Se creía que la masculinidad heterosexual era tan obvia que no se necesitaba distinguirla, pero con la visibilización de las personas no heterosexuales y el creciente cuestionamiento sobre el sistema sexo-género, parece que la heteronormatividad busca en la misma estratificación un recurso para evitar confusiones, categorías con el sufijo “sexual” que aunque tienen poco que ver con las prácticas sexuales parten de la corporalidad, de la teatrilización de la masculinidad: metrosexuales, ubersexuales, spornosexual y el reciente término lumbersexual, que irónicamente parten de la importación de elementos de la denominada “cultura gay”. Se aceptan transformaciones en los modos y actitudes de ser hombre, pero aún sigue presente el miedo a deconstruir las categorías sexo-género y a que los heterosexuales puedan ser considerados como homosexuales, por eso, generamos nuevas etiquetas: nos flexibilizamos, pero no tanto.
Desde la postguerra, los hombres se negaron, o al menos cuestionaron, el regresar al hogar y sólo quedarse con el papel de esposo y padre; inició el proceso de hipersexualización, de transformación del hombre hogareño y proveedor, al cosmopolita, sexual, erótico y refinado. A la par, las identidades de género no heterosexuales salieron a las calles para visibilizarse y exigir el reconocimiento de sus derechos. Al parecer, al llegar el siglo XXI, las diferencias corporales entre el heterosexual y el homosexual de clase alta se iban desdibujando, aunque la diferencia sólo radicaría en las prácticas sexuales, vínculos afectivos y el cómo se asume el individuo. Sin embargo, algunos imaginarios en torno a los “varones homosexuales que importan” implicaban otro tipo de prácticas, como el ejercicio físico constante, el cuidado de la imagen, la asepsia a detalle, la “enculturación” clasista y la conservación de la jovialidad; lo cual más que una cuestión de “cultura gay” se trataba de la consolidación de la cultura líquida. Por lo que la masculinidad heteronormada tenía que buscar formas para distinguirse y evitar malentendidos, se construyó el término e imaginario de los metrosexuales, que aún suelen atacarse por la relación ideática con lo femenino y lo homosexual, por ejemplo, los mirreyes son una tropicalización latina/mexicana de los metrosexuales, que curiosamente usan un amplio lenguaje homoerótico para adularse entre sí: tigre, papá, capi y champs, que tienen un vínculo con el desempeño sexual y el dominio.
El hombre de las tres efes (feo, fuerte y formal) ya no era atractivo en un mundo con mercados más amplios y prácticas corporales redescubiertas. Aunque el llamado “culto al cuerpo” es un mecanismo de distinción para decirle a la sociedad quién tiene tiempo de ocio para el gimnasio, quién tiene poder adquisitivo para comprar cosméticos y productos orgánicos; mientras que otros tienen que dedicar mayor tiempo al trabajo y recurren a las comidas rápidas y procesadas; las prácticas de hombres obsesos por el cuerpo magro, fibroso y musculoso era fuertemente vinculadas a los homosexuales, así como un alto ímpetu sexual; por lo que también parecía urgente diferenciar a los heterosexuales, con estas características de lo gay. Así surgió otra categoría: los spornosexuales, una combinación entre el deporte y el porno. Se dice que este tipo de hombres procuran el cuerpo perfectamente facturado por el gimnasio y los deportes, muestran su cuerpo para acumular capital erótico, además de intentar una corporalidad muy relacionada a la cultura del porno, por lo que varios portan tatuajes, perforaciones y tratan de emanar sensualidad, o lo que creen que es sensual; es decir: “veme, soy un hombre rudo, mucho gostoso”. Como si no fuera suficiente, también se construyeron los arquetipos de los ubersexuales y metroemocionales, de los que podría creerse que son la versión heterosexual del BGF (best gay friend) con el cual una mujer podría entablar una relación sexual-afectiva, ¡que no se confundan!; el término tropicalizado de éstos últimos podría ser el de “princesos”.
Recientemente se ha comentado y publicado sobre otro arquetipo del ser hombre heterosexual: los lumbersexuales, que han sido descritos como los hipsters hot o leñadores. También se ha dicho que esta es una expresión de resistencia a los metrosexuales; hombres que pugnan por una imagen más natural, así como una barba larga y espesa, aunque no todos los hombres pueden ostentar un pelaje así. Esta tendencia, o lo que se cree ser tendencia, puede relacionarse con el surgimiento de procurar lo orgánico ante la creciente discusión sobre los problemas del maltrato animal, del cambio climático y el deterioro de la naturaleza, aunque irónicamente los lumbersexuales están relacionados a la imagen viril de oficios “Pseudo-outdoors” que manipulan los recursos naturales: leñadores, fontaneros, contratistas (por aquello de la distinción frente a los albañiles). En síntesis, regresar a lo macho, fuerte y rudo, aunque no a lo “feo” y demostrar poder adquisitivo; de lo contrario “Changoleón” sería lumbersexual. Pero este performance de lo viril ya lo hacían los “osos”, una engañosa estratificación entre la comunidad gay masculina, alguno dicen que son la disidencia de la disidencia por negarse a los cánones de belleza del chico guapo cosmopolita gay (skinny bitch), del imaginario homonormado, y otros que es un recurso para decir: “ser homosexual no es sinónimo de ser femenino, soy muy viril”.
¿Para qué tanta etiqueta y segregación? Esto nos ayuda a posicionarnos en un grupo y diferenciarnos de otros. Aunque en su tiempo las categorías metrosexual, ubersexual, metroemocional y demás parecían una forma de cuestionar al machismo y reconocer la diversidad de masculinidades para aspirar a una nueva sociedad que permitiera otras maneras de ser hombre, pero la base argumentativa era clara: debemos aclarar y evitar que crean que somos del grupo de los “raritos”, así que ¿qué nombre le pondremos, Matarile?; es decir: recursos para aceptar que se han transformado las prácticas de la virilidad, pero ante una sutil homofobia no podemos reconocerlas tan fácil como algo que no debería cuestionarse, ¡no se vayan a confundir! Aquí lo preocupante, los lumbersexuales y metrosexuales, al igual que las huesilocas, vaquerobvias, lobos, osos, las mujeres butch y femme, son etiquetas sujetadas con alfileres que sólo promueven la segregación y evitan avanzar hacia una sociedad donde sólo seamos humanos, con prácticas particulares, con la capacidad de generar vínculos afectivos o eróticos con otros humanos. Si bien, es necesario categorizar para brindar atención e intervenir benéficamente para la igualdad de derechos y la equidad, ¿hasta qué punto las etiquetas son nocivas e innecesarias? No todo cambio en la forma significa fondo, al parecer los hombres seguimos siendo los mismos de ayer y hoy, sólo que con diferente empaque, pero el llegar a cuestionar si estos nuevos embalajes son realmente oportunidades de transformación es un avance para deconstruir los imaginarios del Género y virar hacia una sociedad más libre, con reconocimiento a la libertad y voluntad de las y los otros en la comunidad.
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