No, definitivamente no. Lo niego categóricamente. No soy, ni pretendo ser, un crítico de música. Carezco de la altura necesaria en términos de conocimientos eruditos para desarrollar esta labor, además, no sé, siempre he visto con cierta desconfianza a quienes se ostentan como críticos en cualquiera de las diferentes disciplinas del arte.
Pero antes de cualquier cosa, quiero hacer una sólida declaración de principios: soy melómano, luego existo, disfruto de la música inmensamente, pero no como un entretenimiento vulgar e intrascendente, no, amigo lector, que amablemente has aceptado la invitación a la mesa para degustar del Banquete del día de hoy, la música, para quien esto escribe, no es un accesorio, sino una parte integral, es una extensión de mi propio cuerpo, es una forma de vida y un compromiso que consecuentemente lleva a asumir un comportamiento y una forma de entender e interpretar la vida.
Estoy totalmente de acuerdo con Friedrich Nietzsche, aunque sé que a este gran filólogo y pensador alemán del siglo XIX le daría igual si estoy o no de acuerdo con él, pero de todos modos quiero decir que comparto hasta sus últimas consecuencias con él aquella contundente cita: “La vida sin música sería un error”, esto es inobjetablemente cierto.
Pues sí, para este servidor la música es eso, una manera de entender, interpretar y vivir la vida. No podría jamás concebir mi existencia sin las notas musicales bailoteando en un pentagrama. Desde que me levanto hasta que me entrego a los brazos de Morfeo, es Orfeo quien me acompaña.
Entonces dime tú, amigo que amablemente has aceptado mi invitación a participar de este Banquete, dime, ¿cómo podría yo, el más indigno de los melómanos ejercer, o al menos pretender ejercer, la labor de crítico musical? ¿Quién sería yo para juzgar a quienes trabajan en la música y con la música?
Por eso, y por muchas otras razones que me resulta imposible citar por las evidentes cuestiones de espacio, me desmarco del calificativo de “crítico de música”. ¿Sabes?, siempre he pensado, y estoy seguro de ello, que todos los que ejercen la labor de crítico de música son, sobre cualquier otra cosa, músicos frustrados, y entonces quizá resulte más comprensible el hecho de que el crítico señale con dedo acusador lo que a él le gustaría en realidad estar haciendo. En todo caso podría entenderse algún señalamiento al músico, pero jamás a la música. Finalmente, ¿qué le podríamos criticar a la música, a la verdadera música? ¿Qué le podríamos echar en cara a la más inquieta, la más juguetona, la más caprichosa y parafraseando a Nietzsche, la más Dionisíaca de las artes, a la música, su majestad la música?
Bueno, pero vayamos al asunto del que me quiero ocupar en este Banquete, la razón por la cual me hago a un lado en la lista de los críticos de música. Si, lo acepto, soy un músico frustrado, pero de ninguna manera pretendo refugiarme cobardemente en la trinchera de la crítica y hablar con elegantes frases y envenenados discursos disfrazados con la engañosa vestimenta de la elocuencia musical. Creo que todos los críticos de música son músicos frustrados, pero definitivamente no todos los músicos frustrados somos críticos de música.
Por otra parte, los críticos de música siempre han sido los villanos del cuento. Echemos un vistazo rápido y distraído a algunos episodios de la crítica musical. ¿Te acurdas de Eduard Hanslick? Se hizo famoso por estropear o al menos hacerles la vida complicada a grandes compositores, llegó a decir, por ejemplo, sobre Richard Wagner: “La melodía infinita es la falta de forma elevada a principio, la embriaguez del opio en el canto y en la orquesta para cuyo culto especial se ha levantado un templo en Bayreuth”.
Sergei Rachmaninov también fue víctima de las plumas perversas y destructoras después del estreno de su Sinfonía No.1, motivo por el que se sumió en una severa y prolongada depresión. Tampoco a Tchaikovski le fue muy bien con la crítica, específicamente con el mismo Hanslick en el estreno de su monumental Concierto para Violín.
Recordemos, por ejemplo, cuáles son los enemigos contra los que lucha Richard Strauss en su poema sinfónico “Vida de Héroe”, ese enemigo era justamente la infame y despiadada crítica.
En fin, los ejemplos son abundantes y sería imposible citarlos todos, pero creo que la idea queda clara, ¿o no?, los críticos de música juegan el papel de los malos de la película y créeme que no tengo algún interés en protagonizar ese rol.
Posiblemente me permita el lujo de calificarme como comentarista, pero sobre todas las cosas, soy un humilde y fiel servidor, sólo un súbdito más de su majestad la música. Ya lo mencioné líneas arriba, ¿cómo es posible criticar lo que tanto se ama? ¿cómo criticar la verdadera música?, y a los músicos tampoco, para mí los artista en general, y por supuesto los músicos, los considero como una raza aparte, pertenecen a otra categoría, son de otro código postal, ¿cómo cuestionar su trabajo?
Quizás, eso sí, señalarlos con dedo acusador cuando tratan indignamente a la música o cuando teniendo talento se someten al facilismo musical haciendo cosas indignas, como esas cancioncitas con fecha de caducidad y que únicamente responden a intereses comerciales, pero no asumiendo la posición de crítico de música, sino por simple amor a la música, por la simple devoción que nos inspira su majestad la música.