La Jornada Aguascalientes del pasado viernes 17 de octubre, Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza, publicó el artículo “La Lucha contra la Pobreza” de Earl Anthony Wayne, Embajador de los Estados Unidos en México. La pobreza, consideró el diplomático, es un fenómeno muy complejo. Puede provenir, según él, de un mal gobierno, de la incapacidad de los estados para responder a cambios rápidos derivados de la globalización, de la desigualdad de género, de la falta de acceso a la educación y a la nutrición, de la falta de inversión en ciencia y tecnología o por cuestiones de seguridad. Parece no caer en cuenta que el factor más importante es la lógica intrínseca del sistema económico que privilegia la ganancia monetaria incluso sobre la sustentabilidad planetaria.
México y los Estados Unidos colaboran para luchar contra la pobreza. Resalta el embajador que en los últimos 15 años, el gobierno del país vecino ha invertido 24 millones de dólares para expandir los servicios de microfinanzas en todo México. Como resultado, “el número de instituciones microfinancieras que operan en México ha aumentado veinte veces” y, presume: “están ofreciendo servicios a cientos de miles de clientes que viven en pobreza, permitiéndoles emprender micronegocios, contratar a sus vecinos y proporcionar una vía para salir de la pobreza.” Pero no cae en cuenta que de cada 10 micronegocios sólo 1 sobrevive más de 5 años por la simple razón de que las grandes cadenas comerciales no les compran y los demás pobres los ven como empresas “Patito”.
En México, las microfinancieras son un extraordinariamente lucrativo negocio. Sin una política industrial nacional y una banca comercial que no apoya al sector económicamente más desfavorecido: prestan fácilmente a los pobres y, en el proceso, les cobran alrededor de 80% de interés anual. Con el dinero que los pobres adquieren, vía microcréditos, casas de empeño o préstamos prendarios, se convierten en un creciente ejército de millones de personas dispuestas a entregar su dinero a la población más rica del país y del mundo. Al comprar a las grandes empresas, que son las que surten con sus productos los escaparates y anaqueles visibles a los pobres, gracias a la industria mediática controlada por éstas, millones de personas acuden en éxtasis consumista a disfrutar sus preciados quince minutos de gloria en el paraíso de creer tenerlo todo.
La política del gobierno de los Estados Unidos respecto a la pobreza y el crecimiento de la población mundial, entre la cual los pobres se reproducen más rápidamente, ha cambiado mucho en los últimos 40 años. En el “Memorandum del Estudio de Seguridad Nacional 200: Implicaciones del Crecimiento de la Población Mundial para la Seguridad de EE.UU. e intereses de ultramar” (NSSM200), emitido secretamente el 10 de diciembre de 1974 y desclasificado el 3 de julio de 1989, se afirma que el crecimiento de la población en los países menos desarrollados (PMD) representaba una preocupación de seguridad nacional de EE.UU. En éste se indica que las necesidades de las poblaciones de los países del Tercer Mundo con respecto a los recursos naturales mundiales “causarán graves problemas que podrían afectar a los EE.UU”. O sea, los tercermundistas se podían poner pesados queriendo vender más caros sus recursos.
Por ello, la política estadounidense respecto a los PMD otorgó “máxima importancia” a las medidas de control poblacional y a la promoción de la anticoncepción.
Pero hacia mediados de la década pasada, el peso económico de las grandes corporaciones globales, muchas de ellas de capital originalmente norteamericano, influyó para cambiar el enfoque gubernamental bajo la lógica de “La base de la pirámide”. El nuevo enfoque consistió en dar a la gran mayoría de la población mundial, la más pobre, el carácter de consumidores potenciales. De esta manera, con la práctica de su consumo podrían continuar enriqueciendo a los de la punta de esta pirámide poblacional: los muy pocos y más ricos del mundo.
La pobreza se convirtió en un fenómeno que no merecía ya más crítica ni análisis de sus causas. Para combatir a esa desafortunada ocurrencia cósmica, se requieren sólo acciones para hacer llegar dinero a quienes la sufren. Así, los pobres podrán convertirse en dóciles demandantes de todos los artilugios que la vida moderna requiere para la felicidad terrena. Y qué mejor que lograr esa abundancia con billetes bancarios, esos que la banca internacional emite sin otro respaldo que los saldos virtuales en las cuentas de una computadora, teniendo como garantía cosas que sí existen.
Ahora la pobreza se atiende enviando dinero, sin revisión de buró de crédito, ni engorrosos trámites, a la base de la pirámide. El gasto del Gobierno Federal ejercido en programas “para la superación de la pobreza”, durante los dos primeros años de Enrique Peña Nieto, asciende a 747,524.2 millones de pesos, cinco veces más que en los primeros dos años de la administración Fox y el doble la de Felipe Calderón. (Página 109, Anexo Estadístico, Segundo Informe Presidencial). Ese dinero ha entregado casi en su totalidad como generosa dádiva, sin importar si con ello los pobres ponen un negocio o se lo gastan en el “Buen Fin”.
El modelo acrítico para combatir la pobreza continuará en el futuro enviando dinero a los pobres para que éstos lo regresen vía consumo e intereses a la población más rica. Sin visión crítica de la pobreza, no se percibe que ésta es generada por el propio sistema. Y que ésta se erradicaría permitiendo generar riqueza en la base de la pirámide, sin dádivas, orientando las compras de la economía hacia ese sector. Eso parece ser inaceptable. Porque es mejor que los pobres queden pobres, pero con creciente capacidad de compra para adquirir lo que les ofrecen los de la punta de la pirámide.
Twitter: @jlgutierrez