El taxista cede el paso a una señora que desea cruzar la calle. Desacelera para permitir que un tipo desesperado pueda rebasarnos. Deja que otro histérico alcance a incorporarse al carril después de hacer una maniobra tonta que lo ha dejado frente a frente con un camión urbano. La conversación es agradable. Se muestra sorprendido de que a las ocho de la mañana ya haya gente tan enojada en las calles. Me comenta que él es un taxista nuevo aunque ya sea un viejo; tiene sólo tres años en el trabajo y eso lo hace sentirse novato. Cree que los taxistas viejos, los que ya llevan mucho tiempo, están cansados y han adquirido mañas; muchos están siempre de mal humor, gritan, usan el claxon como arma y se vengan del resto del mundo no dejando a los demás pasar, acelerando cuando los intentan rebasar, echándole el auto a los peatones y a los ciclistas. No se queja de las ganancias y está contento con su trabajo.
Entre más platicamos, más coincidencias encuentro entre nuestros puntos de vista. Llevamos apenas unos minutos de traslado y ya estamos de acuerdo en que los automovilistas son cada vez más agresivos, que el estrés es un ingrediente casi indispensable del tránsito y que a todos nos convendría relajarnos más. Hasta en la obligada charla sobre el clima nuestra perspectiva se asemeja, Ya tiene dos días que cambió, ahora sí se nota el otoño, Claro, es que ya comenzaron los frentes fríos, No, hoy no llueve, ya verá, al rato se despeja. Somos expertos meteorólogos. De vuelta al tema de la civilidad en el auto, hablamos de los enojos, de lo fácil que le resulta a algunos hacer de una desavenencia una cruzada de furia. Cometes un error y el ofendido siente que has insultado su hombría, su feminidad, su familia, su madre o su vida; y se lanza en una persecución que, casi siempre, termina en un poco inteligente intercambio de insultos y reclamos al más puro estilo qué, pos qué, pos tú; no, pos tú. Ambos nos quejamos de los conductores que salen al mundo a cobrarle sus frustraciones. Y, a mitad del trayecto, una frase anuncia el fin de los acuerdos. Es que aquí les gusta hacer fila.
Al principio no entendí bien a qué se refería, Cómo que nos gusta hacer fila, Sí, ya ve, por ejemplo, en la avenida tal esquina con tal, para dar vuelta la gente hace fila, Mm, pues sí, para tomar el carril de vuelta, Pero uno puede irse por el otro carril y ponerse en medio para esperar la vuelta, Ajá, pero para eso es el carril de vuelta, Y luego, los que hacen fila como que se enojan porque uno se mete, Pues sí, porque justo para eso es la fila, Pero, si de todos modos uno ahí no estorba, y así se ahorra un semáforo, Mm, ok, pero si todos lo hicieran sería un relajo, Por eso, aquí como que les gusta lo de las filas, porque no todos se meten, Bueno, es como en los cajeros, si hay dos, pues se hace una sola línea y es más rápido, si se metieran…, Pues sí, pero a veces uno puede entrar más rápido si alguien se distrae, Y entonces todos se enojan, Yo creo que no es tanto que les moleste que se meta uno, más bien creo que les molesta que uno sea más astuto, Gandalla, querrá decir, Ve, es eso, uno se mete pero no es que le estorbe a los otros, no es ser gandalla, es ser astuto, Las filas están para algo, y uno tiene que saber esperar su turno, meterse nomás porque vio un hueco es ser gandalla. Llegamos.
El conductor era un buen tipo, amable y paciente, no dio acelerones, no se enojó con ningún conductor, ni siquiera usaba groserías mientras hablaba, creía en que la gente debía relajarse más, estar más tranquila y no engancharse en pleitos tontos. Estábamos de acuerdo en casi todo. Y el último desencuentro, de tintes más semánticos que éticos, no fue suficiente para que me cayera mal; a final de cuentas, no puedo juzgarlo por una sola opinión. Además, tampoco es que el caso de que por fuerza yo deba tener la razón, uno de los ejemplos que me dio realmente era bueno: en el camellón de una avenida hay un carril para dar vuelta hacia la izquierda que se congestiona mucho, el espacio en el camellón es más que suficiente para que dos autos pasen al mismo tiempo, sin embargo, la fila sólo permite el paso de uno por turno; algunos (aquí elija poner “astutos” o “gandallas” según crea conveniente) brincan la fila y se colocan justo al lado del primer auto, de manera que dan vuelta junto a él. Yo, que acostumbro ponerme en la línea, realmente detesto a quienes hacen la maniobrita; no obstante debo aceptar que no lo hacen en mi contra y que, para fines prácticos, no entorpecen el sistema que sigo.
En un tema tan simple como la actitud mientras se conduce, dos tipos que estaban de acuerdo en casi todo, encontraron que había claras diferencias entre sus posturas. Ahora que tanta gente habla de nuestro enojo, nuestra tristeza, nuestra sed de justicia, me parece que será fácil encontrar coincidencias, y mientras nuestra manera de calmar el enojo, atenuar la tristeza y saciar la sed, sea pacífica, los desencuentros nos harán sentarnos, discutir y darnos cuenta de que no todos opinamos igual. Cuando gritamos crimen de Estado, no todos decimos lo mismo, cuando hablamos de los malos, no nos referimos exactamente a las mismas personas, cuando decimos que estamos hartos, lo que nos ha hartado podría no ser idéntico para unos y otros. Pero si nos decidimos a recurrir a la violencia y de pronto nos encontremos con que quienes combaten a nuestro lado no piensan igual a nosotros, no habrá marcha atrás y haremos de este país un incendio.
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