Yo creo que todavía no es demasiado tarde para construir una utopía que nos permita compartir la tierra
Gabriel García Márquez
Dicen que nada deja tan indiferente como el dolor ajeno, sin embargo, la muerte de seis personas, de los cuales tres eran normalistas y la desaparición de otros 43 más de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa ha indignando al mundo entero y parece que a nadie está dejando indiferente.
México está viviendo una guerra espantosa contra el crimen organizado, el cual se mueve a sus anchas e impone la cultura de la muerte en una gran parte del territorio nacional, sin que las autoridades, que juraron cumplir y hacer cumplir la Ley, puedan o quieran hacer nada al respecto y sin que nadie se los demande, y si se los demandan de todas formas no pasa nada. La vida de las personas se está convirtiendo en patrimonio de psicópatas que no sólo matan sino que además lo hacen con una crueldad extrema.
Llevamos algunos años viendo en las noticias la muerte y el horror que provoca el narcotráfico y siempre nos parecía algo ajeno, focalizado o agravado en determinados estados. Decían que se mataban entre ellos y que las muertes sólo eran producto de ajustes de cuentas. De vez en cuando, víctimas inocentes también sucumbían como consecuencia de daños colaterales, pero seguía siendo algo lejano y no pasaba de ser una nota más en los noticieros que lucran con informaciones sórdidas.
Unos estados se comparaban con otros y la medida de su tranquilidad iba en función del nivel de influencia del narcotráfico y la violencia que provocaban. Era como si viviéramos en diferentes países, sin sentido de comunidad, ni de solidaridad, ni nada de nada. Tuvo que ocurrir esta desgracia tan lamentable con los estudiantes normalistas de Ayotzinapa, para que el país se cimbrara y empezara a darse cuenta de que todos estábamos en el mismo barco y que esta guerra sucia no respeta a civiles inocentes.
Estos jóvenes desaparecidos, tal vez no lo sepan aún, pero se han convertido en el punto de unión de todos los mexicanos de bien y han logrado lo que nadie más había logrado desde que inició esta contienda de muerte y horror, que la gente empezara a tener conciencia de que el dolor de otros también es el nuestro y que, lo que ocurra en otros estados, también nos afecta. Han logrado que todos se sientan consternados y solidarios.
Es grato darse cuenta de que los medios de comunicación de México y del mundo hablaran del tema, apoyando con ello indirectamente a los padres de esos jóvenes y a sus familias, y presionando directamente a las autoridades para que cuanto antes los encuentren. Hay que resaltar también que, en medio de tanta conmoción y dolor, no decae la lucha por exigir que aparezcan con vida, a pesar del tiempo que llevamos sin saber de ellos.
Sin embargo, no basta con presionar a las autoridades, también sería bueno hacer un ejercicio de reflexión y analizar el nivel de responsabilidad que le corresponde a todos y cada uno de los miembros de esta sociedad convulsa.
Habría que pensar en la parte de culpa que le toca a las familias, que tienen la violencia como forma cotidiana de vida, dañando emocional y sicológicamente a sus miembros. A los medios, que hacen su agosto transmitiendo programas llenos de agresividad y actos criminales. Las escuelas que además de dar una educación de calidad, tendrían que colaborar con la familia en la formación de valores. Maestros que no asisten a clase y que no siempre protegen a sus alumnos, causando con su indiferencia el abuso de unos sobre otros.
Culpa de las empresas que no están interesadas en apoyar a sus empleados para que no descuiden a sus familias. De las autoridades que anteponen su interés personal sobre el bien común o caen en la corrupción volviéndose cómplices de los criminales. Los consumidores de drogas que están incentivando este comercio de sangre. Las ciudades que se han ido construyendo separando por zonas a los ricos de los pobres y evitando con ello la sana comunicación y las relaciones que los enriquecerían; y un largo etcétera de responsables.
El horror que vivimos tiene unos culpables directos que deben decir cuanto antes dónde están los 43 jóvenes, para que sus padres dejen de sufrir por la incertidumbre y el dolor de no saber de ellos y para que la impunidad no se imponga, o de otro modo puede replicarse peligrosamente; pero también hay muchísimos culpables indirectos que tienen que hacer su tarea para que se vaya componiendo el tejido social.
Deseo fervientemente que los 43 jóvenes pronto vuelvan a casa con su familia y que puedan seguir estudiando para que, cuando terminen la carrera de magisterio, sean excelentes maestros que formen a conciencia a sus alumnos. Ellos, mejor que nadie, se habrán dado cuenta de lo importante que es la educación para un país herido por las drogas, la violencia y las luchas de poder. Ellos ya han experimentado en carne propia esa necesidad de luchar por una mejor sociedad y la educación es el mejor camino. Decía Nelson Mandela con toda la razón del mundo: La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo.
Twitter: @petrallamas