En el año 2000 el físico y profesor de la Universidad de Manchester Andre Geim recibió el Premio Ig Nobel -que celebra logros en ciencia, tecnología y medicina que hacen reír primero y después pensar- por su investigación “On Flying Frogs and Levitrons”. Un par de años después, como parte de su trabajo, Geim se descubrió el material más delgado hasta ahora, una capa de carbono de un átomo de espesor: el grafeno. Estudios posteriores han revelado propiedades extraordinarias del material. El grafeno es ciento cincuenta veces más fuerte que el acero, posee características similares al silicón y podría convertirse en su sustituto en la industria electrónica, etc. Las posibilidades son miles, hay incluso quien sugiere que el grafeno cambiará al mundo. El entusiasmo es tal que el gobierno británico invirtió sesenta millones de dólares para crear, en la Universidad de Manchester, el Instituto Nacional del Grafeno; y empresas como Samsung e IBM también han apostado fuertes cantidades de dinero para analizar el material y desarrollar tecnología a partir de él. Y a pesar de que el papel del grafeno en la vida cotidiana no ha pasado de su uso para elaborar raquetas de tenis, la promesa continúa; los científicos confían en que, tarde o temprano, una revolución tecnológica ocurrirá gracias al descubrimiento de Geim.
Durante una rueda de prensa acerca del trabajo en el Gran Colisionador de Hadrones, un economista preguntó para qué podía servir todo eso, más específicamente, preguntó cuál era el beneficio monetario de hacer una investigación de tal magnitud. Esto, después de que el físico a cargo de la exposición explicara que los resultados de los experimentos podían revelar el origen del Universo. El científico respondió que no lo sabía, incluso sugirió que había la posibilidad de que no hubiera beneficio económico alguno. Como complemento añadió que las ondas de radio no habían recibido tal nombre cuando habían sido descubiertas, sino cuando, mucho tiempo después, se les había encontrado un uso.
Al parecer el grafeno tendrá un lugar en el desarrollo tecnológico futuro. Al parecer, la información proveniente de los experimentos realizados por el CERN en el Colisionador de Hadrones servirá para algo algún día. Las preguntas que dieron origen al descubrimiento del novedoso material y a la construcción de la máquina más grande de la historia, no eran prácticas. “¿Qué le pasará en ciertas condiciones a una capa de carbono muy delgada?” y “¿Será real la partícula postulada por Higgs?” no parecen el punto de partida para que suba la bolsa de valores, aumente la cosecha de papa, se erradique alguna enfermedad o se desarrollen autos más veloces. En términos de beneficio económico, siempre existe la posibilidad de que la utilidad de tales inversiones sea mínima. Sin embargo, decenas de laboratorios alrededor del mundo siguen trabajando con el grafeno y decenas de países contribuyeron con millones de dólares para poner a girar partículas subatómicas una y otra y otra vez hasta estrellarlas con singular alegría.
Acá en México el afán por el resultado inmediato ronda, acecha, hostiga a nuestras universidades, a nuestros egresados, a nuestros profesionistas. Las carreras universitarias se justifican por su “utilidad”, las ingenierías se aplauden porque suponemos que quienes las estudian encontrarán trabajo de inmediato. Estudiar no es un fin, saber no es un beneficio, a menos que produzca dinero y pronto. No generamos conocimiento sino trabajadores. Por supuesto que participamos en la carrera tecnológica, pero no como atletas, sino como aguadores. Las licenciaturas en Física o en Matemáticas Puras escasean, mientras la familia de administraciones se expande con montones de apellidos.
Todo campo del conocimiento es respetable; pero si queremos de verdad acercarnos y rebasar a las naciones más avanzadas -en términos de investigación, educación, bienestar-, me parece que habría que comenzar a formar, a la par de trabajadores útiles que generen beneficios económicos ahora, generaciones de inútiles enamorados de la investigación y de la ciencia, que busquen por buscar, pregunten por preguntar, recorran caminos inexplorados por el mero afán de la exploración y que avancen decididamente sin conocer el destino, porque de otra manera seguiremos siendo utilísimos, pobres e ignorantes.
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