Hace poco me preguntaron si me gustaba la poesía. Mi primer impulso fue decir que soy una muy mala lectora de poesía y que estoy muy alejada de las novedades, pero entonces me acordé de que, cuando era niña, me sabía varios poemas de memoria, por puro gusto. Uno de mis favoritos era “Un son para niños antillanos”, de Nicolás Guillén, que venía en uno de los libros gratuitos de la SEP. Decía (voy de memoria): Por el Mar de las Antillas anda un barco de papel. Anda y anda el barco, barco, sin timonel…”. Al ver mi afición por el poeta cubano, mi mamá me compró una antología de don Nicolás. Por supuesto, yo no entendía nada de política o conflictos sociales, pero me gustaba el ritmo de los poemas: los leía uno en voz alta y la voz se iba por donde el poema quería, cantando, cantando. Y me gustaba también que algunos poemas estaban escritos “raro”: Con tanto inglé que tú sabía, Bito Manué, con tanto inglé no sabe ahora decir ye. Eran como acertijos: en la página no tenían sentido pero al leerlos en voz alta, como por magia, me salía acento cubano y de pronto entendía que Bito Manué era Víctor Manuel y que yé era yes. Y me divertía muchísimo porque en la escuela tenía un compañero Víctor Manuel, que no era precisamente bueno en la clase de inglés.
Más adelante me aficioné al poeta favorito de mi papá, Manuel Benítez Carrasco. Primero me gustó por un poema tristísimo sobre un perro callejero que es adoptado por el poeta y que luego se muere y se va al cielo de los perros (triste, pero con final feliz) y luego me gustaron otros de sus poemas que se parecían en algo a los de Nicolás Guillén: Benítez Carrasco también escribía “raro” y también, al leerlo, me revelaba una forma de hablar que no era la mía. Me explicaron que era el modo de los gitanos y yo ya me sentía una de ellos cuando leía “Juega en el cielo” o “Soleá del amor indiferente”. También me divertía uno que se llama “Lección de geografía”, que me recordaba algo que sí conocía: la escuela. Yo no sé nada de nada: Francia al norte, al sur, Granada. Oro y Fuego al Ecuador y al Oeste, Portugal. ¿Y el amor? ¿Es que el amor se ha quedado sin su punto cardinal?… Recuerdo que por ese poema tuvimos (mi papá y yo) que examinar el mapamundi en la enciclopedia para ver, nomás por los datos que daba el autor, dónde se suponía que estaba uno al leerlo (decidimos que en el sur de Madrid).
Después me gustaron otros poetas. Primero, los que hablaban de animales: Borges y sus gatos y tigres, Margarita Paz Paredes y su perro hippie, León Felipe y la ballena de Jonás. Pero también los que contaban historias: Rubén Darío con sus motivos del lobo o Juan de Dios Peza y todas sus historias familiares, por ejemplo. Ya en la adolescencia, cuando me dio por fijarme en los muchachos y sufrir por los amores incomprendidos, empecé a leer con fruición a José Ángel Buesa y a Juana de Ibarbourou, las rimas de Bécquer, los poemas dolidos de Gabriela Mistral (como “Nocturno”, que dice: Padre nuestro que estás en el cielo, ¿por qué te has olvidado de mí? Te acordaste del fruto en febrero, al llagarse su pulpa rubí. ¡Llevo abierto también mi costado, y no quieres mirar hacia mí!… -¿Así o más dark?)… Al mismo tiempo, me empezaban a interesar los temas sociales: Miguel Hernández, Mario Benedetti y nuevas lecturas a viejos conocidos: León Felipe y Nicolás Guillén, por mencionar un par.
No sé en qué momento me pasó con la poesía como con las matemáticas: me creí la historia de que no les entendía. Con la poesía puede haber sido cuando dejé de leerla en voz alta, de identificarme con ella (con las matemáticas la historia es distinta y la dejaré para otra ocasión). En todo caso, y nomás por mi experiencia como chamaquilla fan de la poesía, creo que valdría la pena acercarla a los niños y las niñas sin contarnos prejuicios del tipo “la poesía es demasiado complicada para ellos” o, peor, “la poesía es demasiado complicada para la gente de a pie”. La próxima semana les recomendaré algunos libros de poesía pensados especialmente para niños y niñas. Mientras, les dejo, como probadita, un poema de Francisco Villaespesa (quien murió en 1936, para que no pensemos que “lo de otros tiempo” no puede interesarles a los niños de hoy):
Caperucita Roja
Caperucita, la más pequeña
de mis amigas, ¿en dónde está?
– Al viejo bosque se fue por leña,
por leña seca para amasar.
– Caperucita, di, ¿no ha venido?
¿cómo tan tarde no regresó?
– Tras ella todos al bosque han ido
pero ninguno se la encontró.
– Decidme, niñas, ¿qué es lo que pasa?
¿qué mala nueva llegó a la casa?
¿por qué esos llantos? ¿por qué esos gritos?
¿Caperucita no regresó?
– Sólo trajeron sus zapatitos
¡Dicen que un lobo se la comió!
Encuentras a Raquel en twitter: @raxxie_ y en su sitio web: www.raxxie.com