Dos noticias de la semana pasada me hicieron pensar de nuevo de El capital en el siglo XXI, el libro del francés Thomas Piketty (Fondo de Cultura Económica), que varios críticos han llamado el más importante estudio económico en muchos años. La primera fue la revelación en el Wall Street Journal de otra casona que compró Enrique Peña Nieto a una empresa constructora que después ganó contratos multimillonarios. Un favorcito más del rey de los favorcitos.
La segunda fue la declaración por parte de Barack Obama dentro de su informe anual al congreso estadounidense, que va a lanzar un programa de estudio gratuito en los colegios de dos años, los mismos que típicamente reclutan estudiantes de bajos recursos. (Por cierto, ¿desde cuándo hemos visto un abismo de habilidad tan enorme entre los presidentes de los países vecinos? Quizás no desde 1914, cuando Eulalio Gutiérrez, exminero y mandatario por apenas dos meses, coexistió con Woodrow Wilson, exrector de la Universidad de Princeton y presidente por ocho años.)
La primera noticia es relevante porque demuestra un capitalismo de cuates que tiende a promover una concentración de la riqueza en las manos de unos cuantos, y tal densidad a un nivel global es la preocupación principal de Piketty. Calcula que la tasa de concentración que han representado las fortunas de los billonarios en la lista Forbes desde 1987, si fuera a continuar al mismo ritmo, resultaría en que unos pocos miles se volverán dueños de casi el 60 por ciento de la riqueza del planeta por el año 2100.
La segunda es relevante porque, como demuestra Piketty, la educación en Estados Unidos está lejos de ser la fomentadora de movilidad socioeconómica que muchos suponen. Por cobrar cuotas cada vez más altas, las mejores universidades estadounidenses se han mantenido como baluartes de la clase privilegiada, un fenómeno sólo parcialmente disfrazado por su retórica de meritocracia. Esto en turno es un síntoma entre varios de cómo ese país está mostrando niveles de desigualdad económica cada vez más parecidas a los que prevalecieron entre los países ricos antes de la Primera Guerra Mundial.
Si este fallo sobre “La tierra de los libres” suena familiar, es porque desde el crac de 2008 ha surgido un gran debate en los EU (y en menor grado en Europa) sobre el poder y los privilegios de los muy ricos. Han emergido tales frases como “el 1 por ciento”, “los plutócratas” y “los nuevos barones ladrones”. Ha sido un debate polarizado y a veces poco basada en pruebas. El libro de Piketty ofrece un sustento histórico, cuantitativo y analítico para los que se preocupan por el estado de la democracia occidental.
El logro mayor del francés es que ha recopilado la mayor base de datos de estadísticas económicas nacionales en toda la historia. La longue durée de estas cifras, que datan desde el siglo 18 al presente e incluyen a los mayores países industrializados, más otros como China e India, lo ha permitido sacar unas conclusiones llamativas. Argumenta lúcidamente que tanto la reducción en desigualdad que experimentó el Occidente entre 1914 y 1945 como el crecimiento acelerado que experimentó durante las tres décadas siguientes, fueron anomalías históricas. Surgieron debido a una confluencia de causas poco comunes: dos guerras mundiales, una larga depresión, la recuperación europea en la época posguerra, y el establecimiento de estados benefactores.
Desde los 70, el mundo occidental ha regresado al ritmo reducido de crecimiento más típico del capitalismo; con toda probabilidad, va a continuar así en el futuro predecible. Es más, bajo tales condiciones, la riqueza individual basada en capitales -bienes raíces y sobre todo inversiones en acciones y bonos- se vuelve más importante que la riqueza generada por medio del trabajo. Por lo tanto, los que tienen muchas acciones van a seguir viendo sus fortunas crecer más rápido que las de la mayoría (que tienen pocas o ningunas), no importa qué tan duro estos últimos trabajen. Por el largo plazo, esta tendencia constituye una amenaza a la democracia, por lo menos en términos sociales y probablemente en términos electorales.
La solución que ofrece Piketty es un impuesto global y progresivo al capital, para que haya una redistribución anual de una parte de las fortunas mayores. Admite que esta propuesta es algo utópica, ya que requeriría un acuerdo entre muchísimas naciones y una transparencia inédita. Pero opina que algo parecido podría ser efectuado primero en Europa. Con su visión histórica, prevé que si no se introduzca unas medidas drásticas, el resultado alternativo puede ser mucho peor que cualquier impuesto, como lo que experimentó Francia en 1789.
¿Qué dice Piketty sobre México? En directo, casi nada, aunque sí critica el libro Por qué fracasan los países por contrastar a Carlos Slim con Bill Gates, como si el primero fuera un mero rentista monopolista y el segundo el epítome de un emprendedor; entre otras cosas, Gates también se ha beneficiado de monopolios. Sin embargo, nota que la concentración de la riqueza es una tendencia global. Mientras por un lado los países en vías de desarrollo siguen acercándose a los EU y Europa en términos de renta per cápita, por otro lado exhiben la misma tendencia interna que muestran las naciones ricas.
Hay que admitir que El capital en el siglo XXI es un libro grueso. Sus 600 páginas no se leen en una tarde, ni en tres. Las primeras 200 consisten en una lección de historia económica, útil para entender bien el análisis pero requiriendo una inversión de tiempo que no todos quisieran hacer. Sin embargo, su prosa cuidadosa está dirigida al profano, los conceptos económicos explicados claramente y las secciones históricas a menudo incorporan ejemplos literarios (Balzac, Austen) y cinematográficos (hasta Quentin Tarantino). De vez en cuando, además, se nota un fino humor mordaz, sobre todo apuntado a los prejuicios de los privilegiados que poco cuestionan un sistema capitalista que les ha servido bastante bien.
@APaxman
Historiador, CIDE Región Centro