El lenguaje de madera, los lugares comunes nos ayudan a transitar por el mundo sin tener que analizarlo todo. Esto no es necesariamente malo, o bueno. Hay que saludar y la fórmula, la cortesía, requiere tanto preguntar Cómo te va, como una respuesta. Todos esperamos que nos respondan Bien. Quien se lance a proveernos de un análisis detallado de su vida o un recuento preciso de sus más recientes momentos será visto como un excéntrico, si bien le va, o como un tonto. Las palabras que usamos coinciden con las que usaríamos para preguntar de verdad Cómo te va, pero en ese contexto sirven exclusivamente para completar el ritual del saludo. Hablamos del calor, la selección, la educación, la lluvia, el gol, la situación, sin hablar de nada. El arsenal de frases hechas, pensamientos comodín, refranes vacíos, nos permite sortear cualquier tema sin pensar. Es un rival difícil que toca bien el balón, Hay que hablar en la cancha, Es que no leemos ni un libro al año, Los niños son el futuro, Ahora sí parece que va a nevar, De alfombra roja y caravana, Estamos hartos.
El libro es siempre mejor que la película. Ni siquiera se necesita comprobarlo, todos lo sabemos, es verdad universal. Y lo sigue siendo hasta que comenzamos a leer los libros y ver las películas correspondientes, o viceversa. Tiburón es un best-seller sin mayor gloria y un ejemplo de estupendo cine; William Peter Blatty hizo El exorcista aceptable, William Friedkin lo introdujo a la historia; La firma es una novelita más, entretenida y punto, y una película mucho mejor hecha; Casino Royale, como todas las novelas de Bond, vale la pena en rústica y en la playa, pero hace una tarde con palomitas y cerveza memorable; “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” no es uno de los mejores cuentos del mundo ni de Philip K. Dick, Blade Runner es una obra de arte. Y la lista sigue. El silencio de los inocentes, Duro de matar, El club de la pelea, El resplandor, 2001. Si no fuera suficiente: Psicosis y El padrino.
Tantas veces lo hemos dicho que no nos detenemos a verificar si es cierto. Alguien se tomó el tiempo para averiguarlo, comprobarlo, condensarlo en una frase y regalárnoslo como sabiduría en menos de ciento cuarenta caracteres, pensamos en bloques que encajan en el personaje que representamos y que nos evitan meditar. Por qué habría de ser mejor el libro que la película siempre. Porque la literatura tiene miles de años de historia, el cine poco más de cien -y no, sombras en la cueva no es cine; es lindo imaginar que la contabilidad y el performance, la mecatrónica y los happening existen “desde los inicios de la humanidad”, pero nada, la literatura es vieja, el cine no-. A las novelas ya las considerábamos arte cuando a las películas apenas las aceptábamos como entretenimiento. Un desaseado ejercicio de reducción nos llevó, primero, a hacer de longevidad y respetabilidad sinónimos; después, a fundir libros con literatura, y películas con cine; y, por último, como si fuera obligación, a organizar una competencia innecesaria. Y, aunque la evidencia en contra se acumula año con año, qué más da, suena bien decirlo, nos hace parecer críticos, nos alinea del lado correcto. Por procedimientos similares La lluvia es mal clima, Las espinacas nos hacen fuertes, No fue penal, Somos buenos y ellos malos, Comer carne hace daño, Jugamos como nunca, perdimos como siempre, Es su culpa y solo suya, Si no marchas no amas a tu país, La gota que derramó el vaso.
Este país vive un periodo de autocrítica; la repetición constante de los actos de corrupción, el bucle interminable de violencia, la ceguera inexplicable de la clase política para entender que llevan años haciendo las cosas mal y la ceguera también inexplicable de nosotros los ciudadanos para entender que somos parte del problema -y de la solución- nos han llevado a una situación insostenible. Por décadas hemos acumulado fallos en la distribución de la riqueza, la generación de conocimiento, la impartición de la educación, la convivencia social, la impartición de justicia. La esperpéntica película que vemos todos los días en los noticiarios, esa que protagonizan las clases políticas, las estrellitas de la farándula y los criminales, está basada en el libro que escribimos cada día los ciudadanos. Si queremos ejercer la verdadera crítica y no seguir repitiendo hasta la eternidad las mismas fórmulas, sería conveniente que nos cuestionáramos si en esta ocasión la película no será un fiel retrato de la novela, y lo mejor sería que nos pusiéramos a escribir de nuevo.