El cambio histórico de México que todos esperamos tiene que transitar, de manera transversal, por la relación orgánica y dialéctica entre las relaciones sociales de la producción -estructura económica- y las relaciones sociales del poder público institucionalizado -superestructura política y fuente de la ideología dominante-. Afirmación que cobra sentido a la luz de las diez medidas ejecutivas, anunciadas por el presidente de la República, Enrique Peña Nieto, este jueves 27 de noviembre, para salir del negro campo de energías restringentes que se ciernen sobre el país, y tienen como epicentro a la comunidad de Ayotzinapa, municipio Tixtla de Guerrero.
Anticipo mis disculpas al apreciable lector por comenzar con un texto teórico y determinante fuera de los cánones del buen periodismo, pero que lo creo oportuno como sustento de la opinión que enseguida propongo. En efecto, las expectativas creadas ante los medios de comunicación y en la sociedad mexicana por el anuncio del mensaje presidencial, se están viendo relativamente insatisfechas y quedan, al parecer, en una tibia toma de nota mayoritaria, coloreadas por expresivas suspicacias y aún enconadas refutaciones.
Lo anterior denota la persistencia de dudas sistemáticas acerca del estado de cosas que campean a lo largo y ancho del territorio nacional. Pareciera, en efecto, que el ciudadano común está sólo frente a un escenario apocalíptico de ominosas amenazas e incierto desenlace.
Ante lo cual, hay que decirlo sin rodeos, es urgente pensar y decidir con absoluta sensatez, a sabiendas que el miedo es el enemigo social número uno, porque es capaz de contagiar a un gran contingente de la población a la pasividad irracional, a responder con peligrosa inactividad o apatía, e incluso a inhibir una reacción prudente y adecuada frente a los desafíos inminentes.
Dije al inicio de estas líneas que los cambios de fondo que queremos ver todos los mexicanos pasan necesariamente por la toma de decisiones tanto de las élites económica como política, y procedo a su desglose. Los precursores del análisis histórico dialéctico, a este poderoso conjunto dirigente le llaman: el “bloque histórico”. Es decir a la unión indisoluble y a manera de vasos comunicantes entre los capitalistas que dan forma a la estructura económica o del Capital y los políticos que asumen el poder público del país y forman gobierno, y que por ello se designa como superestructura política, una de cuyas principales funciones es la de establecer una ideología -o sistema de principios, valores y fines determinados- capaz de unir y aglutinar a todo el conjunto social del que son cabeza. Respecto de lo cual, esos mismos precursores de este análisis sociológico, afirman lo siguiente: “El carácter dialéctico y orgánico de la relación entre la estructura y la superestructura del bloque histórico tiene dos consecuencias: 1) la naturaleza orgánica de esta relación permite delimitar un bloque histórico concreto; 2) la subvaloración de este carácter orgánico acarrea graves errores políticos” (Hugues Portelli, Gramsci y el bloque histórico, Siglo XXI Ed. 1973. México P. 59).
Pongámoslo en términos más simples: nuestra élite económica dominante en México, quiéralo o no, acéptelo o no, es responsable de tomar decisiones acerca de las inversiones estratégicas e indispensables para mantener la cohesión y viabilidad económica del país, so pena de que no hacerlo pone en entredicho su función primaria de establecer el equilibrio y funcionalidad del sistema económico del que son parte protagónica. De manera que su potencial opción de no actuar -como solía decir el presidente John F. Kennedy, es ya una toma de decisión-, la que pondría en riesgo su propia permanencia como élite dirigente e históricamente ha desembocado francamente en una revolución social. En paralelo, y de forma prácticamente indisoluble, la élite política debe intervenir proactivamente sobre todo en situaciones de crisis generalizada o del país en su conjunto, so pena que de no hacerlo simplemente sea defenestrada de su sitio de autoridad, por un movimiento social profundo y generalizado. Nosotros, sociedad civil, o “clases subalternas”, actuamos como presión para que las élites actúen en concordancia con la coyuntura de crisis.
Es de gran interés notar que la coyuntura presente de crisis en México se califique notoriamente como una de ausencia ostensible del Estado de Derecho, debido a los fenómenos palpables de colusión de autoridades con el crimen organizado, impunidad, corrupción a los más altos niveles económico-políticos, y presencia lesiva de múltiples tipos de violencia contra una sociedad francamente inerme. Por ello se habla del tránsito de un Estado de privilegios a uno de Estado de Derecho.
Es en este contexto que aparecen las diez medidas ejecutivas del presidente Peña Nieto, con la intención de restaurar primeramente la credibilidad social que daría paso a la legitimidad y viabilidad de su gobierno; y en segundo término encabezar el liderazgo económico del “bloque histórico” para sentar bases fundacionales que hagan viable la estructura social; a la vez que recupera la gobernanza o “stewardship” del país en su totalidad.
En este punto probablemente está lo medular de mi opinión, porque anunciadas que ya fueron dichas medidas, se comienza a generar una opinión pública que se muestra recelosa de las alternativas y decisiones tomadas por el Ejecutivo Federal, y se hace acotando de manera muy restrictiva a la persona misma del presidente en turno, Enrique Peña Nieto que las emitió. Todo el prólogo de estas líneas tiene sentido para avisarnos de no caer en la trampa de una visión reduccionista y, por tanto, acrítica del fenómeno que nos ocupa. En efecto, es importante atender personalmente al emisor del mensaje que se ha emitido, pero no reducir a él solo y únicamente la responsabilidad del cambio esperado.
Me explico. Si así fuera, sería como maldecir y condenar como culpable a la cúspide del iceberg que hundió al Titanic, sin tomar en cuenta la montaña que está bajo la línea de flotación.
La reflexión de primera instancia, para salvar nuestra crisis, es aprender el hecho de que se trata de examinar el todo, el conjunto de un “bloque histórico” que está vigente y funcionando -querámoslo o no, aceptémoslo o no, a la cabeza de nuestro país. Nosotros, sociedad civil, también formamos parte de este cuerpo y estamos exactamente bajo la línea de flotación que sustenta dicha cúspide. Para bien o para mal, dependemos de la toma de decisiones de nuestras élites económica y política, unidas inexorablemente. Un ejemplo de este acuerdo silencioso (“silent agreement”), lo veo yo por ejemplo en la respuesta que con toda serenidad y temple manifestó el secretario de Hacienda, Luis Videgaray Caso, al ser cuestionado al término del acto acerca de cómo se iba a financiar la cuantiosa inversión en infraestructura destinada a las tres zonas económicas especiales definidas para Guerrero, Chiapas y Oaxaca; a lo que el secretario respondió refiriendo los montos presupuestales vigente y el ya aprobado para 2015, además de la inversión que la iniciativa privada sea capaz de generar. No es que solamente pase el balón a la otra cancha y se deslinde de responsabilidad, sino que alude veladamente al pacto primordial de vasos comunicantes entre (élite de la) estructura económica y (la élite de) la estructura política. Así de claro, así de sencillo. ¿Les creemos?
Por lo tanto, lo que pudiéramos estar observando en el escenario político es el acuerdo silencioso del “bloque en el poder” que, si no se ha vuelto irracional o suicida, comenzará la activación de tomas de decisiones que hagan transitable el cambio de México por esta crisis. Desde luego, podemos permanecer tan escépticos o incrédulos como sea posible, pero de que estas diez medidas ejecutivas se pondrán en marcha, no tengo la menor duda. Advirtiendo que no estoy calificando su eficacia o su efectividad como resolución crítica final de la crisis que afrontamos, pero sí anticipando que la ruta de flotación está trazada y de que va a requerir del asentimiento social.
El despegue inicia con atorones, debido a sogas que están todavía atadas a los postes del muelle. Pero toda vez que sean desatadas, esta nave se pondrá en movimiento; y ya ese signo, me alienta.