Pretexto imperial. Benito Juárez jamás negó pagar la deuda que tenía México con otros países; lo único que decretó fue la suspensión temporal por falta de dinero. Lo que hizo el emperador francés fue utilizar aquella medida como pretexto para pretender anexarnos a su imperio, ya que mientras la deuda concertada con Inglaterra era de 79 millones de pesos y con España de 10, con Francia ascendía a la insignificancia de menos de 3.
La justificación manejada por Napoleón III ante los gobiernos europeos para invadir México, se fundaba en el apoyo que le solicitó un grupo de conservadores que querían sustituir la república por una monarquía bajo el cetro de un príncipe europeo que pusiera orden al desastre que padecía el país, asegurándole que el pueblo lo recibiría con los brazos abiertos.
La intención real consistía en imponer un cerco a Estados Unidos para impedirle continuar expandiéndose hacia el oeste y evitar que se convirtiera en una potencia que estorbara las pretensiones imperiales de Francia en América.
Terán, diplomático insigne. Como secretario de Justicia, Terán participó en las pláticas con los invasores en La Soledad, Veracruz, logrando convencer a los comandantes de las fuerzas invasoras española (general Juan Prim Prats) y británica (Sir Charles Lennox Wyke), ambos liberales como él, de la injusta invasión en que habían sido involucrados por la ambición napoleónica, tras lo cual procedieron a retirarse.
Desenmascarada su burda estratagema, Francia lanza a su ejército -el más poderoso del mundo- a la conquista de la capital mexicana encontrándose para su gran sorpresa en la batalla de Puebla del 5 de Mayo, con la primera derrota a manos de un ejército mal armado pero apoyado por el pueblo decidido a defender su soberanía.
Misión confidencial a Terán. El cuerpo diplomático en Europa estaba desmantelado debido a la quiebra provocada por las guerras intestinas y la criminal agresión con que Estados Unidos nos arrebató la mitad de nuestro territorio.
Sin embargo, aparte de la guerra de guerrillas que se había entablado contra el ejército francés, era urgente realizar una labor eficaz para desenmascarar las mentiras urdidas por Napoleón III a fin de contar con el apoyo financiero de los pueblos y gobiernos de aquel continente.
Por su gran lealtad y capacidad negociadora, Benito Juárez vio en Jesús Terán al hombre ideal para aquella empresa tan delicada y lo invistió con plenos poderes para concertar en su nombre los compromisos que juzgara pertinentes.
Prolija fue la actividad que desarrolló en los dos años que duró su titánica labor (1864-1866) en constante peregrinar de Madrid a Viena, de Londres al Vaticano, etc., entrevistando embajadores de todo el mundo y altos funcionarios de gobierno empezando por el propio Maximiliano de Austria, quien a pesar de comprender las razones de Terán del grave riesgo a que se enfrentaría si persistía en su aventura, no dio marcha atrás.
Terán continuó su abrumadora tarea ofreciendo conferencias en universidades, teatros, en cenáculos literarios y hasta en cafés; insertando noticias de México, mensajes ilustrativos de nuestra cultura y entrevistas en los periódicos; distribuyendo personalmente y por correo a todo el continente la Revista Americana, así como sosteniendo una correspondencia permanente con Juárez sobre los progresos de su misión.
Terán enferma gravemente en París después de una riesgosa travesía de los Alpes que hizo en pleno invierno, para enterarse personalmente de la noticia -aún no pública- de que Napoleón III había tenido que tomar ya la decisión de retirarse de México, lo cual logra informar a Juárez antes de morir el 25 de abril de 1866.
Reconocimiento de Napoleón III. el informe de Terán queda confirmado “El 5 de febrero de 1867, [cuando] en París, Napoleón III envió un parte a Bazaine ordenando la retirada de las tropas francesas en México, en vista de la presión ejercida por la prensa, la opinión pública y el [propio] Parlamento francés…”
Napoleón III ya no pudo reponerse porque después de cinco años de invasión estéril en México, su ejército desgastado fue desecho en otra insensata aventura contra Prusia en 1870, luego de lo cual fue derrocado y desterrado a Inglaterra, donde murió en el olvido tres años después. Su delirio por sojuzgar a México fue la causa de su ruina.
En cambio, la obra de Jesús Terán dio el fruto demandado aún después de muerto. Esa es la estatura, la capacidad y la calidad humana del héroe aguascalentense de la Reforma que entregó su vida y su hacienda en defensa de la soberanía nacional, sin esperar retribución alguna.
Sin embargo, para nosotros, sus herederos, la patria aún le debe, como dijo Justo Sierra, “el premio de honor proporcionado a sus esfuerzos.” Recordémoselo a la Patria.
Aguascalientes, México, América Latina