Réplica a La moda proanimal y la ¿superación moral? - LJA Aguascalientes
23/11/2024

Por Jorge Alfonso Chávez Gallo

Alejandro Vázquez Zúñiga firma una nota de opinión publicada el pasado día tres de enero en este diario, acerca de, en sus palabras, la “moda proanimal” y la superación moral de la humanidad. En síntesis lo que dice es que incorporarse a esa moda no nos hace necesariamente “mejores humanos”. Es decir, que quien crea que recoger gatitos en la calle y publicar sus fotografías en las redes sociales basta para volverse un mejor ejemplar de nuestra especie, está equivocado. Por mi parte no podría estar más de acuerdo en esto que en cualquier otra cosa igualmente obvia (esto es, que no necesita demostración). Y aunque en ocasiones puede ser incluso necesario señalar con insistencia algo que es evidente (a saber, cuando la obcecación impera dentro de un debate que entonces ha perdido el rumbo), en este caso, me parece, no se logra lo que sería deseable en un caso como ese, despejar el camino a una discusión racional, sino que se hace precisamente lo contrario. Por supuesto, la discusión a la que me refiero es esa sobre el respeto a los animales y la legislación referente a ello.

Coincido en algo que me parece de suma importancia: el texto de Vázquez Zúñiga lleva la discusión al único terreno que parece fértil (el único en el que podría alcanzarse un acuerdo), que es el de lo humano: se trata de una cuestión acerca de lo que los humanos deberíamos hacer o dejar de hacer. Ahora bien, al intentar defender aquella observación que señalaba antes, el texto es poco claro y consecuentemente comete injusticias que acaban viciando de nuevo el debate.

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Y es que aunque la idea central (la que el título parece expresar) es la señalada más arriba, el texto concluye con un juicio moral, quiero decir, c    on la descalificación moral de un grupo de personas, a saber, las que en las redes sociales “celebran” la muerte de un torero o de un domador de circo. Estas personas, se nos dice al final, son más “perversas” que las que celebran la muerte de un toro, por ejemplo. Hay en esto sin duda una observación atinada: la celebración real de la muerte de un hombre es más perturbadora y menos deseable en alguien que la de un animal, pero habría que reconocer que se trata en el fondo de una misma actitud en ambos casos (el festejo de un mal ajeno). Justo los juicios morales impiden ver eso, porque se dirigen contra las personas en lugar de contra los actos de esas personas. Celebrar la muerte de un hombre es una acción más perversa que la de celebrar la muerte de un animal acaso, por lo que esas personas harían bien en evitar hacer eso, ¿pero deberían evitar menos lo segundo que lo primero? ¿No deberían evitar ambas cosas por igual? La observación de que una cosa es más perversa que otra sólo tiene sentido o mejor dicho, es pertinente, si alguien se encontrara en la disyuntiva de celebrar la muerte de un animal o bien la de un hombre. Pero resulta bastante claro, espero, que lo que habría que evitar es simple y sencillamente celebrar la muerte, hacer de la muerte de un ser vivo una fiesta.

Los juicios morales, dirigidos contra las personas, ocultan el hecho de que ellos mismos sólo pueden tener como propósito, racionalmente hablando, el de hacer ver a las personas que los actos que realizan son indeseables, para que dejen de realizarlos. Si las personas mismas fueran en efecto perversas no habría posibilidad de diálogo con ellas, esto es, la ética sería imposible. Juicios como estos enturbian una discusión como cualquier ataque ad hominem.

Por otro lado, ¿cuántos de esos que “celebran” la muerte de un torero en las redes sociales están realmente dispuestos a ir a un funeral de uno de ellos a armar literalmente una fiesta? Es cierto que sería mejor que no se expresaran de esa manera, pero ello es así por la misma razón por la que es mejor no hacer juicios morales: para no enturbiar la discusión, el diálogo racional. Sin embargo, este tipo de expresiones hay que tomarlas, ya por el contexto en el que se dan, por lo que son, bravatas estériles. Se trata de acciones despreciables, en efecto, pero no sé si punibles o suficientes para sustentar la afirmación de que quienes recurren a ellas son personas perversas (esto es, sumamente malas o corruptoras de las costumbres, que es lo que significa esa palabra).

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Vázquez Zúñiga quiere personas moralmente superiores y no que meramente realicen acciones buenas o que se abstengan de realizar acciones malas. Así, quiere que en un pueblo medieval la gente se abstenga de robar no por temor a que le corten las manos, sino por consciencia. Supongamos ahora que ya no nos encontramos en la edad media y en lugar de cortarles algo a los ladrones se los encierra en una prisión. Vázquez Zúñiga quiere que la gente se abstenga de robar no por miedo a la prisión, sino por pura honradez. Kant piensa que algo así es deseable aunque no sea posible, pero incluso suponiendo que el progreso moral de la humanidad vuelve a cada individuo una persona honesta y puramente racional, en el intermedio en el que nos encontramos, ¿habría que dejar de usar las prisiones?


Por otro lado, ¿qué tienen que ver los motivos de los ladrones en la edad media en que vivimos con recolectar gatitos en la calle? La analogía parece ser que así como los ladrones que no roban por miedo a la cárcel no son ya por ello buenas personas, la gente que recolecta gatitos en la calle no es ya por ello buena gente. Pero hay un descuido enorme en esta analogía, porque robar es algo que no debería hacerse, esto es, algo que requiere justificación o atenuantes, mientras que ayudar a otro ser vivo es algo cuya excepción requiere justificación o atenuantes. Pasemos eso por alto y aceptemos sin más que al recolectar gatitos se pierde el tiempo que debería usarse para ayudar a los niños de la calle; que una cosa excluye la otra; que no se pueden hacer ambas cosas, un día una y otro, otra, por ejemplo; que no habría que ayudar gatitos hasta que todos los niños de la calle vivan en una casa. Aceptar eso significa aceptar que uno debería dejar de hacer una cosa buena (menos buena quizá), para hacer otra siempre, puesto que en los hechos es posible hacer las dos, incluso hasta al mismo tiempo, dependiendo de las circunstancias.

Hay que ayudar primero a los ejemplares de nuestra propia especie y solamente después a los de otras, porque sólo procediendo en ese orden “empezaríamos a forjar una mejor humanidad”. Hay gente que, por increíble que parezca, no está efectivamente interesada en empezar a forjar una mejor humanidad, puesto que pierde su tiempo ayudando ejemplares de otras especies: quienes intentan evitar que se extinga alguna; los que tratan de impedir que los delfines mueran inútilmente entre las redes con que se atrapa el atún; los que quieren evitar que a estas alturas de la edad media se siga sacrificando animales por afán de entretenimiento, incluso por fines artísticos de ser el caso, etcétera, etcétera. Esta gente debería usar el tiempo que le queda antes de morir ayudando ejemplares de su propia especie, no por temor a algún castigo, sino por pura filantropía. ¿Estorban además estas personas a quienes sí quieren y se esfuerzan por forjar una mejor humanidad? ¿Estaré diciendo “despropósitos de sensiblería proverbial”?

El problema aquí, de nuevo, es que se juzga a las personas y no las acciones: ¿rescatar gatitos es una acción indeseable por sí sola en alguna escala de valores? ¿Lo será si quien la realiza es una persona perversa? ¿Y si alguien lo hace porque le duele la suerte del animal, en lugar de porque su razón le dicta categóricamente que lo haga? ¿Es un error siempre ser “sensible” al dolor de una animal? ¿En verdad esa sensibilidad no contribuye a hacernos más humanos (prefiero esta expresión a la de “mejores humanos”, porque esta parece introducir un criterio de discriminación que podría ser injusto)? Lo que señala Vázquez Zúñiga (que el tiempo debería usarse para ayudar a los ejemplares de la propia especie antes que a los de otras) sólo sería pertinente aplicarlo en el caso de alguien que se encontrara en la disyuntiva de salvar o de evitar dañar o bien a un niño de la calle, o bien a un gatito.

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Ahora bien, por supuesto es deseable que en las redes sociales las personas argumenten lo más racionalmente posible. Pero ¿deberíamos dejar de intentar proteger a los animales si no tenemos argumentos buenos para hacerlo? Algo ahí no está claro: parece que las acciones benéficas se tienen que justificar, cuando en realidad sólo deberían hacerlo las que producen algún daño. Parece que quienes intentan evitarle dolor gratuito a un ser vivo necesitan justificarse, cuando quienes tendrían que hacerlo son las personas que infligen, pudiendo no hacerlo, otro ser vivo. Ese sí es un problema: ¿qué justificación racional se podría dar a la crueldad hacia los animales en casos concretos (esto es, a las acciones que les provocan dolor sin necesidad de hacerlo)? ¿Por qué, pues, no habría que impedir legalmente tales acciones? Aquí yo podría decir que no he encontrado ni un solo buen argumento que logre justificar las corridas de toros, pero no refiriéndome a las redes sociales (¿por qué buscaría ahí?), sino a los textos de Fernando Savater por ejemplo, que defiende la tauromaquia, o a un debate público. No por ello, sin embargo, descarto la posibilidad de que lo hubiera.

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Concluyo. Descalificar o condenar moralmente a quienes parecen celebrar la muerte de un torero en las redes sociales no contribuye a una discusión racional acerca del respeto a los animales más que celebrar la muerte de un torero, o más que descalificar o condenar moralmente a quienes disfrutan las corridas de toros. Otra cosa es juzgar las corridas de toros o las peleas de perros: las acciones, en lugar de las personas, que entonces pueden corregirse y con las que entonces es posible dialogar. Pero coincido en que esto es lo que debería preocuparnos, es decir, en que deberíamos fomentar una discusión racional y no lo que la enturbie.


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