La falta de innovación en México / Sin Maniqueísmos - LJA Aguascalientes
09/04/2025

Cada octubre la revista Expansión festeja “Los emprendedores del año” y cada año se escucha el escepticismo. Muchos dudan que tales ediciones reflejen la realidad mexicana. Para citar la misma revista—que tuvo la honestidad de resumir unas críticas en la edición siguiente—sus lectores se preocupan por los obstáculos en iniciar un negocio: “la falta de dinero, los trámites burocráticos y la corrupción en el sector público”.

¡Crear o morir!”, el nuevo libro del periodista argentino Andrés Oppenheimer (Debate/Penguin Random House), observa varios obstáculos más. Analizando el enorme reto de fomentar la innovación en América Latina, cita además las deficiencias en la educación universitaria, donde faltan alumnos científicos y donde hay renuencia hacia la vinculación con el sector privado; un marco legal que no tolera el fracaso, aislando a los que fundaron empresas que quebraron; y un cultura social que no celebra a los innovadores como lo hacen, por ejemplo, en Asia.

Por más de tres décadas ha sonado la pregunta: ¿por qué México no crece más rápido? Cada presidente ha propiciado un crecimiento mucho menor que lo prometido en campaña. Según Oppenheimer—quien vino a Aguascalientes para hablar sobre el tema hace tres meses—los resultados decepcionantes se fundan en gran parte en que México (como toda América Latina) ha dependido demasiado de la exportación de materias primas. Esto no es novedad, pero lo que dice después es alarmante: ni siquiera el sector manufacturero ofrece grandes oportunidades de crecimiento.

No, en estos tiempos de la globalización la economía internacional es cada vez más una de servicios y comunicaciones, y los países que no fomentan la innovación en estos sectores están destinados a quedarse atrás. O mejor dicho, más atrás. En 2013, mientras ciudadanos y empresas de los Estados Unidos registraron 57 mil patentes con la ONU y los de Corea del Sur unas 12 mil, los países de América Latina sólo registraron mil doscientas ¡en conjunto!

El desempeño de México es patético: registró 230 patentes. Brasil, por mucho la nación más innovadora de la región, registró 660. La inversión mexicana en investigación y desarrollo también es bajísima, aún por los ya bajos estándares de la región: aunque México tiene 20 por ciento de la población latinoamericana, invierte sólo 12 por ciento de la suma regional. Al ver los datos originales, el único consuelo es que el número de patentes mexicanos creció a un buen ritmo, un aumento de 22 por ciento arriba del año anterior.

Con la meta de inspirar, Oppenheimer ofrece una serie de estudios de caso sobre innovadores. Van desde el joven mexicano Jordi Muñoz, cofundador de la empresa de drones comerciales 3D Robotics, al veterano británico Richard Branson, creador de la marca Virgin (discos, aerolíneas, naves espaciales, etc.) y ponente en el reciente World Business Forum en el DF. Cada esbozo se basa en entrevistas hechas por Oppenheimer, que claramente pudo crear un buen rapport con sus sujetos, ya que hablan francamente y con humor no sólo de sus triunfos sino de sus fracasos y errores en el camino.

Aunque de absorbente lectura, ¡Crear o morir! es en cierto modo un cajón de sastre: algunos sujetos inspiran mejor que otros, siendo que varios ya eran ricos cuando hicieron sus innovaciones; dos capítulos tratan de españoles, como si estuviera tratando el autor de ampliar su audiencia hacia España. Pero lo que más llama la atención es cuántos innovadores latinoamericanos han tenido que ir a Estados Unidos para realizar sus proyectos. Este no es un problema de selección de sujetos sino un triste reflejo de las circunstancias: en casa, los obstáculos burocráticos, financieros y culturales son demasiado grandes.

Para concluir, Oppenheimer ofrece cinco “secretos” de la innovación. El más interesante y más detallado es “crear una cultura de la innovación”, algo que se podría lograr con la ayuda de los medios masivos—se puede imaginar una versión televisada de la edición especial de Expansión—y con la creación de premios, por parte tanto del gobierno como de la IP y las fundaciones filantrópicas.

Temo que la cuestión cultural sea más difícil de lo que el autor plantea. Una cultura que realmente fomenta la innovación sería una en que a quien conoces ya no es más importante que lo que conoces; en que las pequeñas y medianas empresas (las PYMES) ya no tengan miedo a los monopolistas y sus cuates en el gobierno; en que un joven empleado ya no tema que una idea que ofrece a su superior sea robada por él.


Sobre todo, sería un país en que una joven emprendedora, morena, chaparra e hidrocálida, puede acudir a fondos de capital semilla con la misma posibilidad de financiamiento como tienen los hombres blancos, altos y defeños que sobresalen cada año en las páginas de Expansión.

@APaxman

www.andrewpaxman.com

*Historiador, CIDE Región Centro


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