La entrada está en el extremo opuesto del parque, el camino está lleno de yerba alta que se pega en la ropa y tupida, no deja ver el suelo y hace falsear los pasos. Se llega a un barranco donde la gente contempla de brazos cruzados, se toma fotos, busca donde sentarse. De fondo la ciudad con una ligera capa gris sobre ella, el Cerro del Muerto luce más pequeño de lo normal frente al cielo despejado. Allá abajo, la gente llega, hace filas, sube y baja en un par de globos y se va. Arriba se comenta: el año pasado había más, seguro estuvieron más temprano, ¿bajamos?, sí. Pasó más de una hora y quien se cansó de no ver nada más, regresa por el camino tupido de yerbas altas, y sale del parque con sólo saltar una cadena de concreto entre tubos sin malla; una barrera incompleta, imaginaria.