Nueva York, Unión Americana. 24 de septiembre de 2014. Dirigiéndose a la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU), el presidente Enrique Peña Nieto dice que México “está dispuesto a evolucionar con las Naciones Unidas”. Inmediatamente, hace un anuncio sorprendente: “México ha tomado la decisión de participar en las operaciones de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas, realizando labores de índole humanitaria en beneficio de la población civil”.
El mexiquense añade: “Dichas labores pueden comprender personal militar o civil para la realización de una amplia gama de tareas que involucren a ingenieros, médicos, observadores políticos y militares, asesores electorales o especialistas en derechos humanos”.
La escena arriba narrada sirve como preludio al presente artículo, el cual pretende explicar qué son las operaciones de mantenimiento de la paz, qué logros y fiascos han tenido y cuál es el andamiaje legal para justificar el anuncio presidencial.
Nacida en 1945, como una respuesta colectiva a los horrores de la Segunda Guerra Mundial, la Organización de las Naciones Unidas, “el Parlamento del Hombre” (Alfred Lord Tennyson dixit), plasmó en su Artículo 1 Fracción I que “mantener la paz y la seguridad internacionales” eran un objetivo primordial para la novel estructura.
Asimismo, el Artículo 43 de la Carta de la ONU dice que “todos los miembros de las Naciones Unidas, con el fin de contribuir al mantenimiento de la paz y seguridad internacionales, se comprometen a poner a disposición del Consejo de Seguridad, cuando éste lo solicite, y de conformidad con un convenio especial o con convenios especiales, las fuerzas armadas… que sean necesarias”.
Las Naciones Unidas, fieles a su mandato de “tomar medidas colectivas eficaces para prevenir y eliminar amenazas a la paz, y para suprimir actos de agresión u otros quebrantamientos de la paz”, decidieron llevar a cabo operaciones de mantenimiento de la paz.
Las primeras misiones fueron de observación y se desarrollaron en los Balcanes y en Cachemira, región disputada por la India y Pakistán, respectivamente. Aquí cabe hacer mención que México participó con efectivos en ambas operaciones. Sin embargo, el contexto internacional, caracterizado por la Guerra Fría, haría necesario el uso de unidades armadas para mantener la paz.
Los “cascos azules” -nombrados así para resaltar sus intenciones pacíficas- fueron utilizados por primera vez en la Crisis del Canal de Suez, en 1956, cuando tropas canadienses y de los países escandinavos, supervisaron la retirada de las fuerzas británicas y francesas de Egipto. Hasta aquí todo parecía miel sobre hojuelas. No obstante, la diosa Fortuna había lanzado sus dados.
En 1960, el líder del recién independizado Congo, Patricio Lumumba, solicitó ayuda a la ONU para supervisar la retirada de las tropas belgas. Los “cascos azules” -suecos, irlandeses, indios y canadienses- pronto se vieron inmiscuidos en el juego de tronos de las superpotencias: Katanga, provincia del Congo, se separó y, apoyada por las compañías mineras trasnacionales, reclutó a mercenarios extranjeros para combatir a Lumumba -quien contaba con el apoyo de la Unión Soviética.
El despliegue en el Congo fue la primera vez que los “cascos azules” tuvieron que pelear. Además, el secretario general de la ONU, el sueco Dag Hammarskjöld, pagó con su vida su “diplomacia callada” -la cual consistía en negociaciones conducidas con tacto, persistencia y sin mucha publicidad- cuando su avión se estrelló en circunstancias poco claras.
Las fuerzas de mantenimiento de la paz siguieron sirviendo con distinción en varias partes del orbe: El Líbano, Namibia, la Península del Sinaí y Timor Oriental. Su devoción no fue en vano: en 1988, los “cascos azules” fueron distinguidos con el Premio Nobel de la Paz en reconocimiento a su “papel cada vez más central en los asuntos mundiales”.
El final de la Guerra Fría alteró las tareas de los “cascos azules”, cuyas faenas dejaron de ser netamente militares para agregar funciones administrativas, electorales, políticas, de reconstrucción o policiales.
Las operaciones de mantenimiento de paz sufrieron dos duros golpes en la última década del siglo XX: En Ruanda, en 1994, los “cascos azules” no pudieron evitar el genocidio perpetrado por los hutus contra los tutsis; en 1995, el batallón holandés de la ONU se convirtió en un cómplice silencioso de la masacre de Srebrenica, Bosnia, cuando los serbios masacraron a más de 10 mil musulmanes.
Ante tales debacles, el secretario general de la ONU, Kofi Annan, designó una comisión para hacer recomendaciones. El pliego resultante es conocido como el “Informe Brahimi” -nombrado así por su comisionado, el argelino Lajdar Brahimi. En este documento se incitaba a: un compromiso político renovado, un cambio institucional significativo y mayor apoyo financiero.
Asimismo, en el año 2008, se publicó la Doctrina Capstone, la cual establece las nuevas actividades para las operaciones de mantenimiento de la paz, las cuales consisten en: la prevención de conflictos, y las medidas tendientes a establecer, imponer y consolidar la concordia.
Finalmente, cualquier despliegue de fuerzas mexicanas bajo la bandera de la ONU, quedará circunscrito al precitado Apartado 43 de la Carta de la ONU y al Artículo 76 Fracción III de nuestra Constitución que dice que es facultad exclusiva del Senado de la República “autorizar” al Ejecutivo Federal “para que pueda permitir la salida de tropas nacionales fuera de los límites del país”.
Aide-Mémoire.- Congratulo al Mtro. Luis Lenin Herrera Díaz de León por la publicación de su libro, “Introducción al Comercio Internacional”.