Contra la violencia, más democracia - LJA Aguascalientes
15/11/2024

 

Es fundamental que los aguascalentenses, los mexicanos y los ciudadanos del mundo contribuyamos a edificar y a fortalecer la paz social. De forma permanente, debemos sumar energía a la fuerza democrática de la civilización y restar fuerza a la barbarie.

Como sociedad, estamos llamados a rechazar la suma de las violencias. Son condenables aquellas acciones que suscitan hechos violentos, movimientos de odio. De hecho, no importa cuál sea la ideología o postura que defienda, o el lugar geográfico de donde provenga, ya sea en París o en Medio Oriente o en Asia Central, así como en todo rincón del mundo donde el crimen y la barbarie son cotidianos.

Es condenable la imposición del terror, el dogmatismo y la sinrazón a las libertades democráticas. Las balas y el rencor jamás matarán a las ideas, sólo generan en nosotros incertidumbre. Pero también, hay que decirlo, es un acto violento hacer burlas reiteradas a las personas, las ideas y aquello que es considerado sagrado para los demás. O la violencia para imponer ideas o modelos de vida que algunos creen absolutos. Es inaceptable la violencia, independientemente de su forma, pero una violencia mayor, se podrá explicar -nunca justificar- cuando se analizan las violencias que parecen pequeñas.

En la Declaración Universal de los Derechos Humanos, se señala claramente:

“En el ejercicio de sus derechos y en el disfrute de sus libertades, toda persona estará solamente sujeta a las limitaciones establecidas por la ley con el único fin de asegurar el reconocimiento y el respeto de los derechos y libertades de los demás, y de satisfacer las justas exigencias de la moral, del orden público y del bienestar general en una sociedad democrática”.

Para frenar la violencia, es primordial que los Estados nacionales y los ciudadanos que los integramos, asumamos un claro compromiso con los Derechos Humanos. La violencia nos ha dejado lecciones brutales, que no hemos sido capaces de traducir en aprendizaje para la prosperidad y la seguridad colectiva.

En México y en el mundo vivimos con ansiedad e incertidumbre. La violencia económica, representada en la desigualdad, en el desabasto y el desempleo, también son condiciones socialmente agresivas, generadoras de resentimiento y temor, las cuales se agudizan cuando con fuerza irracional se pretende reclamar justicia con lo que se propicia un ciclo vicioso de mayor confrontación y desorden -enemigos naturales de la democracia y la vigencia de la ley- y así impiden la vigencia de derechos que dicen exigir y sólo dan pie a mayor temor y zozobra.

Estos, no son días sencillos para el país, la región y el mundo. Aunado a la salvaje depredación del planeta y al terrible flagelo del narcotráfico y los crímenes que se le asocian, los efectos de la crisis económica de los mercados globales, iniciada en 2008, nos han golpeado fuertemente. Los problemas económicos del 2015 que está iniciando, son formidables. Y no sólo ello: los desafíos del desarrollo social, el imperativo de crecimiento que se traduzca no únicamente en mejores niveles de vida, sino en mayor calidad de vida. En síntesis la demanda de justicia social, esencia de los derechos humanos, que se patentizó en la Convención de Aguascalientes y en ese proyecto de nación que es la Constitución de 1917.


Todo lo anterior pone de manifiesto la impostergable necesidad de atesorar, proteger y hacer avanzar lo que tenemos como pueblo: la democracia y el Estado de Derecho que todavía estamos forjando; las instituciones que el esfuerzo y la sangre de generaciones han costado construir y ponerlas al servicio de la justicia social, como antídoto contra la violencia.

Ni el mercado ni el Estado han sido ni han dado una respuesta certera. La evolución de la historia hoy marca un signo distinto. Asistimos a un cambio de época. Cada región del mundo toma su postura. Defiende su alternativa. Nuestra especie está a un paso de una Babel, parece predicar un discurso políticamente correcto en sus enunciados, pero falso en su eficacia, alejado de nuestras acciones cotidianas. Pero en medio de todos esos claroscuros, tenemos la certeza de que democracia es el sendero que nos llevará a la mejor respuesta para todos.

En México, hemos visto un notable despertar ciudadano. Lo aplaudimos, porque esa fuerza de mujeres y hombres que buscan un cambio, puede permitirnos ampliar los cauces democráticos, constituir un Estado abierto, organizar la participación y forjar una mayor inclusión.

Pero el despertar ciudadano requiere transformar el ruido en las calles en participación en las instituciones del Estado democrático de Derecho y en las organizaciones de la sociedad civil.

Los importantes desafíos que enfrenta la humanidad, nos convocan a la solidaridad global para que la democracia triunfe sobre cualquier forma de autoritarismo. En todo momento, debemos tener en cuenta que enfrentamos retos de una dimensión nunca antes vista. Retos que amenazan nuestra sobrevivencia como especie.


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