EL PERIODISMO. Pocas, pero muy gratas pláticas envueltas en el aroma del café he tenido con nuestro compañero director de La Jornada Aguascalientes, Ing. Francisco Miguel Aguirre Arias; en una de ellas le decía que para mí el escribir es un placer que disfruto enormemente, coronado además por el hecho de que lo que escrito puede trascender, de inmediato, si hay personas que los lean -de cualquier estrato social y ámbito geográfico- ahora que la internet los hace viajar, vía satelital, por todo el planeta; sin embargo, en su forma periodística me resulta muy difícil hacerlo por períodos prolongados -y ya vamos a cumplir seis años- porque precisamente su periodicidad es una tiranía para mí difícil de soportar porque como va contra mi formación ponerle coto a la dispersión de mis investigaciones, eventualmente llega el momento inexorable en que debo enviar el artículo al periódico y tengo que concluirlo, a veces, a matacaballo.
DE GAZAPOS. Pero aun cuando el tiempo sobre, no sé por qué cuando el periódico nos regresa la versión impresa, adquiere una dimensión diferente a la remitida y entonces saltan a la vista la roja estridencia de los errores y las oscuras oquedades de las omisiones que -de acuerdo con la segunda acepción del término gazapo– son un yerro que por inadvertencia deja escapar quien escribe o habla.
Por esa razón y después de publicados, tengo una versión corregida de la gran mayoría de mis artículos porque muy rara es la ocasión en que no encuentre errores u omisiones que me permitan terminar de darles el pulido que hubiera deseado concluir antes.
En la mayoría de las ocasiones esos gazapos no afectan sensiblemente el contenido del trabajo; en otras, en cambio, es necesario publicar de inmediato las correcciones para evitar equívocos o lagunas en la percepción del lector no iniciado en el tema; este es el caso al que quiero referirme, pues:
EL ARTÍCULO 3° Y LAS NORMALES. Así fue como, en cuanto vi impresa la última publicación de Tlacuilo, me di cuenta de la siguiente omisión en el párrafo de Enseñanza Normal y Tecnológica:
Dice: Más aún: la importancia de la educación normal es tan grande, que es la única de las tres que merece mención en el artículo 3° constitucional, relativo a la orientación que tendrán sus planes y programas;
Debió decir: Más aún: la importancia de la educación normal es tan grande, que es la única de las tres que merece mención en la fracción III del artículo 3° constitucional, relativo al criterio que orientará a dicha educación con base en los términos de la fracción II.
Esto es necesario aclararlo, en primer lugar porque al agregar el texto omitido se hace evidente una afirmación que requiere fundamento, que en este caso recae en la insigne responsabilidad de la educación normal en la etapa en que los escolapios han de adquirir, en la educación básica, no sólo los conocimientos generales sino también las virtudes que han de normar su futuro desempeño como ciudadanos.
Y en segundo término, porque la universidad sí está incluida en la fracción VII, pero con responsabilidades que, de diversa naturaleza, tienen las instituciones de enseñanza media superior y superior.
Estas bases me son familiares, en primer término porque desde 1945 observaba la acuciosidad con la que mi padre, el profesor Jesús Aguilera Palomino, preparaba sus materiales sobre el artículo 3° para explicar su significado a los profesores que había que capacitar debidamente a fin de cumplir con el precepto constitucional de educar gratuitamente a las nuevas generaciones, pues ante la falta de profesionales del ramo, los gobiernos posrevolucionarios habían tenido que improvisar a muchos que, si bien con gran empeño, apenas habrían cursado, si acaso, la enseñanza primaria. Fue esa necesidad la que hizo surgir en 1945 una de las obras admirables de la Revolución Mexicana bajo la dirección del eminente maestro Luis Álvarez Barret: el Instituto Federal de Capacitación del Magisterio, que en ese mismo año empezó a rendir sus frutos también en Aguascalientes.
En segundo término, porque en mis estudios profesionales realicé varios trabajos en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, que requerían un dominio de las bases constitucionales en el terreno educativo.
Y en tercero, porque desde mi destitución de todas mis cátedras en la Universidad Autónoma de Aguascalientes por pronunciar un discurso en defensa de su autonomía, me interesé por estudiar la doctrina y la historia universitarias dentro del contexto general del sistema educativo.
Por todo ello, soy un convencido de que es necesario difundir críticamente el contenido del artículo 3° y su significativa evolución desde la benemérita Constitución de Apatzingán de 1814, para fortalecer el orgullo de pertenecer a nuestra nación mexicana, parte consustancial, a su vez, de nuestra Patria Grande que es América Latina.
Por la unidad en la diversidad