“¡A ustedes, millones, los abrazo. Este beso es para toda la humanidad! Hermanos, sobre la bóveda celeste debe vivir un Padre Amante. Mundo, ¿presientes a tu Creador? ¡Búscalo en el cielo, sobre las estrellas ha de vivir!”
Friedrich Schiller
El primer disco que compré en formato CD fue la Sinfonía Novena, el Op. 125 en la tonalidad de Re menor de Ludwig van Beethoven. No me preguntes por el año, la verdad no me acuerdo. Sí tengo presente, sin embargo, que en sus orígenes, y siendo como soy, un purista que suele rayar en la chocantería, me resistí a rendirme ante los encantos del disco compacto. Pensaba que comprimir la música en un formato tan reducido en tamaño era poco confiable, y pensaba, esto en realidad lo sigo pensando, que el diseño artístico de las portadas debería sufrir al verse comprimido a unos cuantos centímetros. La verdad me costaba trabajo imaginarme todos esos discos con soberbias portadas de, por ejemplo, Yes, Uriah Heep o Grateful Dead, que era un verdadero placer contemplar mientras la aguja, preferentemente de diamante, recorría los surcos del acetato. Claro, ahora todos esos discos que celosamente he conservado por sus portadas, los he adquirido poco a poco en disco compacto, sí, en efecto, me rendí dócilmente a sus encantos.
Bien, pero volviendo al asunto de mi primer CD, esta no es cualquier versión de la celebérrima “Coral” de Beethoven, es una grabación captada en concierto con motivo de la unificación de Alemania después de que el mundo celebró que el muro de Berlín fuera reducido a polvo y pasó a ser parte de la historia. Y es que Alemania no podía, no debía estar dividida, la tierra de Bach, de Brahms, la del inmortal Goethe, de Nietzsche y de Wagner, la Alemania del que para un servidor es el mayor genio que ha dado la humanidad, el inmenso Ludwig van Beethoven, esta nación no debía seguir dividida.
Para celebrar la unificación se realizó en la Sala Schauspielhaus de Berlín, ubicada, por cierto en el lado oriental de la capital alemana, un monumental concierto en donde se interpretó esta obra, la Sinfonía Novena “Coral” en Re menor, Op. 125 del genio de Bonn. Esta grabación que guardo celosamente en mi fonoteca, fue ejecutada por la soprano June Anderson; la Mezzosoprano Sarah Walker; el tenor Klaus König y el barítono Jan-Hendrik Rootering, con la Orquesta Sinfónica de Bayerischen Rundfunks, o de la Radio de Baviera; La Staatskapelle de Dresde, la Orquesta del Teatro Kirov de Leningrado, que por cierto y por bien de la ciudad, ha recuperado su nombre original, San Petersburgo, esto en tiempo de la Unión Soviética, fue el colmo de la auto adulación, en fin. También estuvo la London Symphony, la Filarmónica de Nueva York y a Orquesta de París con los coros de la Radio de Baviera, el Coro Infantil de la Filarmónica de Dresde, Miembros del Coro de la Radio de Berlín, todos ellos dirigidos por la batuta del maestro Leonard Bernstein. Me sorprendí no encontrar entre los intérpretes orquestales, que mi lógica me hace considerar como indispensables en un concierto de este tamaño, las legendarias filarmónicas de Berlín y Viena, o la Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig, en fin, pero sin duda ahí estaban algunas de las más destacadas orquestas y coros de todo el planeta y de toda la historia de la música, con unos solistas cuya solvencia estaba a la altura de las circunstancias ejecutando de manera impresionante el célebre cuarteto vocal del cuarto movimiento que, evidentemente, está incluido en el Himno a la Alegría de Schiller.
No quiero parecerte petulante, sangrón o algo por el estilo, te lo comento, porque para quien esto escribe, la Novena -esta obra de Beethoven se ha ganado el derecho de ser llamada simplemente así, “La Novena”, sin ánimos de menospreciar otras novenas grandiosas como la inconmensurable de Mahler, la “Grande” de Schubert, la de Dvorak, o la exquisita e inconclusa de Bruckner- es la máxima expresión del genio creativo humano y tengo de ella, ocho diferentes versiones, las indispensables con Wilhelm Furtwängler o Herbert von Karajan al frente de la Filarmónica de Berlín, la de Bernstein con la Filarmónica de Nueva York y otras menos cotizadas pero igualmente grandiosas.
La noche del 31 de diciembre quise recibir el año nuevo escuchando este monumento sonoro, nombrado, con todo merecimiento, patrimonio cultural de la humanidad, elegí esta que te comento con Bernstein al frente de esta gigantesca entidad orquestal y una muy generosa y robusta masa coral. Decidí escuchar la Novena, porque, bueno, además de que es probablemente mi obra musical favorita, -por Dios, qué atrevida afirmación- porque estoy convencido que el arte en general, aunque esto lo comento desde la trinchera de la música, es la única opción que tenemos, es nuestra respuesta más convincente y contundente todos los problemas que padecemos y que justo ahora nos tienen sumidos en el miedo, la desesperación y la inseguridad. Nuestra respuesta a la odiosa corrupción y a la maldita impunidad es el arte, particularmente la Novena del “divino sordo”, ahí se resumen todos esos ideales de la humanidad sana y robustecida por nuestros valores.
Te deseo, mi distinguido invitado a la mesa de este Banquete, un 2015 lleno de salud, éxito y claro, buena música. Un abrazo.