Visto desde la filosofía de la trascendencia, la enajenación de la conciencia puede manifestarse por una triple vía; la de autoridad o del binomio padre/hijo; la erótica o de la relación hombre/mujer; y la pedagógica correspondiente al binomio maestro/alumno. Se trata de una simbolización del conocimiento relativa a tres de los principales órdenes de relación humana: La vinculación padre-hijo/hija fundante de la autoridad, que en lo social trasciende a la esfera de la Política; segundo, el encuentro humano, de género, hombre-mujer que establece la unión amorosa y se manifiesta mediante la vida Erótica -en sus diversas modalidades y preferencias sexuales-, y que en lo social -mediante la figura matrimonial- da forma a la estructuración de la sociedad a partir de sus relaciones de producción, reproducción y consumo que integran la esfera Económica; y, finalmente el orden que define el encuentro humano por el conocimiento -esfera de la educación/cultura-, que protagonizan el maestro-discípulo y se manifiesta en la relación Pedagógica, sobre la cual se construye la comunidad del conocimiento en su multiforme manifestación de materias y contenidos.
Este hecho humano y psicosocial de la formación de la conciencia, aparte de ser absolutamente indispensable para una sociedad organizada y en grado de civilización creciente, en la práctica y en la historia puede transcurrir de uno a otro polo contrario y extremo: la total enajenación de la conciencia o la emancipación liberadora de una conciencia crítica e informada. Evidentemente, en los comportamientos sociales actuales de nuestra sociedad mexicana, lo que vemos es un cúmulo de contradicciones políticas, económicas y de la cultura popular que ocurren e inciden en un complejo de conductas que deslizan a lo largo de un continuum de agresividad/agresión que va de la verbalización y gestos mínimos de desdén hacia otros hasta sus extremos contrarios que cristalizan en la violencia física abierta ya sea lesiva o letal enderezada contra el considerado enemigo. Lo que topa en la crispación de la atmósfera social.
Es natural que un cuadro social como el arriba descrito produce la imagen de una conciencia atípica -o fuera de normalidad- en grave confrontación de clases y grupos diversos de la población, misma que se traduce y amplifica en un estado de anomia, o cesación de las normas normantes del orden comunitario y social. Dicho en breve, equivale a la cesación relativa del Estado de Derecho, por lo que hace imperativa la intervención del Estado como garante del orden y la cohesión de la misma sociedad. En este punto, nosotros, la sociedad civil, tenemos el imperativo ético de concurrir y coadyuvar en la re-implantación del normal funcionamiento de la vigencia del orden normativo que nos da unidad, cohesión y respeto a nuestro pacto social
En el caso presente, es una comunidad estudiantil, de la escuela normal rural de Ayotzinapa, Guerrero, “Raúl Isidro Burgos” la que está al centro de la escena política nacional y mundial. De manera por demás evidente los manifestantes pacíficos constituyen el núcleo familiar de los normalistas desaparecidos, los 43, también les acompañan y se solidarizan con sus justas demandas y dolor como víctimas de esa inaudita violencia, decenas de comunidades estudiantiles, principalmente universitarias, de todos los niveles educativos y prácticamente de todas las entidades de la república. Simultáneamente, contrastan los grupos actores y protagonistas de formas ostensiblemente agresivas de manifestar su pretendida protesta social de abierta confrontación contra los tres órdenes de gobierno: el Federal, el Estatal y el Municipal; de manera consistente irrumpen con instrumentos incendiarios y destructivos de edificios públicos y equipamiento urbano. Se muestra como una instigación a la fuerza pública para que despliegue su acción represora, como disparador de inciertos y riesgosos resultados. Hasta, ahora, ésta ha sido desplegada mediante una presencia disuasiva y de contención
Tales hechos y coyuntura de prácticas sociales están a la base de lo que, en el caso de Ayotzinapa, pudiéramos identificar como la emergencia de una alienación pedagógica, bajo claros indicios y por varias razones: 1) Un sistema de dominación es por definición un circuito cerrado entre un polo dominante y otro dominado. Los normalistas desaparecidos son ostensiblemente víctimas dentro de su relación pedagógica, al haber concurrido como, grupo escolarizado, sin las precauciones del caso, a un sitio, evento y circunstancias de alto riesgo, que anticipaba confrontación; si ocurrió como un evento improvisado por liderazgos internos de ellos mismos, es obvio que resultó contener un alto índice de ingenuidad política, al no medir la fuerza irrestricta del grupo antagónico; si, por el contrario, este grupo fue animado o instruido para manifestarse de esta manera inerme y sin salidas razonables, es más grave aún porque revela el poder -en manos del polo dominante que lo produce- de inducir una conducta de riesgo-, alentado por una idea o motivo ideológico radical.
Si entre la ideología y ésta es como define el análisis histórico y socio-lingüístico: una ética militante; entonces, la enajenación de conciencia es manifiesta y dependiente de una directriz autocrática e incontestable. La conciencia crítica auténtica hace avanzar a su portador por su preservación instintiva de la vida e integridad total y no por su propia aniquilación. Su abducción, en consecuencia, ocurre debido a una perversa ambivalencia de impredecibles resultados, dado que intervienen individuos que se ostentan como “autoridad” política y policial, subordinada a intereses espúreos absolutamente exógenos al orden constitucional; caen en un trampa mortal de la que son víctimas impotentes, en un escenario de dominación tan injusto como abominable.
2) Existe un fuerte y claro contraste entre el grado y forma de autoridad paterno-filial y el evidenciado dentro de su relación pedagógica propiamente dicha. Los padres alentaron su incorporación a la escuela normal bajo una expectativa de superación personal y formación profesional, como un oficio de vida plenamente digna, deseable y benéfica; pero, al ingresar en este sistema educativo, las expectativas del magisterio involucrado y la forma comunitaria de organizar su vida y carrera, revelan un fuerte acento en motivos ideológicos para actuar que, salvada sin lugar a dudas la recta pedagogía estrictamente magisterial que prive en los planes y programas académicos oficiales, existe una atmósfera de radicalización en su entorno vital que inducen grupos magisteriales radicalizados y con fuerte acento de activismo proselitista militante por su impugnación a las instituciones al uso dentro del Estado mexicano actual. Los padres hoy, claman y lloran por su ausencia, los que instigan a la violencia, se plantean el objetivo señero de desestabilizar a lo que o a quien identifican como su adversario político.
3) Cruda ambivalencia de la autoridad. En tanto que las madres y padres de familia -gracias a su relación erótica- dieron origen a una vida y para ella, una expectativa de legítimo desarrollo y acceso a la plenitud humana, que incluye desde luego el conocimiento, optan por la primacía del amor, el cariño y el afecto filial; en donde su autoridad descansa en el respeto tradicional a sus mayores. En cambio, los actores protagónicos magisteriales (específicamente en este caso de reflexión) optaron por dar prevalencia a una opción contestataria, modalizada por una actitud reivindicativa de connotación confrontacional, sin mediar una distancia crítica suficiente como para proveer a sus pupilos una precaución metodológica que les brindara la alternativa de optar por su integridad personal y la vida. La autoridad paterno-filial los alentó a la vida, la formal o situacional pedagógica los situó en la frontera límite de muerte.
Es evidente que, en este espacio de opinión, no podemos abundar más en el análisis histórico y de coyuntura; pero desafortunadamente resulta inequívoco constatar que aquí no se trata de proponer un debate, como dirían mis más ortodoxos maestros de análisis marxiano, que no marxista, meramente logocéntrico, es decir focalizado en una confrontación argumental de ideas o conceptos, sin referencia real a la evidencia histórica. Antes bien, se trata de hacer aflorar la verdad críticamente construida, precisamente mediante la deconstrucción de ideologías alienantes que inducen a la muerte; para poder proponer alternativas viables y plausibles por la vida. Esto se logra optando por la emancipación y empoderamiento pedagógico de la conciencia y no por su alienación sistémica.