Estamos a unos días de celebrar, una vez más, la Navidad, el nacimiento de Jesús, el Salvador; el festejo está contextualizado en una creencia religiosa, que es compartida y vivida por una mayoría de personas del mundo occidental, extendida en menor medida, en el mundo oriental. Es la ocasión para desear felicidad a las personas, y, connaturalmente, un mejoramiento en sus condiciones de vida, incluida la relación de amor.
El nacimiento de Jesús, tomado en sus dos sentidos, como son el hecho de nacer y el conjunto de figuras puestas en un espacio de nuestras casas, nos lleva a la identificación de varios elementos que están directamente relacionados con la felicidad: el portal de Belén como escenario del alumbramiento, cuyo signo es la austeridad -o pobreza-; la alegría por el nacimiento de Jesús; y los regalos, que convertimos -en el mejor de los casos- en la señal de nuestra alegría por el nacimiento de Jesús, y en el deseo de felicidad, como búsqueda de un ‘mejor ser y mejor vivir’.
En estas circunstancias, una propuesta útil es preguntarnos acerca de la relación que se da entre las diversas formas de celebración de la Navidad, que incluye la cantidad de regalos y el tipo de alimentos que degustamos, y la felicidad que experimentamos como personas y como sociedad. Sin entrar en el debate de los porqués de la pobreza y de la riqueza por lo que respecta a los ámbitos político, económico y social, es posible destacar algunos puntos de la condición de felicidad, de su significado en la vida de las personas y de la sociedad, de sus causas y, en sí misma, como efecto de nuestra forma de vivir.
De esta manera, la Navidad se convierte, cada año, en la oportuna ocasión para revisar la idea que tenemos de la felicidad y su vivencia; asimismo, es claro que esas ideas de felicidad son distintas y relativas, ya que cada persona tiene su propia idea de la que desprende su aplicación. Concentro la atención en un punto: en términos generales, la felicidad la tenemos en nosotros mismos.
El debate puede darse al distinguir lo que Jesús-Dios otorga a las personas como felicidad, y lo que tiene que hacer cada persona para lograr la felicidad; son dos perspectivas que tienen confluencia, porque es a través de lo que somos y hacemos, que se manifiesta la presencia y acción de Jesús-Dios, con su felicidad.
La felicidad se convierte en un estado, en una forma de ser; si somos de las personas que creemos en la providencia de Dios-Jesús, tenemos presente que esa providencia consiste en contar cotidianamente con las condiciones materiales suficientes para una calidad de vida digna. Aquí es donde entra la acción de las personas, para lograr por sí mismas esas condiciones materiales de vida, que hacen patente la providencia.
¿Por qué decir que la felicidad depende de nosotros mismos, como personas y como sociedad? Porque, en buena y gran medida, somos lo que queremos ser. En ocasiones creemos que estamos determinados por el sistema de sociedad que vivimos, lo cual, ciertamente, influye, pero no se justifica del todo (por ejemplo, para determinados gobernantes este punto es importante porque les es necesario, para seguir en el poder, que la gente crea que no puede hacer nada para cambiar un sistema de gobierno que no favorece a la sociedad).
Aunque no se vea tan claro, somos lo que hemos decidido ser. Para entender un poco el esquema de vida, ayuda el conocer cómo tomamos nuestras decisiones cotidianas; debemos darnos cuenta de que las decisiones acertadas nos generan beneficios de vida, y, por el contrario, las decisiones equivocadas, nos traen perjuicios y problemas. Mientras pensemos que los problemas en la vida nos llegan sin haberlos buscado, tenemos poca oportunidad de librarnos de ellos, pero si analizamos bien las circunstancias de esos problemas, encontraremos que son efecto y resultado, en la mayoría de los casos, de decisiones equivocadas.
Los ámbitos de esas decisiones, acertadas o equivocadas, van desde el cuidado de nuestra salud, hasta las político-democráticas. Los cambios de carrera universitaria o deserciones, al no ser la licenciatura que respondía a las propias cualidades y habilidades del estudiante; los endeudamientos financieros fuera de las capacidades manejadas; las compras de bienes hasta cierto punto no indispensables; el no atender con tiempo determinada necesidad que en un primer momento se presenta manejable, etcétera. Como decisiones equivocadas, todo tiene efectos perjudiciales para las personas, que nos ponen en aprietos y nos traen insatisfacciones, en lugar de felicidad.
Por el contrario, decisiones acertadas, en cualquiera de los ámbitos mencionados líneas arriba, nos traerán beneficios: una economía personal y familiar, manejada con el equilibrio ingresos-egresos; la atención oportuna de necesidades; el cuidado de nuestra alimentación para la prevención de enfermedades; el conocimiento de nosotros mismos para la selección de la carrera profesional; nuestro manejo en las relaciones de trabajo, como base para la superación profesional; la educación política-democrática, para una útil participación ciudadana, etcétera.
La felicidad de las personas y de la sociedad, considero, está directamente relacionada con las decisiones que tomamos. El ámbito político tiene una importancia capital en esta felicidad, con base en la función social que tiene la institución llamada gobierno. Las decisiones que toman los gobernantes tienen efectos de beneficio o de perjuicio para la sociedad; un buen gobierno llevará a que los ciudadanos puedan lograr condiciones materiales de vida digna, así como un mal gobierno será un fuerte obstáculo para el bienestar de las personas, a pesar de los miles de millones de pesos que gasten.
En esta Navidad de 2014, México está viviendo problemas que no están dando felicidad a muchas personas; son problemas que están teniendo su origen, precisamente, en decisiones equivocadas de gobernantes. Será la exigencia ciudadana sobre estos gobernantes la que permita a la sociedad lograr la felicidad.