Todos los mexicanos, especialmente a partir del 26 de septiembre pasado, hemos sido expuestos a la más inmisericorde, bárbara y bestial conducta violenta ejecutada por supuestos miembros del cártel del crimen organizado, Guerreros Unidos, y funcionarios públicos locales coludidos en su mando. Hoy, los nombres de Iguala, Ayotzinapa y Cocula del estado de Guerrero son pronunciados en prácticamente todas las cadenas lingüísticas del planeta. México quedó asolado y estupefacto ante hechos tan execrables como desaparecer en término de unas horas, a seres vivientes llevados peor que ovejas al matadero, manejados como víctimas inermes, impotentes, inconscientes y, paradójicamente, exhumadas en un macabro holocausto, al pie de un basurero municipal.
Escena dantesca propia del célebre monólogo del filme Apocalipsis Now, de Francis Ford Coppola, 1979, en que el protagonista, Coronel Kurtz, Marlon Brandon, antes de ser asesinado por el capitán Willard -Martin Sheen-, pronuncia su: “Horror…”, deliberando que la capacidad humana de asimilar tan excepcional experiencia, producía en el sujeto la más nítida intelección (insight) de su libertad para actuar. Lo describe algo así como: “En el momento en que capté la capacidad de actuar sin vacilar de ellos (sus enemigos vietnamitas), superando al horror de tener que amputar ellos mismos, bracitos de niños vacunados por los ocupantes norteamericanos…, sentí vívidamente -como si una clarísima bala de diamante atravesara mi cerebro-, y entendí que un ejército así jamás sería vencido”.
Asimilar hechos o datos de esta naturaleza, exigen a querer, o no, el recurso a fuentes de un verdadero y liberador humanismo. Coincidentemente, en estos días, me tocó presenciar un reportaje que cubre con suficiencia estas características, es emitido por Eurochannel y se titula “The Woman With the 5 Elephants” (La Mujer con los 5 Elefantes). En él desarrolla el perfil de Svetlana Geier, originaria de Kiev, Ucrania, cuyo padre muere en los campos de concentración de Stalin. El diario New York Times (Mike Hale, 2011), la califica de formidable mujer que fue la primera y más eminente traductora al Alemán de cinco obras de Dostoyevsky. Tarea que le significó un proyecto de 20 años de arduo trabajo, cuya obra concluyó en el año 2007, muriendo posteriormente en 2010, a la edad de 87 años.
En una escena crucial de dicho filme, se recorre un barranco, conocido como Babi Yar, hacia las afueras de Kiev, a donde fueron llevados decenas de miles de judíos de la región, para ser inhumanamente masacrados por los ocupantes nazis y arrojados por su talud a la sima. Cualquier semejanza con los hechos de Guerrero es pura verdad. Lo impresionante de esta mujer es su humildad como genial traductora, su mansedumbre ante inenarrables actos de violencia, su aquiescencia al saberse jalonada por dos mundos opuestos, Rusia y Alemania; su respeto a la muerte, pero vivida como un cariño personalísimo a sus muertos Su profundo entendimiento de la condición humana, le hace exclamar ante una basílica ortodoxa y ante la obra monumental de una traducción: “No puedes entender una pintura o una escultura por sí sola, hay que ver el todo. Traducir es ver el todo de la obra, no las partes. Aunque tengas que leer de arriba a la izquierda hacia abajo a la derecha de una página, hay que ver el todo, no las partes; quien traduce debe hacerlo levantando la nariz, hacia el frente”. Nos da un humanísimo testimonio de que la violencia extrema y abominable se supera recurriendo a la intimidad de la persona, mirar desde dentro de la persona, no lo superficial.
Otra mujer que nos da testimonio de un humanismo liberador, es la Dra. Juliana González, doctora en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México, profesora Emérita de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, investigadora Emérita del Sistema Nacional de Investigadores y miembro Titular del Institut International de Philosophie (París, Francia). Entre sus libros se pueden destacar: Ética y Libertad, El malestar en la moral, El poder de Eros, y Genoma humano y dignidad humana. Tiene en proceso una obra sobre cuestiones de Neuroética. Actualmente, dirige el Seminario de Investigación de Ética y Bioética de la UNAM y pertenece al Órgano de Gobierno del Fondo de Cultura Económica. Tenida como una de los Grandes Maestros de la UNAM.
En una conferencia plenaria del Congreso Mundial de Bioética, celebrado en la ciudad de México el pasado mes de junio, expuso sintéticamente el contenido medular de su curso “Ética y naturaleza humana”. En el que se plantea la cuestión de la naturaleza humana como fundamento de la condición ética del hombre. La Dra. González inicia el curso con las preguntas kantianas: ¿Qué podemos conocer? ¿Qué podemos esperar? ¿Qué debemos hacer? A la base de las BioCiencias está la pregunta fundante: ¿Qué es el hombre?
Pregunta que es radicalmente pertinente a la Genómica, las Neurociencias y las BioCiencias, de las que forma parte integral la BioÉtica. La vida humana, entonces, es vista desde los movimientos intrínsecos a la materia, pero también desde la trascendencia, y ello para comprenderla generando criterios humanísticos. En el hombre, no existe física (physis) sin espíritu, como en este Universo/TiempoEspacio no es posible la presencia del Espíritu sin la materia. Ambos se llaman, se imbrican, se unen, no hay dicotomía. El antiguo dualismo metafísico debe ser superado. Unidad del conocimiento que produce un saber novísimo de orden, propiedades y poderes sorprendentes; hoy, la nueva dimensión aportada por la Genómica, nos conduce a estudiar el campo de lo ultramicrofísico, pero también a vislumbrar las facultades del alma y del espíritu. Se disuelve la dicotomía entre la naturaleza inmaterial y esencial de la corpórea. Volvemos al principio, todo es uno y el todo explica a las partes, no al revés.
Nuestra identidad humana depende de nuestra moralidad y destino, pero está en nuestro cerebro, a manera de una hebra helicoidal formada por genes de materia físicoquímica, información genética que habla de nuestra identidad y destino vital; de manera que ya no caben interpretaciones reduccionistas, porque en esencia las funciones espirituales son irreductibles a la pura materia, y hacen que se hermane la naturaleza física y la cultura. Empezamos a entender que el cerebro está programado para la libertad. Y, por tanto, el horizonte humano está en la línea de frontera de la animalidad y la interioridad humana.
Concluyo citando de nueva cuenta el célebre pasaje escrito: De la visión y del enigma, de Federico Nietzsche, en su Así Hablaba Zaratustra, “¡Pero allí yacía por tierra un hombre!… Y en verdad lo que vi no lo había visto nunca. Vi a un joven pastor retorciéndose, ahogándose, convulso, con el rostro descompuesto, de cuya boca colgaba una pesada serpiente negra. ¿Había visto yo alguna vez tanto asco y tanto lívido espanto en un solo rostro? Sin duda se había dormido. Y entonces la serpiente se deslizó en su garganta y se aferraba a ella mordiendo. Mi mano tiró de la serpiente, tiró y tiró: -¡en vano! No conseguí arrancarla de allí. Entonces se me escapó un grito: ¡Muerde! ¡Muerde! ¡Arráncale la cabeza! ¡Muerde!” -Este fue el grito que de mí se escapó, mi horror, mi odio, mi nausea, mi lástima, todas mis cosas buenas y malas gritaban en mí con un solo grito.
(…) Pero el pastor mordió, tal como se lo aconsejó mi grito; ¡dio un buen mordisco! Lejos de sí escupió la cabeza de la serpiente, y se puso de pie de un salto. Ya no pastor, ya no hombre, ¡un transfigurado, iluminado, que reía! ¡Nunca antes en la tierra había reído hombre alguno como él rió!”.
Los dilemas, cuando son de vida o muerte, cuando no pueden ser equivalentes a una coexistencia resignada, o meramente tolerada como designio histórico, deben ser resueltos de un tajo; en un instante de lucidez, de opción y pasión irrefrenable por la vida, la sobrevivencia. Hay que optar por el desarraigo del mal incrustado en las instituciones de la cosa-pública y en la sociedad.