Hay de dos sopas al observar la actuación de los cuerpos de seguridad durante las marchas en protesta por la ausencia de 43 normalistas de Ayotzinapa privados de su libertad: quienes administran la violencia sólo son incompetentes o grotescamente cínicos; ambas caras de la moneda son asignaturas pendientes que requieren respuesta. Algunas personas consideran que las manifestaciones por los normalistas de Guerrero no son una acción directa que apoye a su localización, lo que hasta cierta medida es verdad, pues no se han realizado brigadas nacionales de búsqueda; también se dice que la renuncia de Enrique Peña Nieto no los traerá de vuelta… cierto. Entonces, ¿para qué marchar por las calles gritando “Vivos se los llevaron, vivos los queremos? Estas movilizaciones informan a la población de lo que sucede en el país, le dicen al Estado que debe cumplir sus funciones con responsabilidad y ética, nos dicen “hay un problema y debe atenderse”, lo cual implica acciones multisectoriales.
Durante las marchas del 20 de noviembre y 1 de diciembre se observaron a granaderos encapsular a grupos de manifestantes en diferentes avenidas de la Ciudad de México, lo cual pone en entredicho que aquel individuo que ostente el poder de las armas tiene la posibilidad de estar sobre la Constitución, al no reconocer particularmente los artículos 6 y 9; es decir, quienes forman parte de las instituciones y los poderes del Estado serían entidades supranacionales con la facultad de no someterse a lo esperado del Estado de Derecho. De nuevo se ratificaría el México surrealista que no soportó André Breton.
Al parecer, se tiene sobreentendido que las y los integrantes de los cuerpos de seguridad son capacitados no sólo para el uso de las armas y la fuerza física, sino que también para el desarrollo y aplicación de estrategias para salvaguardar la paz, la integridad de la ciudadanía, al igual que contener actos y actores violentos; ya que quienes infrinjan las leyes deberán ser consignados a las autoridades correspondientes para procesos de investigación y así deslindar responsabilidades; sin embargo, por lo que acontece en México se entiende que sólo se les forma para ser una masa bruta, en verdad bruta.
Ya sea que estemos de acuerdo con la violencia encausada o no, las diferentes personas embozadas que agredieron a policías durante la marcha del 20 de noviembre, así como quienes dañaron inmuebles durante el 1 de diciembre, deberían haber sido retenidos de forma eficiente; al contrario, dichos sucesos sólo fueron el pretexto para ejercer violencia contra los manifestantes pacíficos.
Existe un video que se ha difundido por medios sociales en el que se vislumbra una masa obscura alrededor de los protestantes y al centro un pequeño grupo de incendiarios agrede a unos granaderos; el Zócalo de la Ciudad de México se dividió en tres zonas, una obscura y delgada coraza, alrededor de una amplia mezcla heterogénea, y un núcleo de violencia aislado del resto. De acuerdo a las capacidades esperadas de los agentes de seguridad, se esperaría que rodearan a los encapuchados para retenerlos y así salvaguardar a las miles de personas de alrededor; pero, al contrario, la limítrofe línea negra se convierte en un enjambre despavorido que parece tragar a las y los ciudadanos, mientras que el pequeño punto de encuentro de los embozados parece tener un campo de fuerza impenetrable. Si no se acepta que esto es una clara evidencia del abuso policial, al menos, por respeto a la inteligencia de la población, se debe reconocer un inútil y torpe ejercicio de los cuerpos de seguridad, lo cual es un chiste de muy mal gusto ante el clima de violencia que padece toda la República Mexicana.
Asimismo, se difundieron imágenes en las cuales grupos de menos de 10 personas arremetían contra cajeros y edificios en la Ciudad de México el 1 de diciembre, día en que se realizó otra de las marchas de Acción Global por Ayotzinapa, y ningún agente de seguridad se encontraba cerca; mientras que, a unos metros, miles de personas gritaban “déjennos salir” al ser rodeados por granaderos. Si esta agrupación de gendarmes es capaz de retener a un cuantioso grupo de personas, ¿por qué estas prácticas de violencia, a cargo de pocos, no son atendidas con celeridad? La respuesta parece clara, pero algunas personas requieren ser llevados de la mano para reconocer el escenario que se presenta para las y los mexicanos.
Ya sea que consideremos que la indignación justifica una violencia encausada de protesta, o que cualquier tipo de agresión a personas u objetos debe ser castigada por la ley; y aunque pensemos que los perpetradores durante las movilizaciones son parte de los propios manifestantes o que son infiltrados por el Estado; existe un tema de suma delicadeza y preocupación: los cuerpos de seguridad son ineptos o simplemente cínicos al abusar de la fuerza y las armas que les son otorgadas por el propio sistema político.
A pesar de que estos fenómenos de vicios policiales no son una novedad, es preocupante que estos actos de abuso o ineptitud se sigan presentando ante los escenarios que, literalmente, se están desenterrando en el país. Por estas razones, se deben reconocer las últimas actividades que coordinó la CNDH al implementar acciones de protección a los manifestantes, incluso frente a los policías, lo cual también nos habla de que algunas instituciones han aceptado que otras se han corrompido y han decidido actuar ante la evidente crisis del Estado y sus organismos en el país.
Es momento de que la política mexicana realice una consciente taxonomía y auto-opsia para reconocer que aunque se facturen abominables actos de violencia por apaciguar la protesta, amedrentar y evitar la difusión de malestares sociales; el mundo ya no es aquel en el que lo local podría ser ocultado. Es necesaria una nueva política que apueste por las acciones coherentes, éticas y responsables; es más apreciable un Estado que reconozca las problemáticas de su nación, las exigencias y necesidades para así generar soluciones y estrategias adecuadas, reconociendo el contexto en cual se implementarán y con una clara consciencia sobre los logros que la ciudadanía desea alcanzar. La forma sin fondo al final colapsa.
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