo mutuo y para el desarrollo autónomo de cada una de las personas. Además, el acceso a la justicia y a la educación continúa siendo sólo para algunos, herramientas que son necesarias para devastar aquellos pensamientos de sumisión y masoquismo que son aceptados como lo correcto. Y en todos estos aspectos, todas y todos tenemos una responsabilidad: el ofrecer información y compañía para cualquier persona, hombre o mujer, que sufra violencia. Por ejemplo, el compartir historias de quienes han padecido alguna experiencia agreste y han logrado recobrar su libertad. Otra asignatura pendiente y relegada de las discusiones públicas es el amor, pues se ha aceptado como algo sobreentendido, soso y estúpido; pero en realidad, lo que se piensa del amor también ha evitado que muchas personas logren recobrar su dignidad.
Debemos de repensar el amor, incluso en las aulas de clase y en las calles, para evitar que el buscar una pareja sea sinónimo de unidad por sobre todas las cosas, incluso de la salud física y mental; pues de lo contrario seguiremos observando mujeres que aceptan los golpes y que terminan asesinadas por el amor a su pareja o a sus hijos; y seguiremos observando hombres que continúan viviendo con quien odian sólo por conservar el estatus de padre de familia que tanto reconocimiento recibe en la sociedad. Y ya en el tema del “amor” en lo público, deberíamos cuestionar el porqué el ser “primera dama” es un título que no logra distinguirse de un cargo público y se adquiere sólo por ser la pareja de un mandatario, el porqué las primeras damas son quienes administran la parte “rosa” del Estado y los programas “familiares”, sin perder ese aspecto de “ama de casa” de la alta sociedad.
He de aceptar que esto es una tarea difícil, pues implica cuestionar años de historia y reglas con las que hemos crecido, pero es posible. En lo personal, me he enfrentado a ello, a olvidar mi identidad por desear formar una familia, de esas que todos enaltecemos; pero actualmente me he encontrado con alguien quien me ha hecho recobrar mis aspiraciones personales, que si bien me ha hecho caer en amor, no permite que pierda mi independencia, ni que mis proyectos dependan totalmente de otra persona. Si bien, hay momentos en que tenemos discusiones y la posibilidad de una pérdida me pone histérico, con comprensión nos escuchamos, me recuerda que lo importante del amor es la unidad de dos personas que deciden y disfrutan libremente el estar en compañía, apoyarse e impulsarse hasta el momento en que por alguna razón ese vínculo dañe, en lugar de construir. Y sí, la pérdida es algo que amedrenta por los lazos afectivos que se desarrollan; pero lo importante es reconocer que ambas personas se ofrecen bienestar con dignidad y cariño, en vez de estar sometidos por el qué dirán, por los hijos o por el reconocimiento social aún a pesar del dolor y la traición a sí mismo o a sí misma.
A las mujeres que me han demostrado su fuerza y la posibilidad de reiniciar una vida; a los hombres que me han mostrado lo que debo evitar para no dañar a los demás y a quienes aprecio; a quien amo y me ha hecho revolución: gracias, y que nuestras historias se compartan para impulsar el amor libre sin violencia y dolor.
Twitter: @m_acevez