Que varios miembros de una familia, padres e hijos o hermanos, se dediquen a la literatura y que a todos ellos les salga con una cierta perfección es demográficamente imposible. En español, una de esas pocas negaciones de la probabilidad está en los Panero que, además de a Leopoldo María, Juan Luis y Michi, añaden el nombre de su padre, Leopoldo, también escritor, amigo de Eliot y Cernuda, excelente al menos en uno de sus poemas que es más recordado por su progenie. En Inglaterra, idiosincrática por definición, si bien no abundan los ejemplos, no son tan extraños como en otras latitudes o lenguas. En algunos casos, como ocurre como Frieda Hughes, mediocre poeta con un par de libros publicados e hija de Ted Hughes y Sylvia Plath, la genética, al menos la de la escritura, no hace su aparición. En otros, los Durrell, los James, los Amis, la herencia sí hace acto de presencia como ocurre con los tres hermanos Sitwell a los que Frederic Prokosch definió como “un trío de cacatúas de zoológico que no se cansan de proclamar su vocinglera identidad”.
Aunque el crítico tenía razón, al menos en lo de “zoológico” en los tres y en lo de “vocinglera” en la hermana, fue esta, Edith Sitwell, la que dejó escrita la mejor, y bastante más prudente, definición de los tres hermanos “Edith la contemporánea, Osbert el victoriano y Sacheverell el gótico”.
Sir Sacheverell Sitwell, que fue el menos prolífico de los hermanos, se educó, por supuesto, en Eton y en el más elitista de los colleges de Oxford, el Balliol, para luchar en la Primera Guerra Mundial en, también por supuesto, los Grenadier Guards. Aunque a él, como en el caso de otros muchos autores cuya voluntad no coincide con su destino, le hubiera gustado pasar a la posteridad como crítico e historiador de la arquitectura, sus lectores actuales, pocos pero elegidos, prefieren lo que él mismo etiquetó como “fantasías autobiográficas” de entre las que sobresalen por su calidad literaria, The Hunters and the Hunted y esa combinación de pasado remoto, en forma de recuento arquitectónico, y de pasado más cercano, la infancia, que es All summer in a day: an autobiographical fantasia. Pero, sobre todo, será recordado por, como señalan las escasas referencias a él, ser “el hermano menor de Edith y de Sir Osbert Sitwell”.
Sir Francis Osbert Sacherell Sitwell, al igual que su hermano, fue etoniano, aunque como escribió, se había “educado durante las vacaciones” de los Grenadier Guards, con los que luchó en la Primera Guerra Mundial, en las de Ypres, donde escribió su primer poema de inolvidable, aunque largo título, Some instinct, and a combination of feelings not hitherto experienced united to drive me to paper. Se dedicó por igual a la poesía, una poesía victoriana en plena eclosión del modernismo, a la novela, de las que sólo destaca la menos floja Triple Fugue que, además, es la primera, y al ensayo. Con David Horner, su pareja desde 1920, se trasladó cuando heredó a la muerte de su padre el título de baronet al castillo Montegufoni en Italia que también le correspondió por ser el primogénito.
La obra poética de Osbert Sitwell ha envejecido mal, pero su autobiografía en cinco volúmenes, todavía reeditada y con lectores devotos, al menos en su país, presenta un panorama impecablemente retratado de un mundo ya ido para siempre, la Inglaterra victoriana y aristocrática y su pervivencia en un mundo ya moderno y cuyo último tomo, de 1950, lleva un título que retrata perfectamente a los hermanos Sitwell, Noble Essences: a Book of Characters.
Dame Edith, la mayor de los Sitwell, es, sin duda, la más conocida y reconocida de los tres. Morrissey la adora al extremo de usar su imagen como telón de fondo de una de sus giras, Michael Stipe dice siempre que ella es su poeta favorito y, entre otras muchas más referencias en la cultura pop -y hasta en el hard rock-, en una novela de T.C. Boyle, autor de la imprescindible Las mujeres, las mascotas de los personajes se llaman Osbert, Sacheverell y Dame Edith. Y, además, en parte consciente y en parte inconscientemente, dejó en su mejor libro, el que se sigue leyendo, retratada en dos palabras a su familia, Ingleses excéntricos.
Edith, nacida como proclamaba con orgullo el mismo día que la reina Isabel I, lo tenía todo para merecer una entrada en su propio libro. A los 25 años se fue a vivir con su institutriz y maestra de francés, traductora al inglés de Rimbaud, y su fama le llegó con los poemas, ella siempre dijo que “sólo escribo prosa por dinero”, que escribió durante la Segunda Guerra Mundial, uno de los cuales fue incluso musicado por Benjamin Britten, al igual que William Walton había hecho en 1922, el año del Ulises, de La Tierra Baldía, de Las Elegias del Duino, de Altazor, su casi dadaísta Façade que debía ser interpretado detrás de una cortina con un agujero en la boca de un rostro pintado y las palabras se recitaban a través del agujero con la ayuda de un megáfono.
¿Por qué un monumento para los Sitwell? Para Edith porque durante la guerra regaló un par de botas de agua al todavía no tan grande sir Alec Guiness y, para todos ellos porque, cada uno a su manera pero siempre exactos, demuestran que cuando la genética y la educación se alían, la imposibilidad probabilística no lo es tanto, y más si se colabora como hicieron los hermanos entre 1916 y 1921 editando anualmente una antología de poesía, con ellos como únicos antologados, llamada Wheels, pero a la que todos conocían familiarmente como “los Sitwell”.