Octubre casi llega a su fin. En unos días podré ir al mercado a comprar las flores y los panes para la ofrenda. Caminaré por las calles que he caminado desde mi infancia. Pero mucha gente ya no está, así como varias de las edificaciones que no sólo modifican el paisaje urbano por las ausencias sino por lo recién construido. Sin embargo, la esencia permanece, como en todo.
Hace unos días viajé a Monterrey, ciudad a la que no iba desde que era adolescente. Es curioso, ahora agradezco el calor, así como disfruto los lugares donde puedo ver el horizonte, sin esfuerzo, sin tratar de imaginar qué se oculta detrás de los edificios, postes, carrocerías y espectaculares.
Siempre he sentido que el Norte está lejos de mi ciudad natal. Supongo que en algún momento creamos una frontera; no me engaño, mi ciudad per se está lejos de todo, siempre ocupada de sí misma. A pesar de esto, toda la vida he conocido la machaca, pero aquí la hacen sólo con huevo. Me gusta, pero no puedo comer huevos a destajo. La he guisado sólo con jitomate, cebolla y chilito. Pero nunca la había comido en su estado perfecto: en caldillo.
Nuestros anfitriones regios nos llevaron a la cafetería “Al”, que funciona 24 horas desde 1940. Los mosaicos de sus paredes son como un encaje petrificado. Pedí un machacado en caldillo. Lo he dicho, no hay mayor placer que comer algo que flota en un caldo sabroso. En resumen, lo comido es una sopa de machaca: picante, con jitomate y cebolla, repleta de hebras rehidratas de carne de res. Ni modo, ya no quiero comer machaca de otra forma, ése es su estado ideal.
Después de la cena, nos llevaron al 1026 de la calle Aramberri, donde se ubica la casa embrujada más famosa de Monterrey. Es una construcción antigua, con su fachada de piedra de sillar y sus ventanas tapiadas. Lo que perturba en realidad es que está como envuelta por una malla ciclónica, como si se tratara de un regalo siniestro. Está sellada para que nadie entre. Ahí mataron a dos mujeres, madre e hija. Se llamaban Antonia y Florinda. El móvil fue la ambición. El culpable, un familiar y sus secuaces. El crimen ocurrió el 5 de abril de 1933.
No hay duda, cada barrio, colonia y ciudad tiene sus platillos y sus fantasmas. Creo que es de las dualidades que más me gustan, como decir aquí los vivos y aquí los muertos. Esta dualidad es el eje de la celebración de Día de Muertos. Es la búsqueda de las esencias. Imagino a los fantasmas como el olor de las personas que han muerto, así como ese humo sabroso que despide un plato de sopa. Todos los fantasmas tienen sabor, y algunos, venturosos, tienen nombre. Como Florinda y Antonia, a quienes me gusta imaginar en esa casa, antes de que fuera tapiada, prestas a encender el fogón para guisar la machaca.
Ojalá nadie derribe la casa de Aramberri. Ojalá la cafetería “Al” siga abierta las 24 horas de los años venideros. Esta minuta recuerda esos nombres, y los de Florinda y Antonia. La memoria es necesaria para crear: sin ella no hay palabras ni guisos. Entremezclar los sabores y disponer los gramemas sería imposible. Aprender vía la prueba y el error sólo es posible con la memoria.
Creo que una casa embrujada es el bastión de la memoria del horror ocurrido y de todo el horror que es posible y que, irremediablemente, se repite. Desde hace unos años, en Monterrey se agudizó la violencia que hoy incendia diferentes territorios de este país. Lo dije, sentía que el Norte estaba lejos, pero en los últimos años se ha acercado, por empatía. Me duele que sea por estos motivos, tal vez tardamos años en darnos cuenta que las fronteras son imaginarias, que no son esas ventanas tapiadas de la casa de Aramberri. Preferiría que la empatía fuera producto del aroma de un plato de sopa. Sé que en todos los puntos cardinales de este país hay gente que narra sus historias de fantasmas mientras cucharean los platos humeantes de sabores diversos, de sopas mar y tierra, picantes, dulces, frías, hirvientes. Gente con un nombre, platillos con un nombre. Gente buscando gente. Gente enterrada que nadie busca. Hoy la empatía por todas las ciudades, desde todas las ciudades, es urgente.
Necesito nombrar lo que veo, supongo que por eso escribo. Aunque sé que lo que no se ve ya ha sido nombrado, y algunos de esos nombres son terribles. Lo dicho, en unos días iré a comprar las cosas para la ofrenda. Tendré que imaginar el horizonte abierto de Monterrey mientras recorro los cercos urbanos de mi ciudad. Trataré de replicar el machacado en caldillo. Trataré de no olvidar ciertos nombres. Todos deberíamos nombrar y comer. No quisiera que este país fuera la casa embrujada del mundo.
Gracias Erika por hablar con tanta cordialidad de mi Ciudad. Y no, no creo que estemos tan lejanos o por lo menos, deseo que no estemos tan lejanos y podamos practicar esa empatía, esa urgente necesidad del Nosotros.
Un cálido (desde aquí no es analogía) saludo desde Monterrey.
Jorge Del Bosque
Gracias, Jorge, por leer y comentar la minuta. El nosotros es urgente. Abrazos desde la ciudad de México (aunque sin esmog, lo juro). Erika Mergruen.