El fútbol, como todas las artes, tiene obras que pasan a la historia y otras que permanecen olvidadas para siempre, por malas o simplemente aburridas. En la memoria de cualquier aficionado hay momentos grabados para siempre: el “iniestazo” de la final del mundial de Suráfrica, las carreras esquivando contrarios de Maradona (cuando todavía era Maradona), ciertas jugadas de Messi o Pelé, la potencia atacante de la nunca premiada naranja mecánica y muchos otros. Y, como en todas las artes, los más olvidados son los mediadores, los marchands, los editores, los correctores, los olvidados del fútbol son los árbitros sólo recordados en la euforia del momento y, la mayor parte de las veces, por progenitora interpuesta.
Una de esos momentos recordados para siempre de la historia del fútbol es el “gol fantasma” de la final del mundial de 1966, una final recordada también por ser la única que ha ganado Inglaterra y por el hat-trick de Geoff Hurst, el único conseguido en una final del mundial. Precisamente uno de sus goles, el tercero de Inglaterra fue el famoso “gol fantasma” que rebotó en el larguero, piso la línea de meta y salió. Tras consultar con su liner, el también desconocido Tofik Bakhrmov -aunque en su natal Azerbaiyán es un mito del deporte nacional-, el gol fue concedido por el colegiado del encuentro, Gottfried Dienst.
Gottfried Dienst, suizo, era considerado el mejor árbitro del mundo en su tiempo. Él es uno de los cuatro que ha pitado en dos ocasiones la final de la Eurocopa y uno de los dos que han arbitrado la final de la Eurocopa y la de un Mundial. Y es recordado, aunque quizá no de nombre, de dos modos diferentes: como el héroe “indirecto” por los ingleses, como el culpable del Wembley-Tor por los alemanes. Semejante hazaña, la de favorecer al equipo local, la volvería a repetir en la final de la Eurocopa de 1968 entre Italia y Yugoslavia que terminó 1-1 y con la acusación de favoritismo hacia los italianos, una acusación tan grave y demostrada que la final tuvo que volver a jugarse ya con otro árbitro, el español José María Ortiz de Mendibil, y justa victoria de los italianos.
Si hubiera que buscarle un homólogo al suizo en Latinoamérica sería el ecuatoriano Byron Moreno que, además de su deshonrosa carrera, terminó detenido en el aeropuerto JFK de Nueva York con seis kilos de heroína, lo que le acarreó una prisión de treinta meses. Entre sus “hazañas” deportivas se encuentran el arbitraje del Italia-Corea del Sur en 2002, que supuso la eliminación de Italia, con un penalti inexistente a favor de los asiáticos, dos goles anulados a Italia y la expulsión de un delantero italiano por “fingir” una falta. Apenas unos meses después fue suspendido por su lamentable actuación en el encuentro entre Liga Deportiva Universitaria de Quito y Barcelona Sporting Club en el que invalidó un gol perfectamente legal después de que el portero del segundo equipo le pidiera de rodillas que reconsiderara su decisión. Moreno además mintió en el acta al señalar los minutos de los goles para que no se percataran de que había alargado de más el partido. Un mes antes de su retirada del arbitraje, también favoreciendo al equipo local, volvió a ser suspendido de nuevo por tres tarjetas rojas absolutamente inmerecidas al visitante Sociedad Deportiva Quito.
“El arbitraje es pensamiento”, sentenció una vez Ken Aston, el hombre al que se le deben la idea de uniformizar a los árbitros y las tarjetas rojas y amarillas, además de haber sido el árbitro de un Chile-Italia que ha pasado a los anales del fútbol como “la batalla de Chile”, partido que el célebre locutor inglés David Coleman presentó al ser retransmitido en diferido: “Buenas tardes. El juego que están por presenciar es la exhibición de fútbol más estúpida, espantosa, desagradable y vergonzosa, posiblemente, en la historia de este deporte”. “No estaba arbitrando un partido de fútbol, estaba actuando como un juez en un conflicto militar”, fue la respuesta de Aston al reconocer que no había sido un buen arbitraje pero que las circunstancias tampoco eran las mejores.
“La batalla de Chile”, a pesar de su nombre bien merecido por la carnicería que supuso, tuvo sólo dos amonestados. La primera falta cayó a los doce segundos del partido y en el minuto siete Ferrini cazó a un jugador chileno lo que le valió la tarjeta roja. El italiano se negó a abandonar el campo, algo que tuvo que obligarle a hacer la policía. Aston no fue tan duro con los chilenos, que no vieron ni una sola tarjeta a pesar de sus constantes faltas y su juego violento, como en el minuto treinta y ocho en que Leonel Sánchez, hijo de boxeador, contesta a una falta recibida con un puñetazo en la cara de un italiano, Mario David, que cuando minutos después le devolvió la falta fue expulsado. Y así todo el partido que al final ganaron los chilenos.
Y, aunque los árbitros, los buenos y los malos, nunca son recordados, hay dos también que merecen mención especial. Uno por ser parte fundamental de uno de los goles más recordados de la historia, “la mano de Dios”, el golazo de Maradona a Inglaterra en el mundial de México, Ali Bennaceur, el turco que, ante las protestas de los ingleses, consultó a su juez de línea y dio por válido el tanto que la estrella argentina, diecinueve años después, reconocería que fue con la mano. Y el otro, Miroslav Stupar, por ser protagonista del incidente arbitral más sonado del mundial de España, cuando el emir de Kuwait bajó desde la tribuna y entró al campo, durante el partido que se interrumpió por diez minutos, para protestar por un gol marcado en contra de su equipo por los franceses, gol que fue anulado por Stupar después de la conversación con el jeque.
¿Por qué un monumento incluso para los malos árbitros? Porque de ellos, como de los secundarios las películas o de los editores las novelas, también es el reino del fútbol.