Sobre Papeles de Ítaca y otros destinos - LJA Aguascalientes
21/11/2024

En el Decálogo del perfecto cuentista, Horacio Quiroga plantea diez puntos claves para que los escritores de historias cortas lo hagan con contundencia y efectividad. En el punto número cinco, que me parece quizá el más importante, dice: “No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra a dónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas”. Esta sentencia tan sensata aplica para casi todos los géneros. Para una novela, para un ensayo y hasta para una nota periodística. Si no tienes la capacidad para atrapar al lector desde el principio todo está perdido.

Para un lector crítico, que vive inmerso en el mundo de los libros, esta exigencia puede ser cada vez mayor. Todo está dicho, sí es cierto, pero esperamos lo que se ha dicho mil veces: una forma original de contar, de narrar. Sin embargo, hoy en día es muy difícil encontrar a alguien que logre esa contundencia, que esté a la altura de la demanda editorial y que sea capaz de destacar entre la gran cantidad de libros que se publican. Fernando Iwasaki, Etgar Keret, y en México, Alberto Chimal y Bernardo Esquinca, son algunos de los pocos que parecen no sólo saber a dónde van sus cuentos desde las primeras líneas, sino el conjunto de su obra. Tienen un discurso, sus propias obsesiones y caminos para guiar al lector.

En esta línea, sin duda, está Luis Bernardo Pérez, quien además suma a su virtud de narrador exquisito, la ligereza de un autor discreto que no busca pertenecer a ningún  grupo literario. Su trabajo se sostiene a sí mismo y como ha sucedido antes -pienso en Francisco Tario o Emiliano González- está en vías de convertirse en un autor de culto. Cada cuento suyo es un descubrimiento. Sus narraciones son universos complejos, repletos de matices y giros inesperados. Cada texto representa el trabajo puntilloso, dedicado, y casi quirúrgico, de un autor que es hoy en día uno de los cuentistas mexicanos más originales.

Por Papeles de Ítaca y otros destinos, su libro más reciente, publicado por Editorial Océano en su colección Hotel de las Letras, fue reconocido con el XII Concurso Nacional de Cuento Juan José Arreola. A través de las páginas de esta obra, Luis Bernardo Pérez nos conduce a una isla de la imaginación donde construye una cuidadosa anatomía de breves misterios. Sus narraciones sostienen al lector a través de la curiosidad, del humor y del juego metaliterario; son cuentos fantásticos y realistas, que van de lo solemne a lo absurdo, de lo metafísico a lo mundano y que tienen algo en común: el viaje y la fineza en la ironía, donde hechos cotidianos se convierten en un absurdo. Donde un hombre puede meterse a las entrañas de un motor para perseguir al molesto ruido que hace el coche; donde se puede ser en sueños una especie de Caronte pero en un hotel de paso; donde se puede viajar a un país que se supone que no existe; donde un hombre pude cambiarse unos dedos gordos por unos largos, estilizados y con talento para el piano, o donde se puede ser víctima de una seductora dentista cuya única oferta íntima era la de una profilaxis profunda.

En Papeles de Ítaca y otros destinos, Luis Bernardo Pérez narra a partir de sucesos diarios con los que cualquiera puede sentirse identificado. Aborda deseos, tentaciones, añoranzas. El deseo de sobresalir representado en un hombre que busca asemejarse a Odiseo, que parte de su propia Ítaca en busca de la gloria y que sin embargo no logra  encontrar en el camino ninguna aventura. “Pero aunque mi peregrinaje fue tan largo como el del héroe y hubo en él penalidades sin cuento, ninguna Circe, ningún Polifemo, ninguna sirena de canto seductor se cruzó en mi camino”. La paciencia representada por buscadores de tesoros que encuentran la fortuna en algo más que un “baúl apolillado rebosante de joyas”. La suerte manifestándose a través de un hombre que lograr sobrevivir al frío gracias a los calurosos paisajes de Monet y Gaugin. La memoria convertida en una mariposa verdiazul. La muerte representada en forma de un antiguo llamador de hotel.

Cada cuento representa lo inestable de la realidad. No hay seguridad en la vida. Cada instante puede ser el inicio de una extraña experiencia. La fantasía, el terror, la incertidumbre, las dimensiones extrañas.

En una entrevista reciente, Luis Bernardo dijo: “En el momento en el que empezamos a buscar estabilidad, seguridad o que las cosas no cambien, en ese momento la realidad nos enseña que eso no funciona así, que hay cosas que nos obligan a cambiar, a viajar, a reconsiderar nuestras certezas. Y mis cuentos tratan de reflejar eso”. Caminos que llevan a otros lados y puertas que conducen a posibilidades inimaginables.

En un cuento llamado Isla secreta una mujer toma tranquilamente un café en la mañana. No imagina, como ninguno de nosotros lo haría, que ese día recibirá, junto a la correspondencia, un pasaje de avión que ella no había comprado. Revisa el vuelo y se sorprende al encontrar que el destino del viaje es una isla imaginada por ella, de niña. En esta historia, Luis Bernardo aborda de forma delicada la añoranza de la infancia, los recuerdos, la pérdida de la inocencia, y quizá la muerte. ¿Por qué nos olvidamos de nuestros sueños? ¿Por qué no somos capaces de volver a ellos? ¿Por qué hemos perdido la capacidad de imaginar?

En otro cuento llamado La visita, Luis Bernardo aborda el tema de la infancia en una historia que parece equilibrada en tres dimensiones. Un hombre lee el periódico en una habitación. Una niña pequeña intenta llamar su atención, pero él hace todo por ignorarla. “Hundo la nariz en el libro fingiendo interés. Tengo la esperanza de que si la ignoro, se irá a jugar a otro lado y podré leer en paz”. Sin embargo, la niña logra captar. El lector del cuento podría pensar que la pequeña es su hija, o su nieta tal vez. La narración trascurre en una calma total, de nuevo haciendo uso de la vida cotidiana y manipulando al lector con base en sus referencias inmediatas. Al ir leyendo esta breve historia no se entiende a dónde es que Luis Bernardo Pérez nos quiere llevar. El hombre comienza a contar a la niña la historia de una nube. Algo simple, común. La niña escucha y él habla. No obstante, al final el lector quedará sorprendido en un fino giro que juega en tres tiempos diferentes: el de la niña, el del hombre y el del propio lector.


Papeles de Ítaca y otros destinos se divide en tres: viajes, peripecias y otros destinos.  En la última parte, compuesta por siete cuentos, Luis Bernardo Pérez vuelve de nuevo al tema de la infancia, de la curiosidad, del manejo del tiempo, de los espacio y de los juegos metaliterarios. En Ajedrez, Robinson Crusoe descubre que su criado tiene un gran talento para este antiguo juego de mesa, sin imaginar que al mismo tiempo este don será su condena al momento de ser rescatados de la isla donde han permanecido tantos años. En Jarrón oriental el lector vuelve a las dimensiones paralelas al conocer el pensamiento de dos personajes que están pintados en la superficie de una antigüedad. En Miriam logra aumentar ese nivel de manipulación de la realidad en diversos espacios, creando una ilusión a lo M.C. Escher. El propio narrador comienza diciendo “Construyo una casa en esta página”. La manipula. La hace de una forma, luego de otra. Crea a una niña que llega a la casa, con una maleta en la mano. ¿Quién es? Toca la puerta. Una mujer le abre. Es un día soleado. O no, dice el autor: “Prefiero que sea un día nublado”. La niña lleva una carta que entrega al dueño de la casa. Se le informa que una prima suya ha muerto y que la pequeña es su sobrina. Se instala en la casa, que desde entonces comienza a recorrer curiosa en sus ratos libres. Sin embargo, hay una puerta -como siempre hay puertas- que no debe abrir. ¿Qué hay ahí? Pregunta, pero no le pueden responder. Su tío no permite que nadie entre. Este cuento, uno de mis favoritos, me remitió a la idea del significado de los libros a los que podríamos referirnos como un espacio donde cualquier cosa puede suceder, como hicieran Haiwyn Oram y Satoshi Kitamura en su libro infantil En el desván, donde sin discursos, el niño aprende las posibilidades detrás de las páginas, sin que el objeto de la lectura sea el centro de atención. Algo sencillo, directo: una escalera. En Miriam sucede algo similar. Detrás de la puerta la pequeña encuentra un bosque, o no, dice el autor, también puede encontrar un salón de baile, o mejor una mesa donde encuentra una réplica pequeña de la casa y en esa casa se encuentra a sí misma entrando a una diminuta habitación donde encuentra una casa más pequeña aún y así hasta el infinito.

Sin duda, este cuento, como todos los que forman este volumen, cumple a la perfección con el consejo número cinco que da Horacio Quiroga en su Decálogo del perfecto cuentista. Principio y final atrapan al lector, como lo hace el libro en su conjunto a través de un estado de revelación y de lucidez.


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