Pasarán los años,
Cambiarán las modas,
Vendrán otras guerras,
Perderán los mismos…
Jorge Drexler
Hace unos meses, por cuestiones laborales, asistí a un curso de “teoría de género, igualdad y equidad”. Quien hizo la presentación, hasta donde entiendo un laureado y conocido académico que viaja por la República y allende para ilustrar el tema, inició hablando sobre que la teoría del género se inscribía en la lucha de las minorías, que quien la suscribiera debería suscribir la lucha de toda minoría. Hizo un listado: mujeres, niños, inválidos, homosexuales, transexuales, indígenas y más -incluidos los animales no humanos-. Para mí ya es costumbre que cuando escucho listados de este tipo los pobres sean olímpicamente ignorados, por primera vez pregunté frontal: ¿Por qué no están los pobres en esa lista?
Hablar de pobreza, me dijo, es hablar de un concepto complicado, ¿qué queremos decir cuando hablamos de pobreza? ¿Cómo califica quién es pobre y quién no?… ¿En serio?, pregunté, a mí me parece clarísimo de entender qué es la pobreza, quién es pobre y cuáles valores se fijan para clasificar la distinción: por años ha sido bien conocida la cifra de $2 USD per cápita y la de $1 USD (más o menos recientemente modificada a $1.25 USD) per cápita de ingreso máximo diario para hablar de pobreza y pobreza extrema respectivamente. Sigue siendo complicado, espetó, muchos hablan hoy no de pobreza económica sino de pobreza humana… Seguimos discutiendo por unos minutos.
Es cierto que puede hablarse de distintos tipos de pobreza: basta con consultarle a doña Wiki para darnos cuenta de ello: pobreza relativa o absoluta, humanitaria o económica. Pondero sin embargo que responder así es soslayar el tema. Peor: creo que esto es un termómetro de un fenómeno más grande, incluso dentro de los académicos o líderes de movimientos de reivindicación se aborda con menos fervor la pobreza que la lucha por otras “minorías”. Una razón, irónica y triste, puede ser que la pobreza no es una cosa de minorías en lo absoluto. En nuestro país, por lo menos, el 40% parece una minoría muy grande. Otra, terrible y dolorosa, es que el combate no tiene tan buena prensa o que muchos de estos grupos protegen a minorías de su clase social.
No pienso que debiéramos acabar con otras causas, es compasivo rescatar perros o gatos, es legítimo pelear por mejores condiciones para los inválidos, es bueno pensar en el transporte de los “alternativos”, pero todas estas luchas son, creo que por definición, menores en urgencia que la lucha para que nadie en este mundo muera por hambre o por no tener acceso a servicios básicos.
En este sentido los niveles de gobierno que pueden generar estrategias para combatir la pobreza se desviven por presentar ideas innovadoras, como si se tratara de competir por una revolución creativa para problemas que seguramente no tienen el mismo peso que el más obvio de todos. Porque creo firmemente que no hay nada más obvio o fácil de definir. Aún si al día no tuviésemos un concepto claro, definirlo sería harto sencillo si nos lo propusiéramos. Porque se trata de números, porque se trata de sobrevivir o no hacerlo.
El Gobierno Federal inició la “cruzada contra el hambre” y en el paroxismo de la complicación he escuchado que académicos intelectualizan sobre la diferencia entre “hambre” y “nutrición”. Que nadie se muera en este maldito mundo por falta de comida y servicios públicos no parece algo complicado de conceptuar como una meta, y aunque fuese complicado de combatir, no veo la urgencia de poner el tema en la agenda como el más importante de todos los temas.
Deberíamos estar teorizando sobre formas para una mejor distribución de la riqueza, no sólo dejárselo a los economistas, sino sumarnos con esa pasión con la que hoy se combaten otras injusticias sin que las credenciales académicas se necesiten. Tal vez podamos dejar la innovación para después y ser más obvios, porque si no, algunos nuevos estarán ganando, pero los mismos seguirán perdiendo.