Los centenarios sirven para recordar. Para refrescar la memoria. El aniversario de la Convención de Aguascalientes sirvió para tener en mente un pasaje de la revolución mexicana en el que la guerra civil se detuvo para discutir la posibilidad de llegar a acuerdos sobre el futuro de México sin Porfirio Díaz.
En Aguascalientes la clase política empezó a festejar La Convención 50 años después de ocurrida. En el 75 aniversario el programa conmemorativo fue de gran magnitud. En ese entonces, como ahora, las preguntas y los comentarios han sido más o menos los mismos. Nos preguntamos cuándo ocurrió la Convención, por qué se inició, quiénes asistieron a ese encuentro de militares y qué acuerdos y diferencias tuvieron. Este acontecimiento suele recordarse en las efemérides escolares y se recita en los patios de las escuelas sin que genere el mayor interés y, una vez mencionado, otra vez pasa al olvido. Paradójicamente en las efemérides se cultiva el olvido nombrando las cosas.
100 años después la Convención se recordó en Aguascalientes con diferentes actividades. Los principales actores de esta evocación fueron la clase política y una parte más o menos amplia de académicos, principalmente de historiadores. A quiénes dirige los destinos del gobierno local y, en menor medida, a dos o tres de los partidos que suelen ser dominantes entre los electores, el centenario sirvió como excusa para concretar una visita presidencial, cumplir con las efemérides y festejar con una ceremonia protocolaria.
El gobierno local, además del protocolo oficial que incluyó la remodelación de la plaza principal y del Teatro Morelos, hizo su parte. Editó libros, publicó un cómic para repartirlo en el sistema de educación básica y alentó la divulgación de un programa de televisión y varios spots de radio. Los académicos y las instituciones en las que laboran, especialmente de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, conmemoraron a su manera: publicaron libros y revistas e hicieron coediciones con instituciones nacionales; impulsaron exposiciones fotográficas de gran formato, realizaron programas de radio permanentes, y en varias tribunas públicas, foros, coloquios y seminarios sobre el tema, lanzaron al aire preguntas y reflexiones variadas que cuestionaban por qué ocurrió lo que ocurrió, e inclusive debatieron cómo recordar lo que pasó hace 100 años.
La Convención de Aguascalientes ha sido interpretada de distintas formas. Algunos lo recordaron como un acto patriótico y otros como una feria de vanidades caudillistas. Otros más como el fracaso de un acuerdo nacional para detener la guerra civil, y otros como la victoria momentánea del parlamento. También ha sido visto como la reunión histórica de los diferentes mexicanos de esa época, una reunión popular y plural sin precedente en el México moderno. Algunos identificaron a la Convención como el momento estelar del villismo y el zapatismo, como el único espacio revolucionario al que asistió el pueblo bajo para dialogar con la clase política tradicional y con algunos intelectuales. En miradas más finas la convención ha sido concebida como un fugaz ejemplo de lo que puede ocurrir cuando coinciden los pobres y el poder, una realidad que inmediatamente es calificada como peligrosa porque supone anarquía y violencia.
La recapitulación de lo ocurrido hasta ahora enseña que pese a todos los esfuerzos invertidos, la memoria sobre la Convención ha sido numéricamente limitada y de poco arraigo entre los aguascalentenses. En este centenario que parece invitar a la reflexión colectiva no he visto a los ciudadanos volcados en los recuerdos. He visto conmemorar el aniversario a profesores y estudiantes en algunos foros alentados por una y sólo una de las más de 30 instituciones de educación superior en el estado, pero se quedó pendiente involucrar al sistema de enseñanza media.
El Centenario de la Convención no ha sido relevante para la clase obrera ni campesina, no lo ha sido para las amas de casa, ni los empleados de bancos, y ni siquiera para la burocracia que carece de puestos notables en los tres órdenes de gobierno. He notado un nulo interés de la iglesia y de la clase sacerdotal. Nunca vi a los empresarios decir palabra sobre el tema. Es más, fuera de los alumnos dedicados a las ciencias sociales no vi a los estudiantes universitarios tampoco recordar nada de estos festejos centenarios. Así las cosas, vale preguntarse si es digno de recordar e invertir energías y recursos en asuntos colectivos de esta naturaleza. Vale preguntarse si el olvido es una reacción espontánea de la gente que selecciona sus recuerdos por nivel de importancia, o si procede de un problema de prioridad y divulgación gubernamental, o de ambas. Tal vez sea tiempo de preguntarnos para qué sirve recordar y quién debe resguardar la memoria colectiva de una sociedad.