El domingo pasado, desde el zócalo de la Ciudad de México, a través de una videoconferencia, Paco Ignacio Taibo II entrevistó a Noam Chomsky: — ¿Cuáles establecerías como los grandes problemas inmediatos que deberíamos enfrentar hoy? El filósofo estadounidense respondió: el riesgo de una guerra nuclear y el desastre ecológico… “Esos son los problemas fundamentales que tenemos. Hacer una lista de los problemas menores y más pequeños sería una lista interminable”. Ciertamente, desde una perspectiva global, todos los demás problemas resultan menores, incluso el estado atroz en el que vivimos en México actualmente. Escribo “estado atroz” pensando en el estado de Guerrero, en el Estado Mexicano y en el estado en el que nos encontramos todos. Es atroz porque es cruel, espantoso, disparatado, aterrador, muy malo. Creo que estamos en una situación de emergencia. El gran riesgo que enfrentamos no consiste en ser incapaces de sortear una calamidad, sino en permanecer en ella, en acostumbrarnos a vivir en la ignominia.
Paradojas de la vida: mi primo R, a quien desde chavito de cariño le decimos Huevo, no quiere tener familia. El Huevo ya no se cuece al primer hervor, así que es probable que lo consiga. En un reciente trueque de mails en el que varios del clan compartíamos preocupaciones y pareceres respecto a la calamitosa situación del país, R diagnosticó: Creo que este país funciona de milagro, creo que es un país de caricatura. ¿Mejorará pronto? No creo. Y luego reiteró su consabida postura: Las cosas no están como para traer más gente al mundo. Desde su trinchera, otro familiar refutó irónico, llevando el planteamiento al extremo: Pue’que tenga razón el Huevo. La única solución la dijo Mr. Smith: el ser humano es un virus. ¡Es necesario acabar con él! Por supuesto, el referido señor Smith no es otro que el antagonista de The Matrix (1999): “Me gustaría compartir una revelación que he tenido… Se me ocurrió cuando traté de clasificar su especie -le explica a Neo-: me di cuenta de que ustedes en realidad no son mamíferos. Cada mamífero en este planeta desarrolla instintivamente un equilibrio natural con el entorno, pero los humanos no lo hacen. Llegan a una zona y se multiplican y multiplican hasta consumir todos los recursos naturales, y la única manera de sobrevivir es ocupar otra área. Hay otro organismo en este planeta que sigue el mismo patrón. ¿Sabes cuál? Un virus. Los seres humanos son una enfermedad, un cáncer de este planeta. Usted es una plaga y nosotros somos la cura”.
Traer o no traer chamacos al mundo es un dilema filosófico pertinente. Lo es hoy y lo ha sido desde los albores de la filosofía. Si antes de reproducirse cada pareja se ha preguntado respecto a la pertinencia de procrear -evidentemente no, pero supongamos-, la respuesta mayoritaria es contundente, porque la gran revolución que a todos nos ha tocado vivir es la demográfica. Se trata de un mutación que va más allá de cualquier otro fenómeno, más allá de la revolución tecnológica, más allá de cualquier cambio de modelo económico o sociopolítico…, y sin duda, más allá, de cualquier coyuntura en un país. Frente a la invasión humana de la Tierra, cualquier otro evento se aprecia insignificante. Cuando nací había tres mil millones de seres humanos, cuando cumplí 40, hace nueve años, el monto se había duplicado, y hoy ya somos más de siete mil millones… Smith tiene toda la razón: somos un virus, el chahuistle planetario. En un período de existencia genérica de poco más de cien mil años, en los últimos quinientos hemos plagado el mundo… Chamacos, ciertamente, no faltan…, aunque tampoco sobran: como nunca antes había sucedido, hoy por hoy somos, en tanto género, capaces de producir mucho más de lo que necesitamos consumir. El hambre y la pobreza existen, obviamente, pero son entuertos de organización política-económica, de justicia social, no de recursos y satisfactores. Y si desde la perspectiva del consumo los niños no faltan ni sobran, desde el punto de vista de la producción, menos. No se requieren brazos, ni para el trabajo ni para la guerra. La reproducción de la especie por ahora ni es un estropicio ni es necesaria, de tal suerte que la pertinencia del dilema filosófico de la reproducción cobra validez. Como el Huevo que opta por no procrear, hay quienes hoy seriamente aspiran migrar. La gran mayoría, mientras la violencia no le pegue directamente, ha preferido no ver, no oír, no hablar, hacer como si Guerrero fuera otro mundo. Tal postura en buena medida se explica porque resulta muy difícil escapar de la impotencia personal, más cuando las organizaciones políticas de oposición, todas, son comparsas de la descomposición sociopolítica que ya llegó a las fosas clandestinas. ¿Qué hacer? De entrada hay que no dejar de hacer, no callarse, no hacer como que no pasa nada…, no paralizarse de miedo e impotencia, y apelar a la eficacia virulenta de la humanidad…
El ser humano en verdad actúa como ataque viral, pero no sólo desde el punto de vista cuantitativo, cualitativamente también: le pega a todo, humaniza todo y hace mundo. No tenemos otra forma de relacionarnos con el entorno más que apropiándonos de él, nombrándolo y simbolizando todo. Cultura versus natura. Hay que demostrar inconformidad e indignación, y sobre todo no permitir que sea normal que la gente desaparezca y que aparezcan cadáveres anónimos… El mundo comienza, o se recupera, nombrando a las cosas por su nombre.
@gcastroibarra