Indignantes los hechos ocurridos en Ayotzinapa, Guerrero. A estas alturas del partido no es necesario reseñar la cronología que de alguna manera los medios han seguido puntualmente.
El jueves pasado en este espacio, a manera de repaso histórico, se trató de ubicar el génesis del conflicto en la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, obligado hacer una pausa (sobre todo) en los ideales de Lucio Cabañas y su “herencia” ideológica en esa zona de la República, y cómo dicho conflicto rebasó a la comunidad, al municipio, al estado y al país mismo.
Pongamos el análisis a un nivel doméstico: Enrique, joven y ejemplar padre de familia, trabaja ocho horas al día, su empleo es bien remunerado y pretende dar la impresión, como muchos de nuestros vecinos, que su vida es ideal; auto del año como el de nadie en el fraccionamiento, lavadora inteligente, refrigerador con una hielera impresionante, congela todo; su esposa cuando era joven trabajó para una cadena televisiva, con la cual ella aún tiene contacto. Hace poco uno de los miembros de su familia se metió en problemas con los vecinos, quienes por cierto no tienen buena relación con el padre en cuestión. A Ángel, (quien forma parte de esta familia mexicana) lo acusan de desaparecer 43 elementos de valor y no hacerse responsable de sus hechos, digamos que ahora es como la oveja negra.
Enrique, joven y ejemplar padre de familia, al conocer lo sucedido, y como es obvio, ofrece una disculpa a los vecinos y exige castigo contra quien resulte responsable. Ángel dice que está dispuesto a lo que sea con tal de demostrar su inocencia. ¿Será que Enrique está buscando una figura de autoridad que juzgue y castigue a Ángel y a los hechos que presumen pasaron por culpa de éste?
La autoridad es Enrique, el padre tiene todo el poder y responsabilidad de sancionar, resolver, aclarar y resarcir los daños a los vecinos. De pronto pareciera que no es su problema y más que autoridad es víctima; eso molestó a los agraviados, quienes con justa razón lo señalan como un padre al que su familia lo manipula al gusto del más abusado.
Abrumado por los problemas que tiene en casa, Enrique, joven y ejemplar padre de familia, prende el televisor y se percata que en Guerrero existe un conflicto que al gobierno se le está saliendo de las manos, observa con atención cómo su tocayo, el presidente de la República, está tomando cartas en el asunto, igual aprende algo.
Ayer, integrantes de la Unión de Pueblos y Organizaciones del Estado de Guerrero (UPOEG) aplicaron el refrán “el que busca, encuentra”, y descubrieron cuatro fosas clandestinas además de las ya reportadas. Dicho hallazgo fue en el Cerro La Parota, a pocos kilómetros del municipio de Iguala.
Lo sorprendente es que en ninguna de estas fosas clandestinas, vamos, ni en las descubiertas con anterioridad, existen rastros de los cuerpos de los 43 normalistas desaparecidos aquel 26 de septiembre. Véalo positivo, la esperanza muere al último, hasta el momento no son los restos de los jóvenes estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos. Véalo negativo, sino son de ellos, ¿de quién son?, o ¿por qué están ahí esos cuerpos? De entrada ni siquiera deberían existir fosas clandestinas en ninguna parte de la República Mexicana, no es sano que ese panorama se nos haga normal.
¿Dónde están esos jóvenes? Es la pregunta apremiante a la cual por el momento no se ha dado a conocer la respuesta, mientras los actores políticos debaten sobre si el titular del gobierno estatal debe o no renunciar, y hasta relevos ya barajean, los padres de familia exigen claridad.
Enrique, joven y ejemplar padre de familia, trata de fijar una postura al respecto, le indigna como a todos los mexicanos el hecho, pero se confunde ante la cascada de información a la que tiene acceso. No entiende por qué el procurador general de la República contradice al gobernador del estado de Guerrero con relación al paradero de las víctimas.
Todo pareciera indicar que necesitamos apoyo externo. El 14 de octubre de 2014, Rosa María Ortiz, relatora sobre Derechos de los Niños, Niñas y Adolescentes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), se reunió con las autoridades responsables y los familiares de las víctimas, en esa ocasión apuntó que “los peticionarios establecieron el pedido de que algunos peritos o técnicos extranjeros pudieran ser aceptados por el Estado para coadyuvar con la investigación, y el Estado aceptó laborar en conjunto una lista que darán a conocer a la Comisión Interamericana para proceder con su aceptación y su inmediata implementación”.
Tal vez sea el momento de pedir ayuda, pero no sólo para esclarecer el caso Ayotzinapa, sino cada unos de los conflictos que de manera interna no hemos podido resolver; sin poner en riesgo nuestra soberanía, ni especular sobre intervenciones, es urgente llevar a buen puerto y de manera definitiva las acciones que concluyan con el conflicto.
Enrique, joven y ejemplar padre de familia, aplaude lo que el gobierno está haciendo para solucionar el caso, sin embargo, no ve clara la postura de su tocayo y tampoco la presencia que debiera tener, eso lo hace reflexionar y al instante sale de la sala de televisión, camina hacia la habitación de Ángel, habla con él, lo escucha y después de una larga charla no le queda más que pedirle abandone la casa. A Enrique le queda claro que debe ser más aplicado y pendiente de lo que pasa en su hogar, siente el compromiso de reparar los daños a los vecinos y limar asperezas, aunque no lo crea, le sirvió ver televisión e identificar los errores que su tocayo de vez en cuando comete.
Twitter: @ericazocar
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